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Por Karen Garza

En Semana Santa recordamos el evento más importante del cristianismo: la muerte y resurrección de Jesús. Fue por medio de estos sucesos que Jesús venció el pecado y la muerte, y Su amor transformó nuestra historia para siempre. Sin duda Él es el centro de la Semana Santa, pero hay un detalle hermoso que frecuentemente pasamos por alto, alrededor de estos eventos tan cruciales Jesús dio un lugar muy especial a las mujeres.  

Más que valentía: Un lugar en el plan de Dios 

Desde el comienzo de su ministerio, Jesús llamó a muchas mujeres a seguirle y ellas respondieron con fidelidad. En los momentos más oscuros de la crucifixión, cuando muchos discípulos huyeron, las mujeres permanecieron allí. María, la madre de Jesús; María Magdalena; María, la madre de Santiago, y otras mujeres estuvieron al pie de la cruz (Mat. 27:55-56).  

Y en otro momento clave de la historia las vemos nuevamente, en la resurrección de Jesús. Muy temprano en la mañana, fueron al sepulcro con especias aromáticas para ungir Su cuerpo (Mar. 16:1), pero en lugar de encontrar un cuerpo sin vida, descubrieron la tumba vacía y escucharon el anuncio angelical: «No está aquí, porque ha resucitado, tal como Él dijo…» (Mat. 28:6a). Momentos después, María Magdalena fue la primera en ver a Jesús resucitado y recibió la misión de anunciarlo a los discípulos (Juan 20:14-18) ¡Esto es increíble! En un contexto donde el testimonio de una mujer no era valorado, ellas fueron quienes presenciaron y proclamaron la noticia más importante de la historia. 

Podríamos preguntarnos ¿por qué las mujeres fueron testigos, tanto de la cruz como de la tumba vacía y no sus once discípulos? ¿Acaso fueron más valientes o amaron más a Jesús que los apóstoles? Sin duda la valentía y el amor brillan en sus historias, pero no debemos ignorar que más allá de cualquier cualidad humana, su presencia no fue casualidad. Las mujeres estuvieron allí por una sola razón y es que Dios así lo decidió. Hechos 10:40-41a dice «Pero Dios lo resucitó al tercer día e hizo que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a los testigos que fueron escogidos de antemano por Dios…» ¿Te das cuenta? Su presencia allí no fue coincidencia, sino parte del plan divino.  

Más que testigos: Receptoras de Su gracia 

Si observamos el ministerio de Jesús, veremos cómo Él dignificó a la mujer en Su vida, muerte y resurrección, no por ellas mismas sino por Su gloria. En una cultura donde muchas veces eran relegadas, Jesús rompió las barreras culturales y religiosas para demostrar Su amor y propósito para ellas. Las valoró al acercarse y hablarles directamente, las escuchó cuando otros las ignoraban, las sanó cuando estaban quebrantadas, y las llamó a seguirlo cuando eran tenidas en poco. Jesús no solo permitió que caminaran con Él, sino que también les dio un papel clave en Su obra redentora, mostrándoles que eran parte importante de Su Reino. Pero no cometamos el error de pensar que ellas eran meramente instrumentos para Dios. Él, en Su soberanía, no solo las escogió para estar en la cruz y para ser las primeras en anunciar la victoria de Jesús sobre la muerte, sino también para hacerlas beneficiarias de Su obra y darles el precioso regalo de la salvación. Jesús no hizo distinción entre hombres y mujeres a la hora de extender Su gracia; a todos los que creen en Él les ha dado la vida eterna. Su amor nos llama a vivir con la certeza de que las mujeres también tenemos un lugar en Su Reino, y que un día, junto con todos los redimidos, disfrutaremos de Él para siempre.

Dios sigue llamando a mujeres 

Es importante entender que estas mujeres formaron parte de la misión de Dios porque, primero, estuvieron en Su corazón. Fueron pensadas y diseñadas por un Dios amoroso que, con detalle, planeó no solo su feminidad y el diseño único de cada una, sino también la salvación que recibirían y las obras en las que andarían. 

El papel de las mujeres en la Pascua nos habla de algo mucho más grande que ellas mismas: nos revela el carácter bondadoso de Dios y Su deseo de formar un pueblo compuesto por hombres y mujeres redimidos por Jesús.  

Desde el principio, Dios creó a Adán y a Eva y les dio la misma bendición: 

«Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra». (Génesis 1:27-28). 

Sin embargo, fueron tentados por Satanás y pecaron contra Dios, trayendo sobre sí la maldición de la muerte. Pero ahora, a través del Segundo Adán, Jesucristo, tanto hombres como mujeres reciben la misma bendición de la vida eterna. Por esto Jesús les dijo a aquellos que iniciarían Si Iglesia, «Por tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:19.20). 

Cuando Jesús llamó a mujeres a seguirle, estaba dando eco a Génesis 1. Él vino a mostrarnos que la voluntad del Padre siempre ha sido incluir a las mujeres en Su Reino y en Su misión. ¡Esto es una gran noticia para nosotras! Desde entonces y hasta hoy, Él sigue llamándonos, primero, para ser receptoras de Su gracia redentora y, luego, para participar con Él en la proclamación del evangelio. 

La historia no terminó en aquel sepulcro vacío, la invitación sigue abierta para ti. Corre a Cristo para que tus pecados sean perdonados, para ser coronada con la salvación y para anunciar, junto con todos Sus hijos, el glorioso mensaje del evangelio. Hoy, así como lo hizo con aquellas mujeres en la cruz y en la tumba vacía, Él te llama a recibir Su gracia y a caminar en la misión que ha preparado para ti. No hay mayor bendición que pertenecer a Él. Mi oración es que podamos responder a Su amor y vivir para Su gloria, porque ¡somos parte de Su plan eterno!

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