Esther St. John
Desde muy pequeña me encantaba asistir a la escuela dominical, porque me gustaba aprender sobre los personajes bíblicos, especialmente a las mujeres de la Biblia. Las enseñanzas que recibí, enfatizaban las bendiciones que recibían a través de su fe y su buen comportamiento, enseñanza que se volvió atractiva para mí; pues, yo también quería ser bendecida por Dios. Sin embargo, me parecía una tarea muy difícil de alcanzar, ya que mi fe y mi comportamiento no eran lo suficientemente buenos.
La ecuación errónea
Con los años, por causa de esta enseñanza, creí que las bendiciones eran la evidencia de una vida cristiana exitosa. ¿Por qué? Porque cuando tienes fe y eres obediente, Dios se complace contigo y te bendice, al parecer, así funcionaba con las mujeres de la Biblia. La ecuación era simple y tenía mucho sentido:
Obediencia + Fe = Dios está complacido
(Dios Complacido)2 = Bendición
(Bendición)2 = Más Obediencia + Más Fe = Dios está más complacido
Este ciclo se repite y nunca termina.
Yo quería ser como Rut, que se entregó a Dios y a cambio Él le dio un esposo millonario. Yo quería ser como Sara, que creyó en Dios y a cambio Él le dio el hijo que ella tanto deseaba.
Pero, al ver mi vida y mi edad, yo no tenía las bendiciones que esperaba. Por el contrario, mi corazón estaba lleno de inseguridades y temores. Por lo que, debía esforzarme más para demostrar mi valor y cumplir con las expectativas de Dios, pero mis intentos eran en vano. Aunque persistí en la idea de seguir esforzándome para convertirme en la mujer que Dios deseaba que fuera.
A los 16 años, me uní al ministerio de alabanza y jóvenes de la iglesia. También organicé un estudio bíblico en mi casa con otros jóvenes creyentes. Juntos, evangelizamos en mi vecindario y aldeas cercanas, y realizamos misiones mensuales para ayudar a comunidades necesitadas. Sentía un fuerte compromiso y dedicación en mi servicio al Señor, así que esperaba recibir las bendiciones de Dios que creía merecer. Consideraba mi devoción y servicio como ejemplos de mi fidelidad porque seguía el ejemplo de las mujeres de la Biblia.
¡Qué equivocada estaba!
Un dicho popular dice: «Estar en el aeropuerto no te hace piloto». Es decir, trabajar arduamente en la iglesia no te convierte en siervo de Dios.
Con el tiempo, me di cuenta de que mis bien intencionadas maestras de la escuela dominical habían omitido la realidad del pecado y el sufrimiento en las vidas de estos personajes bíblicos. Descubrí que estas mujeres no habían llevado vidas perfectas y felices como yo pensaba inicialmente. Muchas de ellas habían fallado a Dios en gran manera. Lo que me hizo reconocer que el buen comportamiento no resulta en bendiciones, sino que es Dios quien bendice por Su gracia y misericordia al que le ha otorgado fe para creer en Su Hijo.
La ecuación bíblica
Al estudiar la Biblia, aprendí que mi ecuación estaba equivocada. La fórmula para la salvación no se basa en mi gran fe y obediencia para recibir Sus bendiciones. El enfoque bíblico revela que Dios es quien inicia el proceso de salvación (Ef 1:4-9). Este proceso no depende de la obediencia, sino únicamente de la gracia inmerecida de Dios (Ef 2:8). Nosotros respondemos a esa gracia a través del arrepentimiento y la fe en Jesús (Hch 3:19-20, 2 Co 7:9-10, Ro 2:4). Entonces recibimos el regalo supremo del perdón de nuestros pecados y la reconciliación con Dios Padre. En ese momento, se nos atribuye la obediencia, santidad y pureza de Jesús (1 Pe 2:9), ya que él sufrió el castigo que merecíamos en la cruz (Is 53:5). Por eso, somos llamadas hijas de Dios, no por nuestra obediencia o buen comportamiento, sino porque Dios ve a Jesús en nosotras (Ro 8:14-32).
La ecuación bíblica es:
Jesús + Nada = Todo
Y el ciclo termina allí.
La obediencia y el buen comportamiento son evidencia de nuestra salvación. No obedecemos para ser salvos, obedecemos porque somos salvos.
Aprendiendo de las Mujeres de la Biblia
Con esta nueva perspectiva bíblica, pude aprender más de las mujeres de la Biblia. Laura Magness en el estudio bíblico “Consagradas: 30 Días con las Mujeres de la Biblia” dice que: «la perfección no es un requisito previo para recibir el amor de Dios o ser parte de la obra de Dios. Cada una de estas mujeres desempeñó un papel en la historia de Dios, un papel que Él consideró digno de ser recordado».
Dios usó mujeres imperfectas para cumplir Su propósito en la historia de salvación. Mujeres como Rut, Tamar, Rahab, Betzabeth y María la madre de Jesús dan testimonio de la fidelidad de Dios en medio de un mundo caído. Ellas respondieron a la iniciativa de Dios y sus acciones fueron evidencia de ello. Muchos de sus testimonios contienen relatos vergonzosos, otros están llenos de engaño, dolor y pérdidas. No obstante, Dios redimió sus historias transformándolas en historias de Su amor. Éstas mujeres fueron parte de la promesa del Mesías vendría. Por eso, sus vidas son un recordatorio de la gracia de Dios.
Al estudiar las vidas de las mujeres de la Biblia, adquiero un mayor conocimiento sobre la naturaleza del carácter de Dios. Al reflexionar sobre sus experiencias, mi ánimo se renueva al comprender que, al igual que Dios escribió sus historias, también está guiando y escribiendo la mía.
En conclusión, aprendí que el amor de Dios es pura gracia, que ya he sido bendecida por tenerlo a Él y Sus promesas, solo por la obra de Jesús. Así como Dios usó a estas mujeres, podemos ver como Dios en Su bondad usa nuestras vidas imperfectas avanzar Su plan. Por eso, oremos cada día para que Dios nos ayude a dejar de enfocarnos en lo que nosotras podemos hacer, y confiar en lo que sólo Él puede hacer.
Esther St. John nació y creció en Tegucigalpa, Honduras, donde completó una Licenciatura en Psicología y se desempeñó en educación y consejería juvenil. Obtuvo una Maestría en Consejería Bíblica y Educación Cristiana en Southern Seminary en Louisville, KY. Actualmente es la coordinadora de capacitación en español y consejera bíblica certificada en El Centro de Consejería Bíblica en Chicago. Esther está casada con Theron St. John y juntos tienen un hijo.