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Por Angélica Rivera de Peña.

Para nadie es una sorpresa que vivimos en un mundo estresante, cambiante, lleno de pecado, enfermedades, catástrofes, relaciones con personas difíciles y pérdidas que llevan a cualquiera a sentir ansiedad. Y es normal, en ciertas situaciones experimentar ansiedad, ya que la ansiedad es definida como ese sentimiento de intranquilidad o preocupación que sentimos ante algunas circunstancias, que nos llevan a estar en un estado de mayor alerta. El problema está, cuando esa ansiedad nos arropa de manera tal que no podemos concentrarnos, dormir bien, relajarnos, ni siquiera orar o leer la Biblia, porque nuestros pensamientos y emociones están controladas por el temor y no por Dios.

Cuando tengo una preocupación excesiva y continua acerca de las situaciones del diario vivir, que no me deja realizar mis actividades cotidianas, y en muchas ocasiones sin causas o factores que la provoquen, estamos ante un trastorno de ansiedad. Y lo peor son las altas estadísticas de personas que viven arropadas por la ansiedad. Según estudios, 6.8 millones de estadounidenses viven con trastornos de ansiedad y sin irnos más lejos, yo que trabajo en el Centro de Consejería de mi iglesia, puedo asegurar que la mayoría de los casos de las consejerías que recibimos son de personas que buscan ayuda, porque no saben cómo manejar las ansiedades que las diferentes situaciones de sus vidas les causan.

Pero lo asombroso es que Dios sabe que hay muchas razones que podrían llenarnos de ansiedad, y Él nos dice:

«Por nada estéis afanosos, antes bien, en todo, mediante oración y súplica, con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús» (Fil 4:6-7).

«Echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque Él tiene cuidado de vosotros» (1 Ped. 5:7).

Nuestro buen Dios, que nos ama, no nos rechaza en medio de nuestra debilidad, sino que nos da una puerta de escape para salir de la ansiedad. Nos pide que oremos, supliquemos, busquemos Su ayuda y demos gracias por toda circunstancia, porque es casi imposible que un corazón agradecido esté ansioso. Cuando estamos agradecidos aún en medio de la situación difícil reconocemos que Dios es soberano, que nos ama y tiene cuidado de nuestra vida, y que aún las peores circunstancias, Dios las usará para el bien de nuestra alma (Rom 8:28). Así que puedo estar con esa paz que sobrepasa todo entendimiento, cuando llevo a Dios mis cargas y le doy gracias.

Filipenses 4:8, sigue diciendo que cuidemos nuestros pensamientos, que pensemos en «todo lo que es verdadero, todo lo digno, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo honorable, si hay alguna virtud o algo que merece elogio, en esto meditad».
Es decir que debemos llenar nuestras mentes de Dios, de Su Palabra, de manera tal que las mentiras y pensamientos dañinos, que no son buenos ni puros, sean cambiados por los de Dios, y así podamos vivir vidas que glorifiquen a Dios, llenos de la paz que Él da a los que le buscan.

Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo.
Juan 16:33

Angélica Rivera de Peña es diaconisa en la Iglesia Bautista Internacional, República Dominicana, es graduada del Instituto Integridad & Sabiduría y tiene un certificado en ministerio del Southern Baptist Theological Seminary, a través del programa Seminary Wives Institute, está casada con el pastor Joel Pena, encargado del ministerio de Vida Joven de su iglesia donde Angélica sirve junto a su esposo, y tienen dos hijos, Samuel y Abigail.

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