Skip to main content

Por Susana de Cano

Cuando hablamos de misión nos referimos al propósito que una persona debe cumplir, según en dónde se le ha enviado y con lo que le ha dado. Nuestra misión procede de nuestro Creador, quien nos formó físicamente y de nuestro Señor y Salvador que nos recrea espiritualmente. Por lo tanto, le pertenecemos y la misión que nos ha dado es nuestra prioridad.

Después de la caída que la Biblia relata en Génesis 3, la maternidad fue grandemente afectada por el pecado. Hemos leído las historias del dolor que implicaba un vientre cerrado o hasta la competencia que sucedía por tener muchos hijos. Quizá es tu propia historia. Pero ¿Por qué fue así? En el contexto histórico y cultural, podemos decir con certeza que tener hijos era señal de bendición y seguridad del linaje. Pero ¿qué linaje? ¿se trataba de ellas o se trata de Alguien más y de una misión mayor?

La maternidad es parte del plan redentor

El vientre de toda madre que ha existido y el corazón maternal de toda mujer que ha nutrido a otros, es parte del plan redentor de Dios desde Génesis 1:28. Dios encomendó a Adán y Eva que se multiplicaran, Su misión era abundar en hijos e hijas portadores de la imagen de Dios para continuar con Su plan de llenar toda la tierra de Su gloria. Después de la caída, este mandato no cambió (Gen. 9:1-3) ni ha cambiado. Dios escoge, llama y salva, provee de Su Palabra para que todo Su pueblo viva conforme a Su llamado como representantes Suyos en esta tierra mientras caminan a su tierra prometida: el cielo. Su plan redentor nos incluye a nosotras como hijas de Dios, pero también como misioneras en nuestros hogares porque todos necesitamos salvación.

La misión de Dios para la maternidad

«Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón. Las enseñarás diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Las atarás como una señal a tu mano, y serán por insignias entre tus ojos. Las escribirás en los postes de tu casa y en tus puertas», Deuteronomio 6:6-9.

¿Qué tiene que ver esto con la misión de Dios para la maternidad? ¡Todo! Porque Dios te salvó por la fe en Jesús para que hagas discípulos de Cristo. ¡Esa es la misión de Dios para tu maternidad! Es la misma de todo cristiano ¡Hacer discípulos! (Mat. 28:19-20). Esta misión solo puedes llevarla a cabo en Sus fuerzas, en Sus métodos y según Sus enseñanzas. No tenemos que inventarnos «el agua azucarada», nuestra misión está decretada desde antes de la fundación del mundo. ¡Qué privilegio tenemos!

Nos sumamos a la misión de Dios de llenar esta tierra con imitadores de Cristo. La maternidad no se trata de ti, se trata de avanzar el reino de Dios con los hijos físicos y espirituales que te ha dado para que les enseñes a ser adoradores de Dios por la fe en Jesús. Tu misión es hablar de día y de noche de Cristo, no necesariamente haciendo un estudio bíblico, más bien en la cotidianidad, por medio de las preguntas de tus hijos, en situaciones de sufrimiento, al corregirlos y en las circunstancias características de esta vida, es decir en todo tiempo.

La maternidad apunta a Cristo

Cristo es la promesa de Dios para la salvación de los Suyos, pues desde Génesis 3:15, Él es llamado «Simiente» que nacería del vientre de una mujer. Sabemos que esta mujer es María, la madre de Jesús. En Él se cumplen todas las promesas que nosotras disfrutamos al confiar en Él (Gal. 3:16). La bendición de tener hijos no se trataba primariamente de las mujeres, sino de que sus vientres colaboraron a tejer las generaciones de las que el Salvador vino. Nuestra maternidad colabora a nutrir generaciones que proclamen a Cristo y nuestra tarea es apuntarlos a Él porque la gran necesidad del corazón de nuestros hijos es que conozcan al Salvador.

Tu corazón y la misión de Dios

Somos misioneras en nuestro hogar, ese es nuestro primer campo misionero. Sin embargo, estamos viviendo en tiempos peligrosos, en medio de una sociedad que desprecia la maternidad por considerarla demasiado sacrificial y un estorbo para el progreso individual de la mujer. Por otro lado, algunas mujeres han respondido a este ataque frontal contra el diseño de Dios en la mujer, al hacer de la maternidad su fuente de identidad, propósito y plenitud. ¿De dónde procede? De un corazón que aún está inclinado a la autonomía.

¿Cómo se puede ver? Cuando adoptamos los múltiples consejos que encontramos en el bufé de las redes sociales, nos comparamos con otras mamás y empezamos a decidir lo que es importante sin tomar en cuenta el consejo de Dios, de tu esposo o de hermanas mayores. Si confías en tu desempeño maternal, sea bueno o no tan bueno comparado al estándar que te hayas impuesto, te olvidarás de Dios. Examina tu corazón a través de las dinámicas de tu hogar porque la maternidad es un medio para el fin de glorificar a Dios, con quienes Él te ha dado ¡Tus hijos! y con lo que Él te ha dado ¡Su Palabra! Ni tus hijos son un estorbo ni ellos son tu obra de arte personal.

La maternidad no es romántica, requiere sacrificio y toda tu energía física y espiritual. El agotamiento es humano, pero cuando escala a amargura, queja y frustración necesitas volver a la cruz para reavivar tu corazón y renovar tu perspectiva. Tu misión no es ser la «mamá del año» es ser una mamá fiel a Dios cada día, con cada pañal sucio, con cada desvelo, en cada berrinche, en medio de la enfermedad, el crecimiento y el pecado.

¿Estás viviendo para este llamado? Ponte manos a la obra, porque Dios está contigo todos los días de tu vida gracias a Cristo, Él te envió y dio esta misión, no te dejará ni desamparará, te ayuda, te capacita por medio de Su Palabra y el Espíritu Santo. Por lo tanto, puedes perseverar cada día con gozo y agradecimiento a Dios por hacerte parte de plan redentor. Así que, ¡Manos a la obra!


Leave a Reply

Hit enter to search or ESC to close