Muchas veces cuando a alguien le preguntan dónde comienza el Evangelio en la Biblia, la persona responde: «en el Nuevo Testamento», o quizá diga «en el libro de Mateo». Sin embargo, el Evangelio se remonta mucho más atrás.
Nosotros vivimos en un mundo de malas noticias. No sé si lo has pensado pero nuestros medios de prensa por lo general persiguen aquellas noticias que involucran una catástrofe, un crimen, un conflicto político, desastres naturales, muertes, etc. El pronóstico del tiempo rara vez dice parcialmente soleado, en su lugar nos dicen «parcialmente nublado». Vivimos en un mundo acostumbrado a propagar malas noticias.
Evangelio es una palabra griega que significa buenas noticias. Y, aunque su mención en la Biblia comienza a partir de lo que nosotros llamamos el Nuevo Testamento, la verdad es que su mensaje de buenas noticias lo encontramos mucho antes, casi al comienzo de las Escrituras. El Evangelio se anuncia por primera vez en el libro de Génesis. Permíteme explicarlo.
La peor de las noticias que podamos recibir no es que la bolsa colapse, ni que el candidato de preferencia no resulte electo. Tampoco lo es que perdamos un trabajo, una relación, ni siquiera un diagnóstico de enfermedad. Todas esas son malas noticias, sin dudas, pero no son la peor de las noticias. La peor de las noticias es esta: que fuimos expulsados de la presencia de Dios, hechos enemigos de Él, objetos de Su ira, condenados para siempre. Eso fue lo que sucedió cuando el pecado entró al mundo.
Génesis 3 encierra la peor de las noticias y, al mismo tiempo, la mejor. El hombre y la mujer fueron expulsados del huerto, del lugar donde habitaban y tenían comunión con Dios (Gen. 3:23-24), pero no sin antes darles una esperanza, una buena noticia. Una buena noticia que sería no solo para ellos, sino para ti y para mí también. Interesante que esta noticia, este anuncio profético, se le fue dicho al autor del pecado, a Satanás, aquí representado por la serpiente:
Pondré enemistad
Entre tú y la mujer,
Y entre tu simiente y su simiente;
Él te herirá en la cabeza,
Y tú lo herirás en el talón. (Gen. 3:15)
Este versículo ha sido llamado por los teólogos, el protoevangelio, es decir, el primer evangelio. ¿Por qué? Porque aquí fue anunciado que un descendiente de la mujer vencería a la serpiente, pondría fin a la muerte y al pecado. En Génesis 3:15 tenemos la primera promesa de liberación. El primer mensaje de redención a la humanidad. Y, a partir de ese momento, comenzó la espera, el aguardar a que llegara quien por fin daría cumplimiento a aquella promesa.
La historia bíblica nos cuenta cómo en diferentes momentos Dios ratificó esta promesa, llevándolo a cabo mediante pactos. Hizo un pacto con Noé, un pacto con Abraham, luego un pacto con Moisés, un pacto con David. Todos los pactos apuntaban hacia lo mismo: vendría uno que aplastaría la cabeza de la serpiente, uno que sería perfecto, en quien no se hallaría pecado, que se sentaría en el trono para siempre.
La espera fue larga y en la mente de muchos rondaba la idea de que tal vez Dios se había olvidado. La oscuridad imperaba, el pecado cada vez mayor, el dolor y el sufrimiento latentes. El pueblo esparcido, el reino destruido, siglos de silencio. Hasta que un día, una pareja comprometida para casarse, escuchó una voz. Él en un sueño, ella en una visitación. José y María recibieron el anuncio que confirmaba que el momento esperado por años y años había llegado:
«Y el ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de Su padre David; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reino no tendrá fin”» (Luc. 1:3-33).
Jesús, un nombre que significa Dios es salvación. El momento por fin había llegado. La promesa se había cumplido. Era el nuevo pacto. Es muy posible que María no pudiera entender todo lo que aquella revelación encerraba, pero sin duda comprendió que era un milagro, que Dios se había acordado de ellos, que el silencio había terminado y la esperanza se abría paso en medio de la oscuridad (puedes leer Lucas 1:46-55). Era la mejor de las noticias. El niño que crecería en su vientre era el heredero prometido a Abraham, el cumplimiento de la ley, el descendiente de David, quien ocuparía el trono en un reino eterno.
Nuestro mundo no dista mucho del mundo en que ellos vivieron. Pero el Evangelio sigue brillando con la misma intensidad que aquella noche en Belén o aquella tarde oscura en una cruz de Jerusalén, tanto como en la mañana gloriosa de un domingo sin igual. El Evangelio sigue siendo la mejor de las noticias. Hemos sido reconciliados para siempre, por pura gracia de Dios. Nuestro pecado, pagado y justificado, porque Él es fiel y cumple sus promesas. Lo que anunció en el Edén, lo cumplió. De Edén salimos muertos, pero en Cristo regresamos a la vida:
«Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Entonces mucho más, habiendo sido ahora justificados por Su sangre, seremos salvos de la ira de Dios por medio de Él. Porque si cuando éramos enemigos fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, habiendo sido reconciliados, seremos salvos por Su vida» (Rom. 5:8-10).
Y esto, mi querida lectora, es el verdadero Evangelio, la mejor noticia. Por eso en tiempos de adviento celebramos a Cristo y anticipamos su regreso. Por eso también celebramos la Navidad.
Wendy Bello es de origen cubano, pero radica en los Estados Unidos. Es una activa conferencista y maestra de la Biblia; autora de varios libros, entre ellos, Más allá de mi lista de oración, Digno, Un corazón nuevo y Una mujer sabia. Colabora en el ministerio de mujeres de su iglesia local y también con otros ministerios como Lifeway Mujeres, Coalición por el Evangelio y Aviva Nuestros Corazones. Wendy está casada con Abel y tienen dos hijos. Ella cuenta con una Maestría en Estudios Teológicos de Southern Baptist Theological Seminary. Puedes encontrarla en wendybello.com