Todos los días deberíamos levantar una oración de gratitud a Dios porque la salvación llegó hasta nosotras. Somos parte del pueblo de Dios. Quien no ha tenido esta experiencia posiblemente no comprenda la magnitud de su importancia. Algunas pasan por esta vida sin siquiera darse cuenta que han sido creadas y traídas a este planeta con un propósito. Dios es nuestra única seguridad verdadera. Los que no lo conocen y viven sin su protección y cuidado, están como en arenas movedizas.

Nos contaron de un señor millonario cuya esposa enfermó de cáncer. En su país no había suficientes recursos para atenderla y la llevó a otro país. Regresaron unos meses después solamente para esperar a que ella muriera. El hombre dijo desconsolado: «He comprobado que el dinero no sirve para nada». Así sucede con los que ponen su esperanza y confianza en su dinero, en su carrera, en un sueño de toda su vida o incluso hasta en una causa noble.

El que es salvo por Dios está protegido por Él. Lo más precioso de la vida del cristiano es que no pone su mirada en las cosas pasajeras, sino en las eternas. Sabemos que estamos sujetas a las limitaciones del mundo en que vivimos, pero tenemos la certeza de que el Señor nunca nos dejará caer. Él extiende Sus brazos eternos hasta nosotras para sostenernos.