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Por Jeanine Martínez de Urrea

En el Antiguo Testamento encontramos que Dios preparó todo para la venida de Jesús. Esta preparación la vemos en la denuncia del pecado y la promesa de redención. Al denunciar el pecado, Dios les recordaba que tenían que ser santos porque Él es santo (Lev. 19:20). Al anunciar juicio por los pecados del pueblo, Él les revelaba la justicia divina y Su bondad, que no puede dejar el pecado sin castigo (Núm. 14:18). En medio de todos estos anuncios de juicio, la abundancia de mensajes proféticos de amor, restauración, esperanza, reconciliación con Dios y salvación son abrumadores. ¡Son buenas noticias! Como un mosaico que fue pintado cuidadosamente cuya revelación tangible es Cristo.  

En Su plan diseñado desde antes de la creación del mundo, Dios reveló Su carácter y Su amor para con el mundo y Él orquesta el cumplimiento de todo en Cristo. Su fidelidad en traer salvación a Su pueblo y cumplir Sus promesas es claramente expuesta en la persona de Jesús.  

De hecho, la persona de Cristo se revela en todo el Antiguo Testamento. Hay algunos pasajes que podríamos mencionar, como Génesis 3:15, conocido como el «protoevangelio». Allí, Dios dice a la serpiente: «pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; él te herirá en la cabeza, y tú lo herirás en el talón». Esto nos apunta a algo que se cumplirá solo en la persona del Mesías.  

Cuando Dios se revela a Abraham, Él dice:  
Haré de ti una nación grande y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán benditas todas las familias de la tierra! (Gén. 12:2-3, NVI).  

Esa bendición será hecha posible en todas las familias de la tierra, cuando todas la familias de toda nación, lengua y pueblo puedan ser introducidas como parte del pueblo de Dios. Todos aquellos que pongan su fe en la persona y obra salvadora de Cristo entrarán a esa bendición. Solamente a través de Cristo esta promesa pudo haber sido posible. Con Abraham y sin Cristo esta promesa no se habría cumplido. Necesitamos a Cristo, pues solo en Cristo estas promesas se cumplen. De hecho, ese es precisamente el argumento de Pablo en Gálatas, cuando escribe: «Ahora bien, las promesas se le hicieron a Abraham y a su descendencia. La Escritura no dice: “y a los descendientes”, como refiriéndose a muchos, sino: “y a tu descendencia”, dando a entender uno solo, que es Cristo» (Gál. 3:16, NVI).  

Cuando Jacob bendice a cada uno de sus hijos, dice esto sobre Judá (la tribu de donde viene Jesús): «Tú, Judá, serás alabado por tus hermanos; dominarás a tus enemigos, y tus propios hermanos se inclinarán a ti» (Gén. 49:8-12, NVI). Obviamente esto apunta a algo mucho más allá que hermanos carnales, pues dice: «Mi hijo Judá es como un cachorro de león que se ha nutrido de la presa. Se tiende al acecho como león, como leona que nadie se atreve a molestar» (v. 9); y agrega: «El cetro no se apartará de Judá, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que llegue el verdadero rey» (v. 10a).  

Posteriormente en la Biblia vemos una y otra vez a Cristo referenciado como el León de la tribu de Judá. De igual manera, Jesús es el verdadero Rey, «quien merece la obediencia de los pueblos» (v. 10b). Este pasaje habla de un reino que se extiende. Cristo es Señor no solo de Israel o de una nación física, sino también de un pueblo espiritual donde hay representantes de toda tribu, lengua y nación. Luego, en el libro de Números, vemos los oráculos de Balaam. Este profeta quiso maldecir al pueblo de Israel, pero Dios lo usó para hablar la verdad y profetizar al pueblo:  

Palabras del que oye las palabras de Dios y conoce el pensamiento del Altísimo; del que contempla la visión del Todopoderoso, del que cae en trance y tiene visiones. Lo veo, pero no ahora; lo contemplo, pero no de cerca. Una estrella saldrá de Jacob; un rey surgirá en Israel. Aplastará las sienes de Moab y el cráneo de los hijos de Set. Edom será conquistado; Seír, su enemigo, será dominado, mientras que Israel hará proezas. De Jacob saldrá un soberano, y destruirá a los sobrevivientes de Ar (Núm. 24:16-19, NVI).  

La predicción de este soberano, esta estrella, este rey, nuevamente apunta al reinado eterno de Cristo. En Deuteronomio 18, Moisés dice:  

El Señor tu Dios levantará de entre tus hermanos un profeta como yo. A él sí lo escucharás. Eso fue lo que le pediste al Señor tu Dios en Horeb, el día de la asamblea, cuando dijiste: «No quiero seguir escuchando la voz del Señor mi Dios, ni volver a contemplar este enorme fuego, no sea que muera». Y me dijo el Señor: «Está bien lo que ellos dicen. Por eso levantaré entre sus hermanos un profeta como tú; pondré mis palabras en su boca, y él les dirá todo lo que yo le mande» (Deut. 18:15-18, NVI).  

La oración final de Cristo, en Sus discursos finales antes de la cruz (Juan 14–17), es uno de los pasajes más bellos que podemos estudiar de cristología. Aquí, Cristo mismo revela quién es y qué vino a hacer. Él relata Su obra, Su sacrificio, Su sufrimiento y Su glorificación, así como el hecho de que vino a glorificar al Padre. En pocas palabras, Jesús le dice al Padre: «Yo he dicho todo lo que tú me has mandado, yo he hecho todo lo que tú me diste a hacer». Es como si Cristo mismo dijera: «Yo he cumplido esta profecía que fue dada en el libro de Deuteronomio».


El contenido de este artículo ha sido extraído del libro Doctrina para todas por Jeanine Martínez de Urrea. 

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Jeanine Martínez de Urrea es misionera en Guatemala y sirve con Iglesia Reforma. Es enviada por la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana. Tiene una Maestría en Artes en Estudios Teológicos y Liderazgo Intercultural por el Seminario Bautista del Sur (SBTS), y una Maestría en Ciencias en Ingeniería Sanitaria y Ambiental (INTEC). Sirvió como misionera transcultural, con enfoque en enseñanza bíblica, entrenamiento misionero y discipulado, en el Sur y el Este de Asia por casi 9 años. Es apasionada por hacer discípulos de Cristo, de todas las naciones, a través de la enseñanza bíblica. Le gusta cocinar, la música, y conocer personas de distintas culturas, apreciando la multiforme gracia. De vez en cuando, recuerda detenerse y oler las flores.

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