KRISTIE ANYABWILE
Los poemas tienen la capacidad de captar toda una vida en pocas palabras. Comunicar ciertas ideas o historias requeriría volúmenes de prosa, pero pueden comunicarse de forma creativa, sucinta y memorable en un poema. Uno de estos poemas se llama «Mother to Son» [De madre a hijo], escrito por el poeta afroamericano Langston Hughes.
Well, son, I’ll tell you:
Life for me ain’t been no crystal stair.
It’s had tacks in it, and splinters,
And boards torn up,
And places with no carpet on the floor—
Bare.
But all the time
I’se been a-climbin’ on,
And reachin’ landin’s,
And turnin’ corners,
And sometimes goin’ in the dark
Where there ain’t been no light.
So boy, don’t you turn back.
Don’t you set down on the steps
’Cause you finds it’s kinder hard.
Don’t you fall now—
For I’se still goin’, honey,
I’se still climbin’,
And life for me ain’t been no crystal stair.
Bueno, hijo, te diré:
La vida para mí no ha sido ninguna escalera de cristal.
Ha tenido tachuelas y astillas,
Algunos tablones levantados,
Y lugares sin alfombra en el suelo…
vacíos.
Pero en todo momento
Ha sido cuesta arriba,
Llegar a un descanso
Y volver a girar,
y a veces, caminar a oscuras
Donde no hay ninguna luz.
Así que, m’ijo, no te des la vuelta.
No te sientes en los escalones
Porque te resultan un poquito difíciles.
No te caigas, por favor.
Porque la subida sigue, mi amor,
Hay que seguir trepando,
Y la vida para mí no ha sido ninguna escalera de cristal.
Este poema expresa la vida difícil de una madre, pero también ofrece esperanza de que sus tribulaciones no tienen la última palabra. Los descansos a los que se llega, los giros que se dan y el destino final hacen que valgan la pena el dolor y las cicatrices de la subida. ¿Cómo perseveraría un cristiano a través de dificultades como las que ella enfrentó? Este pasaje nos ayudará a responder a esa pregunta. Nos llama a subir la escalera de la vida, hacia el lugar donde el Señor está sentado en el trono y reina para siempre. Demuestra que la perseverancia viene de una perspectiva transformada, la cual nos anima en medio de nuestras pruebas a no darnos la vuelta ni sentarnos en los escalones cuando la vida se ponga difícil, sino a fijar la mirada en Aquel cuya Palabra permanece para siempre.
ESTABLECIDA EN EL CIELO
Tu palabra, Señor, es eterna,
y está firme en los cielos (v. 89).
La Palabra de Dios es el fundamento de todo lo que existe. El Señor estableció la tierra en sus cimientos, para que jamás se mueva (Sal. 104:5). Todos y todo lo que ha existido alguna vez o llegue a existir dependen de la cualidad eterna de la Palabra de Dios. Ningún poder terrenal puede alcanzarla, cambiarla ni torcerla. Sin embargo, la Palabra de Dios no está aislada de Su creación. Tiene un vínculo inseparable con el mundo porque el mundo existe gracias a esa Palabra. Tal como leemos en Génesis 1, Dios habló y fueron creados los cielos y la tierra, mediante Su palabra poderosa y creativa. En Su gracia, Dios ha entretejido Su Palabra y Su mundo.
Su poder, sabiduría y entendimiento se manifiestan en Su Palabra (Isa. 54:10‑11). Las promesas de Dios se manifiestan en Su Palabra, la cual es segura porque Él cumple Su pacto. Es el único que puede prometer con una certeza eterna que Su Palabra es verdad.
PARA TODAS LAS PERSONAS
DE TODOS LOS TIEMPOS
Tu fidelidad permanece para siempre; estableciste la tierra, y quedó firme (v. 90).
En 1 Crónicas 16:1‑7 se nos dice que, cuando el arca de Dios (el lugar de la presencia del Señor entre Su pueblo) se había completado y colocado dentro de la tienda de reunión, y después de que se hicieron las ofrendas y se ofrecieron oraciones por su finalización, el rey David comisionó a los levitas «para que ministraran, dieran gracias y alabaran al Señor, Dios de Israel» (1 Crón. 16:4). El estribillo de la canción que escribió David para esta ocasión festiva y sagrada fue:
¡Alaben al Señor porque él es bueno, y su gran amor perdura para siempre! (1 Crón. 16:34).
Por cierto, este se transformó en el estribillo de muchas canciones de David. Era su respuesta a la manera en que Dios se había revelado a Su pueblo y les había mostrado la fidelidada Su pacto y Su bondad. Dios habla fielmente a todas las generaciones porque Su amor permanece por todas las generaciones.
LA PALABRA PERDURA SOBRE
LA AUTORIDAD DE DIOS
Todo subsiste hoy, conforme a tus decretos,
porque todo está a tu servicio (v. 91).
El Señor sustenta el universo por la palabra de Su poder (Heb. 1:3): «Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente» (Col. 1:17). Dios es soberano sobre Su mundo. El cielo y la tierra demuestran Su gobierno y autoridad. Incluso ahora permanecen, pero no por su cuenta y por cierto no gracias a nosotras, sino porque Él gobierna todas las cosas. Ningún propósito humano ni poder de la oscuridad puede quitarle a Dios lo que Él sostiene con el poder de Su Palabra.
EL DELEITE Y LA VIDA
Si tu ley no fuera mi regocijo, la aflicción habría acabado
conmigo. Jamás me olvidaré de tus preceptos, pues con
ellos me has dado vida (vv. 92‑93).
Desde el versículo 92 hasta el final, el salmo adopta una perspectiva más personal. El salmista reflexiona sobre la eficacia de la Palabra de Dios como algo evidente en sus circunstancias personales. Se encuentra en medio de la aflicción. Los malvados complotan para destruirlo. Pero como él medita en la Palabra eterna y perdurable de Dios, sabe que sus tribulaciones son limitadas y temporales. No permanecerán. No tienen ninguna autoridad sobre su vida. La Palabra de Dios sí la tiene. Entonces, él no se concentra en su aflicción, sino en la Palabra de Dios que deleita y da vida.
Sin la Palabra de Dios, es como «caminar a oscuras, donde no hay ninguna luz». Para el creyente que vive en medio de un mundo perverso, no hay deleite. Pero con la Palabra de Dios, podemos entrar al atrio de los malvados armados con la verdad que nos permite pararnos seguras del juicio de Dios más que del juicio del hombre. Por eso, el salmista jamás olvidará la Palabra de Dios. Se apoya en las promesas y los preceptos de Dios y estos son su deleite en la vida en medio de la aflicción, tal como Spurgeon escribió en The Golden Alphabet [El alfabeto dorado]:
¡Qué bendición es tener los preceptos escritos en el corazón
con el bolígrafo dorado de la experiencia y grabados en
la memoria con el estilete divino de la gracia! El olvido es
un gran mal en cuestiones sagradas.
¿Conoces esa sensación satisfactoria que experimentas cuando tuviste algo en la punta de la lengua todo el día y por fin lo recuerdas (en general, a eso de las tres de la mañana)? ¡Cuánto más satisfactorio es recordar la Palabra de Dios! No solo satisface, sino que también nos revive, nos da vida y nos sustenta.
LA PALABRA ES ACCESIBLE
Jamás me olvidaré de tus preceptos, pues con ellos me has dado vida. ¡Sálvame, pues te pertenezco y escudriño tú preceptos! Los impíos me acechan para destruirme, pero yo me esfuerzo por entender tus estatutos (vv. 93‑95).
Estos versículos nos ayudan a meditar en la accesibilidad, la influencia y el poder de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios implantada en nuestro corazón no vuelve vacía. Permanece con nosotras, a veces en forma latente, y Dios la usa para darnos vida. Como lo expresó Spurgeon: «Aquello que estimula el corazón sin duda estimula también la memoria». El salmista ora para que Dios lo salve (v. 94a), y luego proporciona la evidencia de que pertenece a Dios; en concreto, que ha escudriñado Sus preceptos (v. 94b). En otras palabras, apela a Dios con seguridad, apoyado en su relación con Él.
El salmista podría haber considerado su aprieto a la luz de sus enemigos. En cambio, consideró a sus enemigos a la luz de su Señor. Nada podría darle tal confianza para pedir excepto la seguridad de saber que pertenecía a Dios y que Dios escuchaba y respondía. Precisamente porque los cristianos pertenecemos a Dios, sabemos que Él nos escucha y responde a nuestro clamor. Solo esta garantía de la pertenencia inspira la clase de osadía santa que vemos en el salmista. Esta seguridad nos da el valor para seguir trepando, llegar a descansos y volver a girar.
Todas tenemos enemigos… el mundo, la carne y el diablo. Siempre conspiran en nuestra contra. Nuestro enemigo merodea como un león, buscando a quién devorar, y nosotras debemos resistirlo y estar firmes en nuestra fe (1 Ped. 5:8‑9a), al meditar en la Palabra fiel del Señor.
LA PALABRA NO TIENE LÍMITES
He visto que aun la perfección tiene sus límites; ¡solo tus mandamientos son infinitos! (v. 96).
El poder y la autoridad de Dios se extienden a toda nación, lengua y tribu; a todo grupo económico y clase social; a ambos géneros y a cada orientación sexual; a cada ideología política y filosófica; a toda edad y habilidad y a cada pecador y a cada santo. Hasta ahora, hemos hablado de «la Palabra», como si fuera meramente lo que proviene de Dios. La Palabra es más que eso. Tal como Dios nos lo revela en el Nuevo Testamento, la Palabra es una persona. La Palabra es Cristo.
En el principio la Palabra ya existía. La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. El que es la Palabra existía en el principio con Dios. Dios creó todas las cosas por medio de él, y nada fue creado sin él. La Palabra le dio vida a todo lo creado, y su vida trajo luz a todos
(Juan 1:1‑4, NTV).
Además…
… la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre
nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y fidelidad.
Y hemos visto su gloria, la gloria del único
Hijo del Padre (Juan 1:14, NTV).
La Palabra que creó el mundo es la misma que lo sustenta hasta hoy. Y es el mismísimo Jesucristo, el cual es tanto Dios como hombre. La perseverancia duradera en la aflicción no viene al alcanzar hitos terrenales, como subir escalones y llegar a un descanso (como los que mencionaba la madre en el poema que vimos antes). La perseverancia que permanece viene solo a través de una relación con Jesucristo, Aquel en quien y por quien vemos «abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre» (Juan 1:51).
Jesús sin duda sabía y recitaba el Salmo 119 en canto y en oración porque conocía la necesidad y el valor de la obediencia en medio de las dificultades. Es maravilloso que nuestro Salvador haya rogado que la copa de juicio de Dios pasara de Él pero, aun así, haya cumplido la voluntad de Su Padre con obediencia. Es aleccionador que el Padre haya respondido al ruego de Jesús diciendo: No, esta es tu copa; debes beberla entera, porque esta es mi voluntad para ti. Y Jesús obedeció. Llevó sobre sí todo el peso de la ira de Dios al morir en la cruz por nosotros. Tres días más tarde, se levantó de la tumba, demostró Su poder sobre el pecado y la muerte y garantizó la vida de resurrección para nosotras cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y confiamos en Él. Y ese es solo el principio. A medida que concentramos nuestro corazón y nuestra mente en la Palabra de Dios, Él continúa transformándonos más y más a la semejanza de Su Hijo.
Todos experimentarán problemas, dolor, angustias y aflicción. Tal vez estás buscando trabajo y te preocupan tus finanzas; quizás tienes una relación difícil con tu cónyuge o tu pareja y no estás segura de cómo avanzar; tal vez estás cuidando a padres enfermos, deseas mostrar tu apoyo pero te sientes agotada y abrumada. Quizás estás luchando con una adicción o con algún pecado sexual en secreto y te pone nerviosa hablarlo con el líder de un grupo pequeño o con un pastor; tal vez eres una joven mamá que está pasando un tiempo difícil, te cuesta mantener los ojos y el corazón abiertos a los que tanto te necesitan y te exigen; quizás eres una viuda que está intentando encontrarle sentido a la vida sin su compañero o puede ser que te esté costando perdonar y que no puedas ver más allá de la amargura y el enojo. O quizás, o quizás, o quizás… Sin duda, para todas nosotras, la vida no ha sido ninguna escalera de cristal.
No deberíamos sorprendernos cuando lleguen dificultades a probarnos, como si nos estuviera sucediendo algo extraño. En cambio, podemos (y deberíamos) regocijarnos en nuestras pruebas (1 Ped. 4:12‑13). Esto no es un llamado a anhelar el sufrimiento y sus desafíos. Nadie espera con ansias las dificultades ni le pide a Dios que las apile sobre sí. No. Pero sí nos regocijamos en el fruto espiritual que producen nuestras pruebas en nosotras (Sant. 1:3‑4). Junto con el salmista, recibimos consuelo en la aflicción al deleitarnos en la Palabra de Dios. En el poema «Mother to Son», la madre fue sincera con su hijo respecto a la realidad de las tribulaciones en la vida, pero también fue firme al alentar a su hijo a perseverar tal como ella había perseverado. Los cristianos somos llamados a algo más que soportar en nuestras propias fuerzas. Nuestro sufrimiento y tribulaciones deben hacernos madurar y llevarnos a depender más de Cristo. Perseveramos por Su poder que obra en nosotras. Nuestros problemas son peldaños hacia la perseverancia y un camino al gozo.
A veces, lo último que quieres hacer cuando estás sufriendo o te sientes cansada o preocupada es tomar tu Biblia. Quizás estés exhausta, herida, avergonzada, enojada, amargada, abrumada o preocupada. Pero si estás absorta en la Palabra eterna y perdurable de Dios —y ves tus circunstancias pasajeras a la luz de Su Palabra—, encontrarás luz y vida y la capacidad de perseverar en el peor de los tiempos.
Tu palabra, Señor, es eterna, y está firme
en los cielos (v. 89).
Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)