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Marjory Hord de Méndez

«Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada
sobre un monte no se puede esconder»
(MAT. 5:14).

¿Alguna vez se te ha ido la luz de la casa y te encontraste de un momento a otro completamente en tinieblas? Sientes un poco de pánico, buscas cerillos y velas o una linterna… y solo entonces te tranquilizas. Por otro lado, si has andado en el campo sin poder alumbrar tu camino, posiblemente te hayas tropezado o arañado. Se agigantan los sonidos que escuchas e imaginas monstruos o por lo menos bestias peligrosas a tu alrededor. Sin luz puedes sentirte perdido o angustiado, sin rumbo y sin esperanza.

Jesús, la misma luz del mundo, también nos llamó portadores de esa luz. Para las personas que no lo conocen a Él, somos las que reflejan su imagen. En Juan 1 vemos que la luz brilla en la oscuridad, y la oscuridad jamás podrá apagarla. Cristo vino a un mundo en tinieblas para disipar esa oscuridad. De la misma manera, nos llama a ser estrellas que representan Su verdad en esta tierra llena de mentiras, temores y peligros.

Suena hermoso, pero ¿cómo lograrlo? Primero, tienes que estar enchufado a diario con la principal fuente de luz verdadera, con Cristo.

Empápate de Su Palabra; escoge un versículo para guiarte en ese día. Luego permite que Él te enseñe a lo largo del día qué palabras o acciones tuyas pueden ser usadas para dar luz a las personas que cruzan tu camino.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

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