Por Alejandra Sura
La oportunidad de servicio y ministerio en la iglesia puede verse desde muchas perspectivas y definirse de maneras sorpresivas cuando leemos la Palabra de Dios. Puede que seas de esas mujeres que tienen los dones y habilidades más visibles: enseñanza, liderazgo, logística, música.
Tus dones podrían tener alcances inimaginables y muy públicos; por otra parte, puede que seas una mujer con un ministerio silencioso y tras bambalinas, como el de una administradora financiera, diseñadora gráfica o que seas una mujer que sirve implícitamente por medio de su discapacidad.
El tema de la mujer con discapacidad y su función en la iglesia vale la pena nuestra atención porque nos ofrece una redefinición de lo que significa «servicio» o «ministerio» que puede ayudarnos a todas. Solemos asociar la palabra «ministerio» con la esposa del pastor, la misionera, la que toca la guitarra o canta en el grupo de alabanza. Es decir, típicamente asociamos la palabra con funciones protagónicas que suelen «producir mucho fruto». Esta es una visión angosta y antibíblica.
Te invito a leer Hechos 6:1-7. El pasaje nos narra cómo los apóstoles se dieron cuenta de que necesitaban entregarse a la oración y al «ministerio de la Palabra» (Hech. 6:4), en vez de «servir mesas». Es interesante que las palabras ministerio y servir son esencialmente la misma. Es decir, aunque son funciones diametralmente distintas, una protagónica y la otra menos visible, vemos en la Palabra que ambas son lo que hoy conocemos como «ministerio». Ambas colaboran para un mismo objetivo y cada uno de los miembros de una comunidad de fe tiene algo que aportar para el avance del reino de Dios.
Podríamos decir entonces que ministerio es ejecutar una función ordenada por Dios que cumplimos para Su gloria, para el beneficio de nuestra familia de fe y la proclamación del evangelio. Esto incluye a «los miembros más débiles», incluso los que tienen discapacidades severas. Todos ofrecemos un servicio indispensable a la iglesia de Cristo.
Una discapacidad implica deficiencias físicas, mentales, emocionales, sensoriales (y más) que afectan la forma de interactuar o participar plenamente en la sociedad y dentro de la familia de fe. Opuesto a lo que podríamos intuitivamente pensar, la mujer con discapacidad es un regalo de Dios para la iglesia, no solo porque también aporta grandemente según sus dones y habilidades.
Para la gloria de Dios, muchas mujeres con discapacidad ocupan roles protagónicos en la iglesia y organizaciones cristianas. Y para la gloria de Dios, muchas no. Su servicio es el de ofrecer una oportunidad para que los demás miembros practiquen el amor de Cristo al vestirlas con dignidad y con decoro (ver 1 Corintios 12:23). El apóstol Pablo nos enseña que los miembros del cuerpo «más débiles, son los más necesarios» (1 Corintios 12:22), pues entrenan al cuerpo de Cristo a amar como Él: con dedicación, servicio, humildad y sacrificio. Este tipo de servicio es silencioso y matizado, es un servicio que afila. El ministerio de muchas mujeres con discapacidad, ya sea por enfermedad o por vejez, requiere una convicción a menudo retadora: la de reconocer con gozo la necesidad de dejarse servir por otros y ser usada como instrumento de santificación de tus hermanas y hermanos.
La Biblia nos ofrece ejemplos valiosos, y en la época de su escritura, varios de ellos eran socialmente inaceptables.
¿Sabías cómo fue que la obra misionera de Jesús se sostuvo monetariamente? Quizás imaginamos que cada hora de comer era solucionada con una multiplicación de panes y de vino, pero no era así. Nuestro Señor y Sus apóstoles eran sostenidos por la generosa contribución de «María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, y Juana, mujer de Chuza, mayordomo de Herodes, y Susana, y muchas otras» (Lucas 8:1-3). En Su misericordia, Dios capacitó a estas mujeres para dar en forma sacrificada (el pasaje dice que tomaron de sus propios bienes) y hacer posible que Jesús anunciara las buenas nuevas.
Vemos otros ejemplos en el Nuevo Testamento. Priscila era artesana y, junto con su esposo Aquila, tenía un negocio de hacer tiendas. Fue en su casa donde se reunía la iglesia de Éfeso. Lidia era vendedora de costosas telas de púrpura que solo podían comprar los ciudadanos más pudientes y prestigiosos. En el momento que esta mujer se convirtió, rogó a Pablo y sus acompañantes que fueran a su casa. No solo eso, sino que esa misma casa fue lugar de refugio en el momento en que Pablo y Silas lograron salir de la cárcel (Hechos 16:14-15, 40). Estos ejemplos nos muestran cómo Dios confía la administración de Sus bienes a las mujeres para la obra misionera de la iglesia.
En la modernidad, las mujeres seguimos siendo tremendamente productivas en cuanto a las finanzas se refiere. Pero nos encontramos en gran tentación ya que, en vez de invertir en el reino de Dios, a menudo escogemos invertir en la popular obra del embellecimiento personal. Muchas otras prefieren embellecer sus cuentas bancarias «por si surge una emergencia», olvidando que la emergencia es hoy y no tiene nada que ver con nuestra seguridad.
Hermana, ¡tu obediencia podría ser la respuesta de las oraciones de los misioneros en tu vida!
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Alejandra Sura, fue fotógrafa profesional por muchos años. Sin embargo, su vocación y amor por las personas la llevó a completar una Maestría en Consejería Bíblica en el Seminario Teológico Westminster en Filadelfia, Pennsylvania. Junto a su esposo Stefán han trabajado para la edificación y educación de la iglesia por más de 10 años en diferentes capacidades como, discipulado, consejería y entrenamiento.