Por: Esther St. John
«¿Por qué tuve que ser mujer?» me preguntaba una joven a la que llamaré «Eliza» en este blog. Eliza tenía en ese entonces 13 años y era estudiante de secundaria en la escuela donde realizaba mi práctica profesional de Psicología en Honduras. A tan corta edad, Eliza había llegado a la conclusión de que ser mujer era una «maldición». Ella afirmaba que los dolores menstruales eran una injusticia, y ni mencionar los dolores de parto. A lo largo de nuestra conversación, Eliza exigía una explicación sobre por qué las mujeres eran consideradas el «sexo débil». Sostenía que, debido a esta etiqueta, muchos hombres se aprovechaban de la vulnerabilidad femenina para humillarlas y abusar de ellas. Eliza estaba convencida de que su vida sería más fácil si hubiera nacido «varón». Así concluyó nuestra primera sesión. Esta conversación me dejó sin palabras. Mi corazón se rompió al escuchar a esa joven odiar su género con tanta pasión. Estaba segura de que había algo más detrás de esta situación, pero no sabía cómo llegar al fondo de su dolor.
Por gracia de Dios, una semana después, Eliza decidió regresar a la oficina de consejería. Fue allí donde abrió su corazón y confesó el dolor que sentía por la pérdida de su madre cuando era niña. Se sentía sola en una casa llena de varones que no la comprendían. Ellos la acusaban de ser «llorona» y «dramática», por lo que mantenía sus lágrimas ocultas. Sentía ira por haber perdido a su madre tan tempranamente, y esa ira se manifestaba en un odio hacia su género y en el deseo de identificarse con el género opuesto. Estaba convencida de que ser varón le ayudaría a soportar el dolor y a relacionarse mejor con su padre y hermanos. Se sentía sin esperanza, y pensaba que debía tomar una decisión que, en ese momento, todavía se consideraba un «tabú». Me pregunto ¿qué habría sucedido si Eliza hubiera experimentado esta crisis en la actualidad, en Estados Unidos? Bueno seguramente su historia sería muy distinta.
En su libro Soy Mujer, Katie J McCoy habla sobre la confusión de género y la presión que la sociedad ha ejercido sobre las niñas en la actualidad. Ella cuenta el caso de una chica de dieciséis años que sufrió un ataque sexual y meses después de la violación, anunció que era transexual1. Esta chica al igual que muchas otras, está buscando una manera de borrar su dolor a través de mecanismos escapistas. Ahora como consejera bíblica, yo reconozco que esta es una realidad muy dolorosa en la vida de muchas de nuestras jovencitas. Muchas de ellas han vinculado el dolor de una experiencia traumática a su género y han buscado una solución a través de la adopción de una nueva identidad. La clave está en rechazar el pasado y todo lo que conlleva. El cambio de género se presenta como una promesa hacia la posibilidad de intercambiar su historia por una página en blanco donde no existe el dolor, y así ofreciendo de forma engañosa supuestas «nuevas oportunidades». Se percibe como un «nuevo nacimiento». ¿Cómo responde el evangelio a estas supuestas propuestas dadas por la ideología de género?
Respuesta #1: El evangelio atribuye el dolor al pecado original, no al género
Génesis 3 nos recuerda que, a causa del pecado de Adán y Eva, el diseño original de Dios para el mundo fue distorsionado. El paraíso se transformó en un valle de cardos y espinas, y la armonía relacional entre Dios y el ser humano, así como entre los seres humanos, fue quebrantada. Esto dio entrada al dolor y a la muerte. En lugar de buscar una solución escapista, el evangelio nos ayuda a comprender nuestra necesidad de salvación eterna. El evangelio de Cristo nos invita a no negar la presencia del dolor, sino a confesar nuestra necesidad de redención. El género femenino no debe considerarse el «sexo débil». La humanidad entera es débil debido a nuestra necesidad de Cristo. El evangelio nos explica que todos vivimos en una lucha constante con nuestro cuerpo físico y aún con nuestro propio corazón. Pablo habla de sus debilidades y sufrimientos en 2 Corintios 12:1-4. La perspectiva de Pablo contrasta con los estándares de la sociedad actual, que nos dice que debemos «ser autosuficientes». Pablo se enorgullece de sus debilidades, porque en su fragilidad, el poder de Cristo se manifiesta más claramente. La debilidad no proviene de nuestra identidad de género; más bien, nos recuerda que necesitamos a Cristo. Esto nos lleva a la segunda respuesta.
Respuesta #2: El evangelio promete una nueva identidad en Cristo que va más allá del género
Gálatas 3:25-29 (NBLA) dice: «Pero ahora que ha venido la fe, ya no estamos bajo el guía. Pues todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que fueron bautizados en Cristo, de Cristo se han revestido. No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús. Y si ustedes son de Cristo, entonces son descendencia de Abraham, herederos según la promesa.» El evangelio de Cristo hace posible la adopción de una nueva identidad como hijos de Dios mediante la fe en Jesús. Es Jesús el transforma la vida y el corazón de una persona independientemente de su pasado, nacionalidad e incluso su género. Este nuevo nacimiento viene con la promesa de redimir todo el dolor proveniente del pecado original del pasado y convertirlo en gozo en la eternidad (Apocalipsis 21:4). Esta nueva identidad nos permite hallar descanso a la lucha contra no sentirnos cómodos o completos en este mundo. El evangelio nos permite hallar libertad hacia el anhelo de ser aceptados y amados.
Conclusión
En conclusión, el evangelio responde a la ideología de género con promesas que ya han sido cumplidas desde la primera venida de Cristo y serán completamente cumplidas en su segunda venida. En 1 Corintios 15:52 dice: «En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados». El evangelio puede transformar nuestra vida, mucho más profundo de lo que logramos entender y ayudándonos a entender nuestra existencia mucho más allá de lo que creemos necesitar. Y mientras sufrimos y luchamos juntos cada día anhelamos el día en que esto termine y decimos «Ven, Señor Jesús».
1Katie J McCoy PHD, Ser Mujer Pg 23