Skip to main content

SALMO 119:41‑48

JAMIE R. LOVE

En 1971, la melodiosa voz de Marvin Gaye entonó las palabras: «Mercy, Mercy Me!» [¡Misericordia, misericordia para mí!]. En esta popular canción, Gaye denunciaba cómo el mundo había perdido el rumbo. El tema de la balada era el abuso y el mal uso del medio ambiente. Según Gaye, la humanidad se había vuelto una administradora negligente del mundo. Entonces, clamaba pidiendo «misericordia», tanto para él como para el mundo.

El salmista también clama por misericordia en esta sección del Salmo 119. Sin embargo, su clamor, aunque es similar al de Marvin Gaye, también es distinto. Marvin clamaba por la conservación de la comodidad de la criatura. El salmista oraba por la persistencia de la gloria de Dios. Esta oración por misericordia está impulsada por un temor santo. Tiembla al pensar que el Señor pueda quitarle Su favor. Por lo tanto, el salmista le pide a Dios Su gran misericordia (v. 41, RVR1960), y a cambio, le promete al Señor una vida valiente, santa y dedicada comprometida a servirlo y a deleitarse en Él (vv. 42,44‑48).

William Cowper, un compositor del siglo xviii, delineó la estructura de estos versículos con una fabulosa elocuencia:

Toda esta sección consiste de peticiones y promesas. Las peticiones son dos; los versículos 41 y 43. Las promesas son seis. Esta es, entre muchas, una diferencia entre los hombres piadosos y los demás: todos los hombres buscan cosas buenas de parte de Dios, pero los malvados no le dan nada a cambio ni prometen ninguna clase de respuesta. Sus oraciones no prosperan porque proceden de un amor a sí mismos y no al Señor. Si llegan a obtener lo que necesitan, no se preocupan por darle al Señor lo que es para Su gloria; pero los piadosos, mientras buscan cosas buenas, también alaban a Dios cuando las reciben, y devuelven el uso de lo que han recibido a la gloria del Dios que se las dio. No buscan su propio bien sino que aman al Señor; y lo que buscan de Su parte lo buscan con este fin, que puedan servirlo mejor. Tengamos cuidado con esto porque es una clara señal que distingue a los que son verdaderamente religiosos de aquellos mentirosos [farsantes] y falsos.

Tomado de C. H. Spurgeon, The Treasury of David [El tesoro de David], vol. 3, pág. 231.

LA PRIMERA PETICIÓN

Envíame, Señor, tu gran amor [tu misericordia]
y tu salvación, conforme a tu promesa (v. 41).

El salmista necesitaba mucha misericordia y de muchas maneras. Al igual que Job, entendía que «pocos son los días, y muchos los problemas, que vive el hombre nacido de mujer» (Job 14:1). Por lo tanto, necesitaba la abundancia gratuita del favor de Dios. Las pruebas y las aflicciones son la norma desde la caída de Adán y Eva.

Nos hemos acostumbrado a pensar que las bendiciones prometidas a aquellos que viven de acuerdo a la Palabra de Dios necesariamente suponen alivio, comodidad y prosperidad. Sin embargo, es todo lo contrario. Aunque Dios sí promete que todo el que lo busca y se compromete con Su Palabra será bendecido, esa bendición no excluye las pruebas y las aflicciones.

Por lo tanto, querida lectora, cuando adversidades, aflicción, angustias, dudas, peligros, desánimo, temor, orgullo e incredulidad intenten obstruir tu camino, pídele al Señor que envíe Sus grandes misericordias para sustentarte y guiarte, de manera que en medio de las pruebas de la vida, puedas vivir «de manera digna del Señor, agradándole en todo. Esto implica dar fruto en toda buena obra, crecer en el conocimiento de Dios» (Col. 1:10).

Cuando te asedien los enemigos interiores; cuando te ataquen los enemigos externos; cuando la trinidad maligna del mundo, la carne y el adversario pongan su mirada en ti; cuando tu pie casi tropiece en este mundo caído; cuando parezca que la Palabra de Dios está escondida de ti y sientas que estás «en medio de un mar sin una brújula, en un desierto sin guía alguna; y en un país enemigo sin alguien de tu lado», 2 únete al salmista y ora la vieja canción «Ten misericordia de mí»:

¡Ah! Señor, ten misericordia.
¡Ah! Señor, ten misericordia.
¡Ah! Señor, ten misericordia.
Ten misericordia de mí.

Señor, que tus misericordias vengan a defenderme y rescatarme. Como eres un Dios de múltiples misericordias, que pueda ver mis oraciones respondidas pronto.

La salvación de Dios es la suma y la corona de todas las misericordias, la liberación del mal, ahora y para siempre. El salmista sabe que se trata de «tu salvación», adjudicándosela toda a Dios. ¡Nuestro Dios es el Dios de la salvación! Y esa salvación se nos ha aparecido en la persona de Jesucristo (Tito 2:11‑14). Él es indudablemente la fuente inagotable de la misericordia de Dios. ¡Qué plenitud de misericordias se apilan en la salvación de Jesucristo! En Él, Dios envía misericordias para separarnos para la salvación; misericordias que nos conducen a la salvación; misericordias que nos ayudan a caminar en salvación y misericordias que nos llevan a salvo a la gloria. Jesús vino a traernos misericordias demasiado numerosas como para contarlas, invalorables, de infinitas aplicaciones y de resistencia eterna.

Este camino de salvación se describe en la Palabra. La salvación se promete en la Palabra y su manifestación interior está forjada por la Palabra. De manera que en todo sentido, la salvación que es en Cristo Jesús está de acuerdo con la Palabra.

LA SEGUNDA PETICIÓN

No me quites de la boca la palabra de verdad,
pues en tus juicios he puesto mi esperanza (v. 43).

El salmista le pide al Dios misericordioso que nunca lo deje llegar a un punto en la vida en el cual no pueda dar testimonio de la verdad ni avergonzarse de mencionar la Palabra de Dios.

Querida lectora, ¿alguna vez te sentiste incapaz de testificar sobre la verdad debido a fracasos pasados? Te arrepentiste y Dios te perdonó, pero todavía hay cicatrices.

No estás sola. Hace muchos años, consumida por mis propias ambiciones académicas y profesionales, me perdí una oportunidad de evangelizar a una joven que consideraba mi amiga. Pasábamos cientos de horas juntas estudiando, yendo de compras y soñando con nuestras carreras futuras. Compartíamos todo menos una conversación sobre Cristo. Todavía me sobreviene un remordimiento cuando recuerdo cómo razonaba en ese entonces: «Ya tendremos tiempo para el evangelio más adelante…».

«Más adelante» nunca llegó para mi amiga. Murió de forma repentina. Me quedé sentada en su funeral, abrumada por el dolor y la vergüenza, mientras el adversario se burlaba de mí y me decía: «¡Tuviste tu oportunidad! ¡No se puede confiar en ti! ¡Se te acabaron las oportunidades de predicar el evangelio!».

Pero ¡alabado sea Dios! En medio de mi culpa, Él envió una multitud de misericordias para que yo no cayera de cabeza a la desesperación. Me afligió con gracia, me reconfortó plenamente y produjo una mayor obediencia en mí. Las misericordias de Dios llenaron mi boca de Su Palabra y me pusieron en un camino hacia muchas oportunidades para predicar el evangelio, encendida con un fuego santo que sigue ardiendo hasta el día de hoy. Aprendí a decir: «Antes de sufrir anduve descarriado, pero ahora obedezco tu palabra» (v. 67).

LAS SEIS PROMESAS

Así responderé a quien me desprecie,
porque yo confío en tu palabra (v. 42).

El salmista promete permanecer con confianza y valor frente a la oposición. Este compromiso con la Palabra de Dios y con el Dios que está detrás de esa Palabra sirvieron como el pilar para el pueblo de Dios frente a la oposición a lo largo de la Escritura (ver Luc. 21:15; Ef. 6:17b; 1 Ped. 3:15).

Siempre podemos tener algo con lo cual responder a las burlas vulgares de nuestros enemigos (adentro y afuera) porque Dios nunca defrauda a aquellos que ponen su confianza en Él. En el fragor de la batalla, ni la filosofía ni la ciencia ni la retórica alcanzarán. Al contender contra los poderes de la oscuridad, «la espada del Espíritu […] es la palabra de Dios» (Ef. 6:17b). «Escrito está» es nuestro golpe maestro.

En la vida, abundará la oposición que nos ataque. Recuerdo enfrentarla cuando decidí que era hora de dejar el mundo corporativo profesional y volver a casa. Era una transición enorme para mí porque me había esforzado muchísimo por alcanzar un alto grado de éxito y respeto. Tampoco era que no estuviese sirviendo con fidelidad al Señor en el trabajo. Predicaba el evangelio, y el Señor había usado con gracia mi testimonio para llevar a una de mis más queridas amigas del trabajo a la fe en Jesús.

Sin embargo, sentía una inquietud en el corazón y en el alma. El Señor tenía otras cosas con las cuales deseaba que me ocupara. Cosas como pasar más tiempo en preparación y en la enseñanza de la Palabra de Dios, educar a mis nietos en casa y ocuparme de familiares enfermos. No podía meterme de lleno en esta clase de ministerios mientras dedicaba tanto de mí a otra profesión. Bajo la guía del Espíritu Santo y el consejo de los ancianos de la iglesia, mi esposo y yo tomamos la decisión de que me jubilara muy temprano.

¡Ahí empezaron las burlas, las provocaciones y una abierta oposición! ¿Qué podría ser más importante que el prestigio y la recompensa financiera que acompañan una carrera profesional exitosa? «¿Cómo puedes abandonar todo lo que te esforzaste tanto por lograr en el sumun de tu carrera?». «¡¿Qué quieres pasar tiempo haciendo qué?!». «¡Toda la preparación y la enseñanza bíblica del mundo jamás te redituarán lo mismo que estás ganando!». «¿Cómo puedes dejar tanto por tan poco?».

Bueno, ya pasaron 16 años desde la primera vez que me puse aquellos tacones azules oscuros y tomé mi planeador diario (soy de la vieja escuela), y el Señor ha sido fiel. ¿Qué me mantuvo en pie estos 16 años? La Palabra de Dios. Confiar en la Palabra de Dios es la respuesta a las provocaciones, las burlas y la oposición. Su Palabra es indudablemente el pilar para las personas que se comprometen con Él.

¿La Palabra de Dios es tu pilar? ¿Respondes «escrito está» a las provocaciones, las burlas y la oposición de adentro y de afuera? ¿Confías de verdad en Su Palabra?

Por toda la eternidad obedeceré fielmente tu ley (v. 44).

El salmista promete dedicarse al estudio de la Palabra de Dios hasta el fin de su vida. No solo la fidelidad del Señor abre nuestra boca contra Sus adversarios, sino que también une nuestro corazón a Él en asombro y adoración. Que jamás perdamos nuestro amor por la Escritura. Que el tiempo no produzca frialdad, ni una indiferencia por exceso de familiaridad. Peleemos continuamente por el amor a la Palabra en nuestros corazones, hogares, iglesias y comunidades. Solo la misericordia de Dios puede permitirnos guardar Sus mandamientos sin descanso y hasta el final.

Viviré con toda libertad, porque he buscado tus preceptos (v. 45).

El salmista promete esforzarse siempre por conocer la mente de Dios y conformarse a ella. Afirma que la Palabra guiará sus pasos. Le interesan los preceptos de Dios; tanto su estudio como su aplicación a la vida (ver v. 2,94,10,155). La recompensa por este interés en los preceptos de Dios es una calma y un caminar sereno que no se ven afectados por los adversarios, que están libres de toda carga y con un amplio margen para vivir sin temor. Como dijo nuestro Señor: «Si vosotros permaneciereis en mi palabra, […] conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:31‑32, RVR1960).

Hablaré de tus estatutos a los reyes y no seré avergonzado (v. 46).

El salmista promete audacia para proclamar los testimonios de Dios: La Palabra dirigirá mi boca. Está libre del temor a las personas más grandes, orgullosas e influyentes. Ahora, posee lo que había pedido (v. 43). Como resultado, se levantará y hablará para Dios. No se quedará callado.

… pues amo tus mandamientos, y en ellos me regocijo (v. 47).

El salmista promete deleitarse en la Palabra de Dios. La Palabra controlará su mente. El salmista hallaba tal satisfacción en los mandamientos de Dios que nada le resultaba más agradable que transformarlos en su tema constante de meditación. Junto a la libertad y el valor está el deleite. Cuando cumplimos con nuestra tarea, encontramos una gran recompensa en ello.

Yo amo tus mandamientos, y hacia ellos elevo mis manos; ¡quiero meditar en tus decretos! (v. 48).

El salmista promete buscar con empeño la Palabra de Dios, por el bien de su carácter y su conducta: La Palabra informará y ocupará mi corazón. Nunca puede meditar demasiado en la mente de Dios. Extender las manos para agarrar algo y disfrutarlo indica que lo deseamos con todo nuestro ser. ¿Amas la Palabra de Dios? Entonces aplícala con hechos y de verdad.

Dichoso es aquel que lucha hacia arriba y estudia en profundidad, que se para con las manos extendidas hacia arriba tanto para recibir la bendición como para obedecer el precepto.

SEIS PROMESAS PARA TI

Una de las frases más memorables de la canción Mercy, Mercy Me! es: «Las cosas no son lo que solían ser». Las palabras de Marvin Gaye eran correctas (aunque no en el sentido en que las dijo) en cuanto al cristiano. Cuando la misericordia de Dios invade nuestra vida, ya nada es igual.

Cuando Dios te envía Su corona de misericordias en Cristo e ilumina Su Palabra para ti, prometes junto con el salmista:

  1. Permanecer con confianza y valor frente a la oposición.
  2. Dedicarte al estudio de la Palabra de Dios hasta el fin
    de tu vida.
  3. Esforzarte por conocer la mente de Dios y conformarte
    a ella.
  4. Proclamar con audacia los testimonios de Dios.
  5. Deleitarte en la Palabra de Dios.
  6. Buscar la obediencia a la Palabra de Dios, por el bien de
    tu carácter y tu conducta.

¡Con esto, querida lectora, silenciarás a tu peor enemigo, encontrarás tu mayor deleite y glorificarás a nuestro gran Dios!


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

Leave a Reply

Hit enter to search or ESC to close