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Por María Renée de Cattousse

Imagina que alguien cuestiona si conoces a Dios y si le amas, ¿qué responderías? Probablemente nosotras mismas nos hemos hecho esta pregunta.

Considero que cuestionarnos no es un error. El problema es si al hacerlo nos dirigimos en dirección contraria a crecer en amor o conocimiento, ya sea ignorando la duda, dando por sentado las cosas, respondiendo a la ligera que lo conocemos, permitiendo que la duda nos aleje de experimentar ser amadas por Dios o buscar en lugares equivocados.

Recordemos cuando Jesús llama a Sus primeros dos discípulos: Simón Pedro y su hermano Andrés, es Él quien los escoge. Se dedicaban a la pesca y les invita a participar del privilegio de ser, de ahora en adelante, pescadores de hombres (Mar. 1:16-17). El pasaje nos hace saber que inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

Se fueron uniendo otros discípulos; doce en total. Pasaron de un encuentro con Cristo a conocerle de cerca, comían juntos, tenían conversaciones cotidianas, aprendieron de sus enseñanzas, presenciaron milagros, lo vieron sanar enfermos y cuando liberaba personas poseídas por espíritus malignos. El Señor los conocía bien. Les enseñaba y les dio a conocer el propósito de Su venida. Les anuncia lo que va a suceder y como esto cumple el propósito para reconciliación del mundo con Dios.

Un día, Jesús pregunta a Sus discípulos: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?».
Pedro contesta acertadamente (inspirado por Dios): «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Mat. 16:15-16). Días después, ya Jesús resucitado pregunta al mismo discípulo dos veces: «¿me amas?». Y una tercera: «¿me quieres?». Pedro sabe que negó al Señor y no puede contestar: «¡Señor, claro que te amo!». Pero su respuesta es honesta: «Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te quiero» (Juan 21:17). Pedro no se queda sintiéndose culpable o condenándose de no amar al Señor, reconoce que su Señor, quien les había dicho que resucitaría cumplió Su promesa y lo ha buscado. Él lo conoce y le está comisionando para Su propósito, lo anima a perseverar y tal como respondió en el llamado en el Mar de Galilea vuelve a obedecer y está a punto de experimentar el conocer y amar aún más a su Salvador.

Imagina ahora que es Dios quien nos pregunta si lo conocemos y amamos. Puedes imaginar Su voz llamándote por tu nombre y preguntando, «¿me conoces?, ¿me amas?».

Reflexión

Podemos conocer a Dios porque se ha dejado conocer. Colosenses 1:15 nos enseña que «Cristo es la imagen visible del Dios invisible» (NTV).

Los 12 discípulos tuvieron un encuentro con el Señor, lo conocieron, pero no todos lo amaron, uno de ellos lo entregó.
Preguntarnos si conocemos y amamos a Dios sucede en algún momento de nuestro caminar, lo cual nos lleva a una profunda evaluación de nuestros corazones. Amamos a Dios en la medida que lo conocemos, nos acercamos a las Escrituras profundizando y meditamos en ellas. Amamos a Dios cuando conocemos y recibimos la obra de Cristo y vivimos una relación creciente que va transformando nuestra manera de pensar y de vivir. Entonces pasamos de un encuentro a conocerle, creerle y amarlo. Una obra que el Espíritu de Dios permite en nuestro corazón.

Así como Pedro conoció a Jesús, convivió y aprendió de Él, ¿ves cómo falló? Por misericordia, el Señor no lo deja así y a nosotras tampoco. Su Espíritu mora dentro nuestro, no estamos solas así que perseveremos cada día, avancemos a la meta anhelando conocer y amar más al Señor, porque Él es digno de ser conocido y amado.

No existe un medidor para saber la respuesta de «cuánto amamos» a Dios, pero hay una verdad y es que Él nos amó primero, y por ese amor eterno y perfecto entregó a Cristo quién antes de morir ofreció a Sus discípulos el Espíritu Santo que vendría para morar en ellos y en cada creyente a lo largo de la historia. El Espíritu Santo de Dios nos consuela, ayuda, intercede, anima, recuerda la Palabra, confronta y mantiene en una relación creciente con el Dios de nuestra salvación. Podemos amarlo con lo que lo conocemos hoy, pero podemos conocerlo mejor y amarlo de una manera creciente.

  • Animadas pues, busquemos diariamente tiempo en Su presencia, pidamos que aumente nuestra fe y como Pedro, experimentaremos conocerlo y amarlo más profundamente.
  • Caminemos junto a otros creyentes esperando el día de Su regreso.
  • Compartamos con quienes aún no lo conocen, deseemos que puedan llegar a contemplarlo y juntos vivir en la esperanza de que un día lo conoceremos y amaremos perfectamente, lo veremos tal como Él es y estaremos gozosos con Él eternamente.

María Renée de Cattousse, pecadora, salvada por gracia, justificada por la fe en la obra de Cristo, redimida por la misericordia de Dios. Es miembro de la Iglesia Reforma en la ciudad de Guatemala. Esposa de Carlton, mamá de Mario René y Valeria. Odontóloga.

3 Comments

  • Silvia Edith Moreno Narvaez dice:

    Muchas gracias por compartir esta hermosa meditación, que el Señor cada día ponga en nosotras el querer para hacer su Santa Voluntad y amarlo como el nos ama por sobre todas las cosas, él.empezó una obra en nuestras vidas y la irá perfeccionando cada día, que nuestro anhelo.sea buscar su rostro y mantener esa comunión diaria para morir a nosotras mismas y reflejar a Cristo. Amén

  • Mariaelena Cruz dice:

    Amen, Que nuestro caminar con Cristo impacte a quienes no lo conocen todavía, que Cristo sea glorificado en todo lo que hagamos. Gracias por la reflexión.

  • Maribel Soto Zúñiga dice:

    Me encanta saber que alrededor del mundo hay mujeres que al igual que yo luchamos día a día para salir adelante con nuestras familias y todo con la ayuda de nuestro Señor, Él nos prometió que estaría con nosotros hasta el fin de los tiempos y su Santo Espíritu nos conforta y nos alienta cada día. Debemos dejar que su amor crezca en nuestros corazones y así amar y ayudar a todo el que necesite, sobre todo ahora que estamos viviendo tiempos tan difíciles y que está tan cerca su segunda venida. Qué el Señor nos ilumine para transmitir su Palabra a muchas personas para estar prepararados para cuando Él venga por su Iglesia. Amén!

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