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Por Cathy Scheraldi de Núñez

Juan 12:32: «Y yo, si soy levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo».

Desde Génesis 3 todas nosotras hemos heredado una naturaleza pecaminosa y por consiguiente pecamos. Como sabemos que la paga del pecado es muerte (Rom. 6:23) entonces, hasta que comprendemos la cruz de Cristo y lo que significa para nuestras vidas, vivimos con una sentencia de muerte desde que nacemos (Rom. 3:23). La culpa, ansiedad, miedo e inseguridad son nuestro diario vivir hasta que el Espíritu Santo quita el velo de nuestros ojos espirituales y vemos la belleza de la cruz.

La cruz tiene el poder de hacernos libres
Morir físicamente en una cruz, era una muerte tan horrenda que la escena nos obliga a apartar la mirada, sin embargo, lo increíble es que esta muerte horrenda de Jesús atrae nuestra vista hacia ella. Y, ¿por qué? Por lo que Cristo hizo en la cruz, tomar nuestra culpa sobre Él y transferir Su justicia a nosotras (2 Cor. 5:21). ¡Que glorioso intercambio! Hay muchos métodos que el mundo ofrece para aliviar los síntomas de la culpa, como la meditación, la consejería o el aprender a pensar positivamente, sin embargo, la cruz es la única solución porque no solamente mejora los síntomas, sino que elimina la causa. Él no disculpa nuestros pecados, ni los esconde ni tampoco los justifica, sino que los pagó «tetelestai», cancelando la deuda. Pecar contra un Dios tres veces santo, que también es justo y amoroso es tan grave que solamente puede ser pagado por alguien perfecto. Su naturaleza divina hizo que Su sacrificio tuviera el valor necesario para hacer el intercambio por todos los que vienen a Él. La cruz es la única manera de lidiar con la culpa, porque la quita para siempre a través del perdón (Rom. 8:1). Por el inmerecido regalo del perdón, somos libres.

La cruz tiene el poder de crear en nosotras un deseo por justicia
Romanos 6:17-18: «Pero gracias a Dios que, aunque erais esclavos del pecado, os hicisteis obedientes de corazón a aquella forma de enseñanza a la que fuisteis entregados; y habiendo sido libertados del pecado, os habéis hecho siervos de la justicia».

Con la salvación por medio de lo que Cristo hizo en la cruz, tenemos la morada del Espíritu Santo que cambia nuestra disposición de amar el pecado, a amar y buscar la justicia. Nuestro deseo ahora reside en buscar lo que es bueno, justo, verdadero y puro. Aunque nunca alcanzaremos la perfección mientras caminamos en la tierra, la cruz de Cristo nos da sed de ella. Tenemos la tendencia a siempre ver nuestros pecados como pequeños, cuando vemos lo que Cristo, el hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad tuvo que sufrir por nosotras, vemos lo horrendo del pecado a los ojos del Señor y la profundidad de Su amor y justicia. Antes de comprender la cruz, anhelábamos los placeres del pecado, pero después de experimentar la cruz, nuestro espíritu es despertado por el Espíritu de Dios que nos lleva a buscar la justicia (Rom. 7:5-6). Hay muchas formas que nos ayudan a cambiar nuestra apariencia y hasta nuestra forma de pensar, sin embargo, solamente la cruz puede cambiar nuestro corazón.

La cruz da valor al pecador y reemplaza la culpa por amor y aceptación
Debido a un corazón engañoso (Jer. 17:9) y una mente entenebrecida (Ef. 4:18), no evaluamos correctamente nuestras acciones: minimizamos los pecados mientras creemos que somos mejores de lo que somos. Pablo nos avisó que la obra de la ley está escrita en nuestros corazones y entonces, esa misma ley nos acusa (Rom. 2:15) y vivimos con emociones que nos traicionan. Cuando las cosas van bien, nos orgullecemos y cuando no, sentimos culpa y poco valor. Vivir en un mundo caído donde las personas se sienten mejor de sí mismos desvalorando a otras, también produce sentimientos de inferioridad que comienza desde la niñez. Cuando sentimos que no somos dignas y nunca lo seremos, la cruz nos demuestra que Dios nos ama, y nos valoró tanto que murió en nuestro lugar (Juan 3:16). Y como Dios es eterno e inmutable, nos amará por la eternidad. La cruz tiene el poder de establecer nuestro valor como persona, porque ahora somos hijas de Dios.

La cruz nos sana
Las pasiones nos llevan a pecar y el pecado a la vez nos lleva a la muerte (Sant. 1:14-15). Por ende, cada una de nosotras tenemos la enfermedad terminal llamada el pecado y el único médico que tiene la capacidad para curarnos es Jesucristo. La cruz es el procedimiento que Él utiliza para dicha cura. En Números 21 vemos un acontecimiento donde serpientes abrasadoras mordieron al pueblo, y muchas murieron: «Y Moisés intercedió por el pueblo. Y el SEÑOR dijo a Moisés: Hazte una serpiente abrasadora y ponla sobre una asta; y acontecerá que cuando todo el que sea mordido la mire, vivirá» (Núm. 21:7-8). Que analogía más contundente demostrando que cuando Jesucristo fue levantado en la cruz, cada persona que le busca será salva, porque la serpiente fue dominada. Solamente requiere una mirada a Jesucristo con arrepentimiento, porque Él lo hizo todo en la cruz. Él despojó a los poderes y autoridades en la cruz triunfando sobre ellos (Col. 2:15) para que ahora sanas podamos vivir en obediencia a Él.

La realidad es que las personas vienen a Dios a través de la cruz de Cristo, porque tiene el poder para atraerlas a Dios. Cuando Jesús fue levantado, Él trajo a Sus hijos hacia Él (Juan 12:32). Como la cruz nos cambia, es este cambio que trae a otras a Él. A través de nuestra obediencia, el poder de Dios es manifestado y Su nombre es glorificado.

Cathy de Núñez, es parte del ministerio para mujeres “Ezer” de la Iglesia Bautista Internacional en Santo Domingo, Directora del Programa Radial Mujer para la gloria de Dios, escritora del libro “El ministerio de mujeres” y co-escritora del libro “Revolución Sexual” junto con su esposo el pastor Miguel Núñez. Puedes seguirla en Facebook y Twitter.

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