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Carlos Llambés

«Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»
(JUAN 6:66‑69).

Aunque la mayoría de los que estamos en el ministerio, ya sea pastoreando o sirviendo en el campo misionero, tratamos de explicar el evangelio y discipular a los que el Señor nos da, siempre hay algunos que caen a través de las grietas. Con esto me refiero a las personas que se aprendieron el discurso cristiano, se bautizaron y hasta supuestamente decidieron seguir a Cristo y después de un tiempo en los caminos del Señor, se apartan de ellos. La única conclusión lógica es, como nos enseña 1 Juan 2:19: «Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros». Eso causa dolor y a veces desánimo, pero las palabras de Jesús en los versículos de hoy nos deben servir de aliento. Si Él, siendo Dios con nosotros, tuvo que experimentar situaciones así, nosotros debemos estar preparados para soportar las mismas.

Jesús acaba de explicar detalladamente lo que significaba seguirlo y el resultado fue que muchos de Sus discípulos se apartaron y ya no andaban con Él. Jesús no compromete la verdad para acomodarla al antojo de Su audiencia. Ese es un buen ejemplo que debemos seguir. Debemos decir las cosas conforme a lo que encontramos en la Palabra, sin añadir ni quitar nada. La gente necesita saber la verdad. Recientemente un joven pastor amigo me dijo que un «experto en misiones» le comentó que debía anunciar que iban a tener «misa» en su iglesia, donde él es pastor bautista, para atraer a los católicos. Me quede frío ante tal locura y por supuesto le aconsejé que no lo hiciera.

En el pasaje, muchos de los discípulos se fueron y Jesús hace la siguiente pregunta a los que quedaron: «¿Acaso queréis vosotros iros también?». Jesús no está tratando de atraer multitudes con un mensaje liviano, el mensaje es pesado y el que se quiera ir, puede irse.

Al pensar en el afán que tienen algunos por los números, recuerdo la conversión de Charles H. Spurgeon, quien entró en una pequeña iglesia donde había pocos congregados, y allí la gracia del Señor lo alcanzó.

La respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús fue la siguiente: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Hablando por los doce, Simón Pedro dio una maravillosa declaración de fe: reconoció a Jesús como Señor; reconoció a Jesús como la alternativa preferida, a pesar de las dificultades; reconoció el valor de las cosas espirituales, más que los deseos materiales y terrenales de los que se alejaron (palabras de vida eterna); y reconoció a Jesús como Mesías (el Cristo, Hijo del Dios viviente).

No tenemos que dar un mensaje liviano, como una sopita aguada y sin sustancia. Mantén tu proclamación anclada en la verdad del evangelio bíblico, aunque algunos te abandonen.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

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