Por Betsy Gómez
En medio de los afanes del día, miré al patio por la ventana y ahí estaba mi hija. Rodeada de sus tres hermanos, trataba de defender una pelota que abrazaba con todas sus fuerzas. Me detuve a contemplarla. La vi tan hermosa, llena de vida, aguerrida y, al mismo tiempo, tan indefensa. Mi corazón se perdió en ese cuadro, mientras mi mente se inundaba de temor al considerar el reto de criarla en este tiempo turbulento en que vivimos.
Por un instante, sentí que las olas de confusión y engaño de este mundo me ahogaban. Mi mirada se perdió en el suelo mientras consideraba mi incapacidad de proteger a mi hija de tanta maldad a su alrededor. Mi pesimismo fue interrumpido al recordar el versículo que acostumbramos a recitar en familia antes de dormir, «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza» (Deut 6:5)
Bastó recordar el fundamento de mi misión como madre que es amar a Dios y darlo a conocer, para recobrar el aliento y volver a contemplar a mis hijos, pero esta vez a través del lente de la esperanza que he recibido en Cristo. Miré a mi hija otra vez y recordé que no podré protegerla de todo mal, pero sí puedo señalarle la fuente de todo bien, a Su Creador. Si te identificas con esta lucha y estás conmigo navegando en este tiempo turbulento, quiero compartirte dos recordatorios que te ayudarán a anclar tu corazón en la verdad cuando sientas que el oleaje de este mundo te golpea.
Ama a Dios y dalo a conocer
En la dinámica de criar a nuestras hijas, necesitamos recordar que nosotras también somos hijas. La prioridad más importante es aprender a amar a Dios, nuestro Padre. Cuando me siento desanimada porque no tengo suficientes «recursos» para guiar a mi hija, es porque no estoy prestando atención a la forma en que el Padre me está criando a mí.
Es de nuestra devoción y comunión con Dios que fluye el fruto del Espíritu que necesitamos para asumir nuestro rol como madres. La piedad que la misión de la maternidad requiere se desprende de nuestro amor y sujeción, por la fe, a la Palabra de Dios. Nuestras hijas necesitan madres que exhiban el gozo de una relación vibrante con su Padre celestial y que adornen la doctrina que enseñan con una vida coherente con el evangelio.
En lugar de abrumarnos explorando materiales y técnicas de crianza, concentrémonos en conocer a Dios, sumerjámonos en Su Palabra, adorémosle en todo tiempo y oremos en todo lugar. Que la crianza sea el escenario en que nuestras hijas contemplen la grandeza del Creador para que sus corazones se llenen de asombro ante Su hermosura y que nuestras vidas reflejen el atractivo de la buena noticia del evangelio.
Cristo es la motivación y recompensa
El desánimo proviene de mirar al lugar incorrecto. Si te miras a ti misma, la impotencia te vencerá. Si miras a tu hija, el potencial de su pecado te angustiará. Si miras al mundo, la oscuridad te agobiará. Pero si miras a Cristo, sus promesas te llenarán de esperanza. No de cualquier esperanza. No me refiero a la esperanza de que «todo saldrá bien» con tu hija. Se trata de una esperanza incorruptible, inmaculada y que no se marchitará. La esperanza de una vida eterna con Cristo.
Esta esperanza está garantizada para los que están en Cristo (1 Pe 1:3-4). Necesitamos correr a la cruz para entregar nuestras esperanzas terrenales, compuestas por «buenos deseos» para nuestras hijas, e intercambiarlas por la esperanza eterna. Cuando ese es el combustible de mi labor como madre, el desánimo no encuentra cabida en el corazón. Lo que nos mueve a criar a nuestras hijas no se origina en nosotras, ni nuestras hijas, ni en el mundo.
Si somos sinceras, tenemos que reconocer que hemos creído la mentira de que el resultado de nuestra labor como madres es nuestro galardón. ¿Quién no anhela y anticipa ese orgullo del deber cumplido en el fruto de una hija ejemplar? La vida cristiana redefine el éxito de la crianza. La voluntad de Dios es que seamos fieles instruyendo a nuestras hijas mientras le confiamos los resultados a Él. ¡La salvación es del Señor! La recompensa del otro lado de la meta no se encuentra en este mundo; Cristo mismo es la recompensa (Isa 62:11, Fil 3:14).
Si estás sembrando en la vida de tu hija esperando que el fruto de tu labor sea tu recompensa, te estás conformando con muy poco, y lo peor, estás cargando un peso que no te corresponde. Recuerda, ¡Cristo es tu recompensa!
Así que, cuando te sientas abrumada por las presiones culturales e ideológicas que atentan contra la crianza de tus hijas, vence ese temor con la esperanza eterna que está asegurada para ti. Fija tus ojos en el galardón, ¡Cristo! Instruye y modela con paciencia confiando que la salvación es del Señor. Aun en tiempos turbulentos, instruyamos a nuestras hijas con esperanza porque nuestra confianza está en la Roca inconmovible.
La misión de vida de Betsy Gómez es atesorar a Cristo en lo cotidiano y servir a Dios justo a su esposo e hijos en su iglesia local. Proviene de la República Dominicana y vive en Dallas, Texas. Está casada con Moisés Gómez y tiene cuatro hijos: Josué, Samuel, Grace y David. Betsy es coautora del libro Una vida al revés y autora de Soy niña. Encuentra sus recursos en losgomez.org