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Por Masiel Mateo

Durante mi adolescencia sufrí bullying por mi peso. Fueron muchos años de burlas que se evidenciaban en mis lágrimas porque no sabía cómo expresar mi dolor. Era una jovencita angustiada que creció con un alto deseo de ser aprobada por los demás; sólo quería que alguien se diera cuenta que era más que mis libras de más.

Durante esos años, Dios en Su misericordia me alcanzó y a los 13 comencé a asistir a la iglesia y mi vida jamás fue la misma. Tanto así que no tengo recuerdos fuera de ella. Y aunque mi vida cambió y ya no era la misma gordita en el colegio, mi deseo de aprobación siguió conmigo como si todo fuera igual.

El engaño que me cegó

Nací en el 89, por lo que la cultura pop fue en la que crecí, está en la que las artistas usaban el pantalón jean con el talle más bajo posible y con el abdomen más plano que una tabla. También en la que el estándar de belleza se centró en las portadas con mujeres increíblemente flacas, pelo muy largo, abundante y atrevidas en sus conversaciones. De otro lado estaba yo y evidentemente, nada de esto me definía.

Pero a pesar de no encontrarme identificada con estos estereotipos, me encontraba atrapada en el deseo de encajar en ellos y puse mi identidad en querer alcanzarlos. Sentía que no era suficiente, ¡nunca podría ser como las modelos de las revistas! En mi mente pensaba que no podría ser exitosa en mi carrera, alcanzar mis sueños o casarme si no encajaba en el estándar de Hollywood. ¡Cuan equivocada estaba!

Los engaños culturales de nuestra generación desvían nuestras mentes de los propósitos de Dios y nos hacen pensar que debemos correr por más y más en una carrera que parece no tener fin. Cambiar de pareja porque se quiere experimentar algo nuevo, más horas de trabajo para tener más dinero y así lucir como las modelos de las revistas, más horas en internet mostrando «la buena vida» (que no tengo), todo para llenar nuestro deseo de aprobación.

No nos damos cuenta de que nuestro corazón es una fábrica de ídolos que se convierten en el centro de nuestras vidas, valor, identidad y propósito. Y en esta dinámica no hay satisfacción, solo agotamiento, desesperanza, aislamiento y desvinculación de todo lo bueno que Dios nos ha dado, porque buscamos en cisternas rotas lo que solo Cristo nos puede dar.

La verdad que me liberó

Las buenas noticias del evangelio son buenas cuando se conoce la mala: somos pecadores en necesidad de un redentor y el único camino a esa redención es Jesús.

Estaba en mi adolescencia por lo que adoptar la perspectiva de Cristo era riesgoso, porque estaba yendo en contra de la cultura. Había aprendido que mi identidad estaba en Cristo y que yo soy lo que Él dice que soy: amada, perdonada, redimida, aceptada… (Ef. 1:1-14). Aunque era consciente de que lo que Dios me revelaba en Su Palabra, sabía también que me costaría amistades o que volviera a sufrir bullying y a ser ridiculizada por mi fe. Sin embargo, Dios en Su gloriosa gracia y por medio del estudio de Su Palabra, me ayudó a mantenerme firme y nunca avergonzarme de Él.

En mi mente solo pensaba que si Él había sufrido en la cruz por mí, lo mínimo que yo podría hacer era vivir para Él. Me costó lágrimas, pero solo podía pensar y recordar Juan 6:68-69, «Señor […] ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna».

A pesar de que la cultura, los valores y lo normal va cambiando con los tiempos, Jesús y Su Palabra no cambian. Se mantiene firme y sigue transformando vidas desde hace más dos mil años. ¡Cuan glorioso es esto! Él es un ancla firme, refugio en la tormenta que me recuerda lo valioso de mantenerme también firme en Él. Porque aunque el mundo cambie y tiemble, Él permanece sobre todas las cosas.

Seguir a Jesús es difícil para nuestros tiempos, pero al creer fielmente en Él y seguirle hacemos como dice Filipenses 2:14-16:

Hagan todas las cosas sin murmuraciones ni discusiones, para que sean irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual ustedes resplandecen como luminares en el mundo, sosteniendo firmemente la palabra de vida, a fin de que yo tenga motivo para gloriarme en el día de Cristo, ya que no habré corrido en vano ni habré trabajado en vano.

Nuestras vidas contraculturales pueden parecer que incomodan a los que están a nuestro alrededor o ponernos en situaciones embarazosas. ¡Pero no es así! Aférrate a Cristo, mantén firme tu identidad en Él, porque tratar de compartirle al mundo que Él es la verdad y la vida, se trata de Su gloria no de tu aprobación.

Que esa sea siempre tu oración: ¡no permitas nunca que me amolde al mundo!

One Comment

  • Ana dice:

    Muchas gracias por compartir tu testimonio, tu testimonio me ayuda y también edifica mi vida a verme a como el Señor nos mira. Dios continue bendiciendo tu vida amada del Señor..

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