Por Verónica Rodas
En la visita de los magos a Jesús, éstos son un hermoso ejemplo si queremos aprender a vivir una vida plena de verdadera adoración.
Se esforzaron
Ellos recorrieron un tramo larguísimo, haciendo aproximadamente 2000 kilómetros para ir a adorar a Jesús: «Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos» (Mat. 2:1). Adoración no es solo liturgia, canciones o palabras correctas, la adoración más profunda brota cuando el corazón percibe a alguien digno de valorar y amar. Y todo lo que quieres hacer es entregarte, honrarle y estar cerca de Él.
Fueron guiados sobrenaturalmente
Para que suceda lo anterior, es imprescindible este punto: Los magos fueron informados del nacimiento del Rey Jesús por la estrella que apareció en el cielo. Desde ese mismo momento que se les reveló esa estrella, estuvieron dispuestos a pasar todo lo que fuera necesario para llegar delante del Rey y adorarle. Fueron guiados e impulsados por algo sobrenatural: «su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle» (Mat. 2:2). Sus vidas fueron revolucionadas: «¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto» (v. 2).
Necesitamos que nos suceda lo mismo, nuestra adoración también necesita ser guiada y encendida por algo que nos trasciende. Para experimentar una adoración viva, apasionada, ardiente, expectante, renovada y genuina, necesitamos que el Espíritu Santo resplandezca «en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo» (2 Cor. 4:6).
Buscaban al Cristo
Justamente eso es lo que nos sucederá si tenemos verdadera comunión con el Espíritu Santo. Siempre será una adoración a Dios viendo Su gloria en la faz de Jesucristo. Mira cómo los magos buscan al Cristo, dice Mateo 2:4: «Y convocados todos los principales sacerdotes, y los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Cristo». La revelación de todo lo que hizo, hace y hará Dios a través de Su Hijo (Ef. 1:15-23) es el fuego que arde en la adoración de los cristianos. No es solo adoración a Dios, es adoración a Dios en Cristo. ¡Esto es tan esencial que no se puede describir en millones de palabras!
Tuvieron fe y gozo
Así, adorando a Dios en Cristo inflamadas por el Espíritu Santo, es que corremos a la adoración con el corazón latiendo de expectativa. Es esa fe de que nos encontraremos con Él y sin duda grandes cosas sucederán lo que nos hace felices, y oleadas de gozo vienen a nosotras. Como los magos: «al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo» (Mat. 2:10), así queremos entrar «al altar de Dios, al Dios de [nuestra] alegría y de [nuestro] gozo» (Sal. 43:4) y alabarle.
Reconocieron a Alguien superior
La adoración es esa mezcla extraña entre percibir a Dios tan altísimo, tan superior, tan inexplicablemente infinito, pero a la vez escucharle y verle amando lo imposible de amar. Es ahí, justo ahí, cuando tu corazón llega a postrarse ante el Rey que la adoración es la mejor clase de vida. No hay adoración sin verle así y postrarte. «Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron» (Mat. 2:11).
Entregaron cosas valiosas
Y bueno, cuando llegas a ese punto, sin duda, lo das todo. Y todo lo que puedes hacer o dar jamás lo notas, porque es amor. Amor feliz, pleno, que se da y quiere dar más. Los magos no dieron el tiempo que les sobraba, algún regalo que tenían por ahí. Ellos entregaron sus vidas por la revelación de Jesús, «y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra» (Mat. 2:11).
¡Oh mi hermana, que este precioso ejemplo de aquellos reyes que viajaron de Oriente hasta «la estrella resplandeciente de la mañana» (Apoc. 22:16), encienda en nosotras vidas de adoración!
Verónica Rodas es esposa del pastor Luis Rodas. Madre de Cintia (17) y Zoé (6). Juntos sirven al Señor en Córdoba, Argentina. Su anhelo es mostrarle a la mujer lo deleitoso y hermoso que es ser discípula de Cristo.