Por Karla de Fernández
Hace más de cuatro décadas nos sentábamos en la sala de mi hogar mis padres, mis hermanos y yo a ver un capítulo semanal de la serie de televisión: La mujer maravilla estelarizada por una hermosa mujer llamada Lynda Carter.
Mi papá, que era charro, tenía muchas cuerdas o sogas charras a las que yo tenía acceso para poder jugar imitando a la mujer maravilla. Yo quería ser cómo la Mujer Maravilla, quería ser la heroína de la historia, quería ayudar a las personas en problemas, quería que hubiera justicia y se reconociera mi labor. También tenía un avión invisible.
Después de cuarenta años me doy cuenta de que hay una cantidad enorme de mujeres que buscan —quizá sin darse cuenta— ser la Mujer Maravilla para otras mujeres. Mujeres que en su día a día buscan ser la heroína de su historia y de la historia de otras mujeres también.
Mujeres maravilla
Quizá hayas escuchado el viejo adagio que dice: «Entre mujeres podemos despedazarnos, pero jamás nos haremos daño». Es una verdad a medias, las mujeres sí podemos hacernos daño unas a otras. Entre mujeres sí podemos despedazarnos y hacer que otra mujer sufra ya se de manera física, emocional, laboral, sexual o económicamente.
Las mujeres podemos dañarnos más de lo que nos gusta admitir. Entonces, no somos la Mujer Maravilla. Aunque debo reconocer también que son muchas las mujeres que se han levantado como la Mujer Maravilla buscando que se haga justicia a como dé lugar, mujeres que con las mejores intenciones buscan cambiar la vida de otros, mujeres que con el corazón en la mano desean que las mujeres sean amadas, valoradas, escuchadas, protegidas. Lo sé, he estado en esa lucha también.
Y, mira, podemos pensar que estamos haciendo las cosas bien al buscar el bienestar de los demás porque a eso se nos ha llamado, pero quizá hemos perdido de vista que nosotras no somos las heroínas, no somos el personaje principal de la historia, no somos las que ejecutarán justicia y tampoco somos las que tenemos la última palabra. No somos la Mujer Maravilla.
Es verdad que fuimos creadas para vivir en comunidad, pero con la rebelión y el pecado en nuestros corazones todas las relaciones se han visto dañadas. No obstante, es una verdad que, por medio de Cristo se nos ha llamado a la reconciliación con otros seres humanos y a pensar en los demás primero —un mensaje que va contra la narrativa de esta generación que nos dice que primero pensemos en nosotros y después, al último, en los demás —.
Reflexionemos en esto un momento: muchas voces se escuchan en el firmamento virtual y real diciéndonos que nosotras somos capaces de hacer que todo lo que está roto, malo, fracturado y corrompido en el mundo —específicamente contra la mujer— nosotras podemos cambiarlo porque tenemos la capacidad y autoridad de remediarlo.
Aunque sabemos que eso no es posible, hemos comprado la idea de que quizá esas voces tengan razón. Pero es un espejismo que cada vez es más lejano. Es suficiente con que abramos los ojos y miremos nuestro entorno, la vida de nuestros vecinos, de nuestros compañeros de trabajo o que miremos cualquier red social para darnos cuenta de que no hemos remediado nada. Algún día nos daremos cuenta de la realidad, así como al crecer supe que no podía ser la Mujer Maravilla a la que jugaba de niña.
El pecado sigue siendo pecado, las relaciones se siguen rompiendo, las mujeres siguen siendo lastimadas por otras mujeres y por hombres también; podemos ver que el mal no solo no ha terminado, sino que sigue aumentando con el paso del tiempo. La justicia nunca ha estado en nuestras manos, nunca se nos ha dado la potestad de liberar a nadie de sus pecados, jamás hemos tenido el sartén por el mango, aunque lo creamos u otros nos lo hagan creer.
No somos la Mujer Maravilla
Es probable que aún en los círculos cristianos hayas escuchado decir que somos maravillosas, capaces de hacer cuanto queramos porque somos el pináculo de la creación. Es probable también que junto a esos mensajes te hayan recitado el versículo del Salmo 139:14 que dice:
Te daré gracias, porque asombrosa y maravillosamente he
sido hecho; Maravillosas son Tus obras,
Y mi alma lo sabe muy bien.
Sin embargo, ese salmo no fue escrito para empoderarnos o levantarnos la autoestima ni tampoco para hacernos sentir poderosas. Si lo leemos en todo su contexto es una alabanza y adoración al Dios que nos creó de manera maravillosa; es decir, la forma en cómo nos creó, la forma en cómo conoce y gobierna Su creación. Se trata de Él. El héroe de la historia, de nuestra historia es Él.
Muchos podrán decirnos hasta el cansancio de lo que somos capaces de hacer y lograr en pro de las mujeres y de la humanidad entera, y quizá lo hagamos con la mejor de las intenciones, pero si Cristo y Su obra en la cruz no está al centro de nuestra vida seguramente nos levantaremos como la heroína de la historia. Buscaremos que nuestro mensaje sea más fuerte que el mensaje de Cristo y que nuestro nombre sea más conocido que Su Nombre.
Hemos de mirar con más atención la obra de Cristo en la cruz del Calvario y maravillarnos de Él antes de querer mirar nuestras obras y lo que podemos hacer. Hemos de aprender a maravillarnos de Cristo, más de lo que nos maravillamos de nuestras capacidades, elocuencia y aptitudes.
No somos la Mujer Maravilla y eso está bien. Tenemos un Dios maravilloso, glorioso y bueno que no solo nos ha dado hambre y sed de justicia, sino que también nos dio la saciedad a esa hambre y sed por medio del único justo. El único que sí puede cambiar la vida, los corazones, las injusticias y el único que pudo librarnos de la esclavitud del pecado para que entonces, en el día postrero, todo sea como debió haber sido, este es: Cristo.
Jesús les dijo: «¿Nunca leyeron en las Escrituras:
“LA PIEDRA QUE DESECHARON LOS CONSTRUCTORES,
ESA, EN PIEDRA ANGULAR SE HA CONVERTIDO;
ESTO FUE HECHO DE PARTE DEL SEÑOR,
Y ES MARAVILLOSO A NUESTROS OJOS”?
Mateo 21:42
Karla de Fernández está casada con Jorge Carlos y es madre de Daniel, Santiago y Matías. Radican en Querétaro, México y son miembros de iglesia SOMA Querétaro. Karla ama discipular a sus hijos, es defensora del hogar y de la suficiencia de las Escrituras para dignificar el rol de la mujer en el hogar, como esposa, madre y hacedora de discípulos. Puedes seguirla en Blog, Facebook y Twitter.