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Por Wendy Bello

Era un día como cualquier otro, o quizás eso creyeron aquellos pastores cuando comenzaron su jornada en algún campo cercano a Belén. En la frialdad de la noche, probablemente conversaban entre sí. Tal vez  alguno dormitaba. Otro de seguro soñaba despierto mientras contemplaba las estrellas. Incluso puede ser que otro recordara, al ver el cielo cubierto de luces tintineantes, la promesa de Dios hecha a Abraham bajo un cielo muy similar. De pronto, la oscuridad de la noche se iluminó, no con relámpagos, no por la luz brillante de la luna. Era algo sobrenatural:

Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor, y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: «No teman, porque les traigo buenas nuevas de gran gozo que serán para todo el pueblo; porque les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: hallarán a un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre» (Lucas 2:8-11). 

¿Te imaginas? Era lógico que sintieran temor. No es cosa de todos los días que aparezca  un ángel en el cielo, nos hable, y la gloria de Dios se manifieste. Sin embargo, eso fue lo que sucedió. Dios escogió a aquellos pastores para que fueran los receptores de una gran noticia. De hecho, la palabra griega en la frase «traigo nuevas de gran gozo» es euangelizomai, la forma verbal de nuestra palabra Evangelio. Ellos recibieron buenas nuevas, las buenas nuevas del Evangelio mientras pastoreaban a las ovejas.  

Es interesante que las noticias no solo eran buenas, ¡eran noticias de gozo! Para un  pueblo que vivía bajo la opresión romana, muchos en gran pobreza e incluso esclavitud, la llegada del Salvador seguía siendo un anhelo profundo… y lejano. Pero esa noche, todo cambió. Los pastores recibieron la mejor de las noticias, no solo para ellos, ¡sino para  todo el pueblo! Es muy probable que las palabras de los profetas resonaran en las mentes de algunos de ellos. El Salvador, el Hijo de David, Belén… 

La voz del ángel no solo les dio la noticia, sino que añadió detalles: el niño estaba recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre. La respuesta de los pastores siempre ha captado mi atención. El relato de Lucas dice:

Cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos esto que ha sucedido, que el Señor nos ha dado a saber. Fueron a toda prisa…» (Lucas 2:15-16a).

No sabemos si fueron todos los pastores, no sabemos qué pasó con las ovejas. Pero lo que sí sabemos es que se fueron corriendo. Ellos entendieron que aquella noticia ameritaba dejar todo a un lado, porque el Señor mismo se las había enviado. Y así llegaron hasta el lugar del gran acontecimiento. 

Su arribo fue un testimonio para los que estaban ahí porque el relato nos cuenta que los pastores compartieron lo que les fue dicho acerca de este niño. De nuevo, la noticia impactó a los receptores pues el texto nos dice que «todos los que lo oyeron se maravillaron de las cosas que les fueron dichas por los pastores» (Lucas 2:18). 

El relato de Lucas, aunque breve, no omite lo importante. Esta narración termina diciéndonos qué hicieron los pastores luego de corroborar el mensaje del ángel y compartirlo con otros:

«Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como se les había dicho» (Lucas 2:20).

Aquella noche los pastores fueron testigos no solo de la primera Navidad,  de un suceso inigualable con ángeles, mensajes celestiales y rostros asombrados. Fueron testigos de la fidelidad de la Palabra de Dios. Lo anunciado siglos antes por los profetas, ahora se hacía realidad ante sus ojos, incluso si ellos no lo comprendieron en ese momento. El anuncio del ángel también se cumplió al pie de la letra, «tal como se les había dicho». Al regresar, su reacción era otra, ya no de curiosidad. Ahora respondían en adoración al Dios que les había revelado algo tan maravilloso. Sin saberlo, en un día común y corriente, habían sido escogidos para testificar y adorar a Dios por el milagro más grande de la historia: la encarnación del Hijo de Dios. 

Tú y yo compartimos con estos pastores mucho más de lo que imaginamos. Aunque no tuvimos el privilegio de ser testigos oculares de lo que ocurrió en Belén, si nuestra vida ya pertenece a Cristo, entonces también hemos sido escogidas para testificar a otros de este milagro y para vivir vidas que adoren a Dios. El mensaje que los pastores escucharon de parte de la multitud celestial debe ser el mismo que nosotras proclamemos:

«Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace» (Lucas 2:14).

Wendy Bello es escritora y conferencista. Su deseo es enseñar a las mujeres la importancia de estudiar la Palabra de Dios. Escribe para múltiples plataformas y es autora de varios libros, entre ellos el estudio bíblico “Decisiones que transforman.” Ha estado casada por más de 20 años y tiene 2 hijos. Puedes seguirla en Facebook, Twitter y en su Blog.

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