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¿Cómo se ve una persona que tiene un corazón agradecido? Quizás es alguien a la que no vemos quejarse, no vemos criticar, vemos que encuentra lo positivo en otras personas, no siente envidia ni quiere usurpar lugares que no le corresponden.  

Estoy segura de que a ti se te ocurren más características de una persona que es agradecida. ¿Es posible vivir en ese estado de forma constante? Pareciera ser utópico, lejano y quizás imposible. Sin embargo, si la Palabra de Dios nos exhorta a desarrollar una vida de agradecimiento constante diciendo: «Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Tes. 5:18), entonces vamos como no nos deja otra opción más que desarrollar un corazón que expresa agradecimiento.  

De modo que, si la Palabra nos exhorta, entonces no es utópico ni lejano. Para los hijos de Dios esta es una realidad. Ahora, ¿qué la hace posible? Porque la verdad es que con más frecuencia de la que quisiéramos aceptar nos quejamos, criticamos, juzgamos, nos cuesta ver lo positivo en nuestra vida y vemos con más facilidad «el pasto verde del jardín de enfrente». Con más facilidad anhelamos lo que otros tienen y quisiéramos una vida que no tenemos. Pero el Señor nos exhorta a tener corazones agradecidos en toda circunstancia y dice que eso es lo que Él quiere para nosotros. ¿Cómo podemos llegar a este punto?  

Siempre he creído que, si nos obligamos a obedecer tarde o temprano se nos notará la falsedad, tarde o temprano nuestra obediencia quedará diluida en el verdadero deseo de nuestro corazón. Por eso Jesús dijo: «Si me amáis, guardad mis mandamientos» (Juan 14:15), porque la verdadera obediencia nace de un corazón que ama a su Señor.  

Aun esta exhortación de vivir agradecidas en toda circunstancia encuentra su fundamento en el amor a nuestro Salvador. La razón es sencilla, vivimos en un mundo caído y será imposible encontrar satisfacción plena que nos permita caminar agradecidos. Nuestros propios corazones son engañosos (Jer. 17:9) y nos llevarán a creer que necesitamos cosas, personas, sueños y realidades que en verdad no son realmente nuestra necesidad.  

Necesitamos enfrentar nuestra realidad no con un corazón que se aferre al «si mi vida no cambia me muero», sino un corazón que es capaz de considerarlo todo como pérdida por el incomparable valor de conocer a Cristo, su Señor (Fil. 3:8). Un corazón que es capaz de reconocer que lo más grande y valioso que tiene es Jesús: haber sido elegida y salvada por Él. Que conocerlo a Él y hallar Su plenitud en la persona de Cristo es su pan diario, el alimento que la satisface más allá de lo que tiene o lo que le falta.  

La persona de Cristo es la respuesta a sus necesidades y la fortaleza en medio de su sufrimiento que le permite vivir una vida para la gloria de Aquel que la salvó. La obra de la persona de Cristo es el recordatorio que no merece absolutamente nada, pero que lo ha hallado todo en Jesús.  

Cuando Cristo irrumpe nuestras vidas y Su luz alumbra nuestra oscuridad, entonces podemos reconocer que no merecemos nada de lo que tenemos, que todo ha sido por gracia y que, si aún lo perdemos todo en este mundo, el valor de tener a Cristo es tan incomparable que tenemos convicción de que seremos sostenidas milagrosamente por Aquel que nos ha dado una vida nueva.  

Esa es la razón que sostiene nuestro corazón agradecido, la razón que lo anima y por la que podemos mirar el pasto más verde del vecino y dar gracias. Porque nuestra plenitud no se encuentra en lo que tenemos o en lo que no tenemos, nuestra plenitud y fortaleza para caminar en un mundo caído se encuentra en Aquel que me salvó.  

Por eso necesito dedicar mi vida a conocerlo. Porque al hacerlo me encontraré cara a cara con la persona de Jesús, descubriré cada día más Su carácter bueno, amoroso, cuidadoso, tierno, compasivo, misericordioso y perdonador. Descubrir quién es Él me llevará a confiar en Él en formas que nunca había imaginado, seré transformada de gloria en gloria (2 Cor. 3:18), entonces viviré una vida con raíces puestas en mi nación celestial y con mi esperanza puesta en la eternidad junto a mi Salvador.  

Es por eso que podemos levantar los ojos a los cielos para vivir una vida llena de agradecimiento, porque ya hemos recibido el regalo más valioso e inmerecido: a Cristo. Todo lo demás son añadiduras que a nuestro Señor le place darnos, y si nuestra realidad no ha cambiado como quizás quisiéramos, podemos confiar en que el Soberano Rey del universo tiene cuidado y control absoluto sobre eso y que en Sus manos nada será desperdiciado para continuar Su obra en nuestra vida para hacernos cada día más parecidas a nuestro Señor Jesús.

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