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Por Mayra Beltrán de Ortiz

Por mucho tiempo he librado una batalla en mi mente y corazón, ya que en el centro pecaminoso de mi alma siempre fui una buscadora de gloria. Deseaba aprobación y reconocimiento de parte de otros en lo que hacía y muchas veces me molestaba cuando no lo recibía.  

Después de ser salva, conocer a Dios en la intimidad, estudiar y meditar en Su Palabra, Él me reveló las ataduras internas de vanidad y orgullo que yo albergaba en mi corazón. He entendido, después de mucho dolor y sufrimiento, al tener que morir a mí misma a diario, que nada se trata de nosotros sino siempre de Dios y de Su gloria. Que los dones y talentos depositados por Él en nosotros son para darle la gloria a Él siempre en todas las cosas buenas que podamos hacer. Este proceso, a pesar de ser muy doloroso al mismo tiempo provoca en mí una profunda y enorme satisfacción en Dios. 

Aquí puede que surja la pregunta, ¿qué es la gloria de Dios? Definir la gloria de Dios no es una tarea fácil ya que la llegamos a entender cuando la vemos y experimentamos, pero describirla en una frase precisa es retador. Si buscamos el significado en “Google” encontramos que la define como «la manifestación de la presencia de Dios», pero definitivamente es mucho más. Yo diría que la gloria de Dios es la belleza de Su Espíritu. Es la belleza que emana de Su carácter, de todo lo que Él es. Son todos Sus atributos vistos al mismo tiempo. 

Es importante saber y entender que todos tenemos el mismo llamado de glorificar a Dios en todo lo que hacemos. La Escritura dice que Dios nos creó para Su gloria (Isa. 43:7) y nos instruye, «hacedlo todo para la gloria de Dios» (1 Cor. 10:31). Está muy claro de que hay un propósito primordial para nuestras vidas y la Palabra nos dice muy claramente que es para que glorifiquemos a Dios, para eso nos formó y nos hizo. Glorificar a Dios es reconocer, aclamar la santidad de Dios, Su poder, y vivir agradecidos siempre, de manera que sea un estilo de vida. 

Pero ¿cómo podemos darle gloria al «Rey de gloria»? (Sal. 24:8). Sabemos que la gloria le pertenece a Dios (Juan 17:5; Hech. 7:55), que Dios revela Su gloria (Ex. 24:17; 40:34; Sal. 19:1) y que podemos observar Su gloria (Juan 1:14). Nuestra pregunta hoy es ¿Cómo puedo ser una madre que glorifica a Dios? 

La maternidad puede ser nuestra mayor fuente de gozo sobre la tierra, así como la fuente de nuestro dolor terrenal más grande. Estoy convencida de que, así como el Señor usa el matrimonio para la santificación de la pareja, Él usa el invaluable rol de la maternidad para refinarnos. 

A través de los años he aprendido que la maternidad involucra morir, muchas veces a diario, lo cual no es una verdad muy popular en una cultura que nos dice que las mujeres podemos tenerlo todo y ocuparnos de nuestros propios intereses. Las mentiras sutiles del enemigo pueden llevarnos a creer que los hijos son únicamente para propósitos de realización personal y si no pueden satisfacer esta necesidad, no nos sirven para nada.   

Por el contrario, la Escritura nos enseña que nosotros obedecemos, alabamos y servimos a Cristo al servir a otros y al considerar sus necesidades como más importantes que las nuestras y esto por supuesto que incluye a nuestros hijos.   

Una madre sacrifica y vuelca su vida sobre sus hijos en servicio a Dios. Renunciamos a nuestro cuerpo, nuestros sueños, tiempo, comodidad, a nuestras carreras y al entretenimiento. De esta manera estamos glorificando a Dios al poner la necesidad de ellos por encima de la nuestra. 

Muchas veces en la rutina diaria de la maternidad, es difícil ver como las tareas mundanas pueden glorificar a Dios. Podemos morir mil muertes en pequeñas maneras que solo Dios ve, como dejar en el altar tu deseo de ser reconocida, o rendir tu casa perfectamente limpia y ordenada a una que da testimonio de muchas vivencias.     

Cuantas de nosotras hemos necesitado desesperadamente un descanso, pero cuando nuestro bebé recién nacido llora a las 3:00am, no lo pensamos dos veces y nos levantamos rápidamente de la cama. O tal vez planeamos una salida con nuestro esposo, pero esa misma tarde a uno de tus hijos le da fiebre por lo que parece ser un virus y se cancela la salida. Esa es la vida de las madres, poner las necesidades de nuestros hijos primero que las nuestras. 

Es mi deseo que hoy puedas meditar en lo siguiente: 

  • ¿Hay ocasiones en que sientes que ciertas partes «ardientes» de la maternidad te abruman y te consumen por completo? 
  • ¿Has podido experimentar la muerte y la resurrección de Jesús caminando a través de la puerta de la maternidad? 
  • ¿Te has dado cuenta de que los sacrificios de la maternidad realmente no son tales, si los comparas con la ganancia de una vida enriquecida en el Señor Jesucristo cuando servimos a nuestros hijos como si le sirviéramos a Él? 

¡Si es así, entonces estás viviendo tu maternidad para la gloria de Dios!

Mayra Beltrán de Ortiz, decidida a honrar el diseño de Dios para la mujer. Esposa de Federico Ortiz hace 45 años, madre de José Alberto y Erika y abuela de Noé, Renata y Jaime Alberto. Graduada del Instituto Integridad & Sabiduría. Miembro y diaconisa de la Iglesia Bautista Internacional (IBI) donde es parte del Cuerpo de Consejeros y es Encargada del Ministerio de Mujeres EZER.

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