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Por Liliana González de Benítez

Algunas veces la vida puede compararse con una feroz batalla. Un niño nace con cardiopatía congénita, una mujer sufre infertilidad, a un padre de familia le amputan una pierna… Esto último le ocurrió a mi suegro hace apenas unos meses. Los médicos amputaron su pierna izquierda por causa de una trombosis venosa profunda (afección que ocurre cuando se forma un coágulo de sangre en una vena). Después de ser un esposo y padre abnegado, ahora pasa sus días en cama, paralizado y deprimido. 

Mi suegro vive atrincherado en la batalla. Lucha con la duda sobre la bondad de Dios, lucha con el dolor corporal y lucha con la desolación. Su esposa e hijos también luchan. Mi esposo sufre el garrotazo de la inutilidad al no poder ayudar a su padre en este tiempo de sufrimiento debido a los miles de kilómetros que los separan. Sin embargo, no lo he escuchado quejarse ni una sola vez. Más bien, da gracias a Dios por todo. 

Una auténtica comprensión del evangelio produce en nosotros frutos de gratitud, aun en el más agobiante sufrimiento. Pero si no entendemos o malinterpretamos la Escritura podemos llegar a odiar a Dios cuando nos sobreviene una grave enfermedad o vemos sufrir a un ser amado. 

El evangelio es la mejor noticia del mundo 

Cuando sufro en mi cuerpo la embestida de una enfermedad, o veo padecer a un creyente dolor físico y emocional, vienen a mi mente estas palabras de Jesús: «No temas, rebaño pequeño, porque el Padre de ustedes ha decidido darles el reino». (Luc. 12:32 NBLA) ¡No hay una mejor noticia en todo el universo! Los cristianos vivimos gozosos, porque el reino de los cielos nos pertenece. 

Aunque estemos enfermos y rodeados de problemas «nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios». (Rom. 5:2 NBLA) De esa esperanza les habla el apóstol Pablo a los creyentes que sufren: «Alégrense en la esperanza, muestren paciencia en el sufrimiento, perseveren en la oración». (Rom. 12:12 NVI) Aquí hay tres ordenanzas bíblicas que nos ayudan a soportar nuestros padecimientos y a consolar a los afligidos con el mismo consuelo que Dios nos ha dado en Cristo.  

Alégrense en la esperanza  

Cuando somos sorprendidos por un diagnóstico grave podemos llegar a sentir enojo, miedo, culpa, tristeza y otras tantas emociones que no sabemos controlar. En esas circunstancias, necesitamos oír la esperanza del evangelio. Pues «la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo». (Rom. 10:17 NBLA) 

Es por esa razón que al hurgar la Biblia vemos que Jesús iba a pie por toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando el evangelio del reino, y sanando a todos los que estaban enfermos. (Mat. 4:23; 9:35) Él se ocupaba primero de lo más importante: enseñar y proclamar la Buena Noticia acerca del reino de Dios. «El tiempo se ha cumplido», decía, «y el reino de Dios se ha acercado; arrepiéntanse y crean en el evangelio». (Mar.1:15) Después, sanaba las enfermedades y los males de la gente. 

La prioridad de Jesús no era sanar las enfermedades físicas —aunque curó a numerosos enfermos—, Su propósito era exhortar a las personas a confesar sus pecados con sincero arrepentimiento para que recibieran el perdón de Dios y la salvación de sus almas. 

En nuestro lecho de enfermo, Dios nos llama a levantar la mirada al cielo, arrepentirnos de nuestros pecados y consolarnos unos a otros con la esperanza de resurrección que tenemos en Jesucristo. Si perseveramos, sin apartarnos del Dios de la esperanza, podremos soportar las pasajeras aflicciones de esta vida, porque Su gracia es todo lo que necesitamos. (2 Cor. 12:9-10) 

Muestren paciencia en el sufrimiento 

Nuestro nivel de paciencia aumenta a medida que meditamos en el evangelio. La Palabra de Dios nos fortalece y nos anima a perseverar en la bendita esperanza que tenemos en Cristo. Y esa esperanza no es solo para disfrutarla cuando lleguemos al cielo, podemos experimentar el amor y la consolación de Jesús ahora. 

¡Estas sí que son maravillosas noticias! No luchamos solos. Jesús nos sostiene en medio del combate. Él vive perpetuamente intercediendo por nosotros. (Heb. 7:25) El Espíritu Santo también ora con gemidos indecibles. (Rom. 8:26) Si confiamos en Su amor podremos soportar con paciencia nuestros padecimientos, porque sabemos que Dios los usa para formar en nosotros el carácter de Cristo. (Rom. 8:28-29) 

Perseveren en la oración   

Ninguna persona podrá experimentar contentamiento en medio de la tribulación si no pone en práctica el sagrado deber de la oración. El creyente que descuida la comunión diaria con Dios perderá el gozo, la paciencia y la esperanza en los periodos prolongados de sufrimiento. Esa es la razón por la que vemos en nuestras iglesias a tantos cristianos ansiosos y llenos de miedo; la falta de oración los lleva a la duda y al descontrol.  

La oración diaria nos hace apartar los ojos de la tribulación y fijarlos en Cristo. Por medio de nuestras rogaciones somos fortalecidos con el gran poder de Dios para resistir, sin cansarnos ni desanimarnos, dando gracias y confiando plenamente en que «los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada». (Rom. 8:18) 

Meditemos en esta gloriosa verdad y vivamos llenos de esperanza. 


Liliana González de Benítez es escritora y columnista cristiana. Su mayor gozo es proclamar la Palabra de Dios. Dirige el estudio bíblico de las mujeres en su iglesia y es autora del libro Dolorosa Bendición. Nacida en Venezuela. Vive en los Estados Unidos con su esposo y su hija. Puedes seguirla en sus redes sociales: FacebookInstagram y en su blog.

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