BEV CHAO BERRUS
Marta recibió a Jesús en su hogar, pero mientras estaba con Él, se encontraba «abrumada», «inquieta» y «preocupada» (Luc. 10:38‑42). Su hermana María estaba sentada a los pies de Jesús, y escuchaba con devoción cómo enseñaba. En ese momento, se presentó una exigencia, pero no vino de parte de Cristo (Luc. 10:40):
Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude!
¿Qué le respondió la segunda Persona de la Trinidad, el Rey del mundo, el primogénito de toda la creación, el cual en ese mismo momento estaba reclinado en el suelo de la sala de Marta?
… sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte (v. 42, RVR1960).
Para María, Jesús era su buena parte, su porción, y atesoraba cada palabra que salía de Su boca. Él contaba con su corazón y su atención absoluta. Tenía la única cosa «necesaria», porque lo tenía a Él. Sin un amor por Cristo que fluye en amor a los demás, todo el servicio cristiano del mundo no es nada, tal como reconoció Pablo (1 Cor. 13:1‑3).
Entonces, ¿cómo sería elegir a Cristo de esta manera, como nuestra buena parte?
En el Salmo 119, vemos que una relación con el Señor es fundamental para obedecerle con fidelidad. Al hijo de Dios lo cautivan Sus leyes y Sus mandamientos porque revelan cómo es Él. Aquellos que han sido sustentados por Sus palabras las encuentran más dulces que la miel (v. 103), así que acuden a ellas para hallar alimento y satisfacción.
EL SEÑOR ES MI PORCIÓN
Mucho antes de que Jesús hablara con Su amada amiga Marta, otro amigo muy amado escribió:
Mi porción es Jehová (v. 57a, RVR1960).
Literalmente, dice: «Tú eres mi porción, Señor». Es una frase selecta de muchos poetas de la Biblia (por ejemplo: Lam. 3:24; Sal. 142:5; 16:5). Aquí, el escritor le declara a Jehová, el Dios de pactos: TÚ eres mi buena parte, mi herencia, mi porción.
Recuerda que nuestro salmista era un israelita y que Israel había tenido una historia larga y turbulenta respecto a la tierra prometida. Era un ciclo de tener, perder, repetir. Poseer una porción o una parcela de tierra era sumamente importante. Pero lo que está diciendo el salmista, en esencia, es: Preferiría poseerte a ti, Señor, que a cualquier otra cosa sobre la tierra. Y si no tengo nada más en esta tierra, mi copa igual desborda, porque eres mi porción plena.
En un sentido sumamente real, lo que tenemos nos define. Esto es un problema si lo único que tenemos son cosas temporales: «¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida?» (Mat. 16:26). Sin embargo, para aquellos que tienen en el Dios eterno su porción plena, es una verdadera ganancia y la mayor bendición que los definan por lo que tienen.
En todo el mundo, el pueblo redimido de Dios se regocija en Él como su mayor tesoro. Mi amiga Joanna, que creció en Dubái, me mostró una vez una fotografía hermosa de coloridas flores en su momento más bello de floración. Debajo de la foto, había escrito: «Dios hizo estas flores tan hermosas; ellas son de Él y Él es mío».
Yo soy de Él y Él es mío. ¿Te regocijas en Dios como tu mayor tesoro? ¿Las palabras del salmista expresan cómo te sientes respecto al Señor hoy? Si estás unida a Cristo por arrepentimiento y fe, ¡alábalo ahora, mientras lees esto! Él es tu porción, es digno de tu afecto y de tu disfrute. Cualquier tesoro terrenal palidece en comparación con tu Señor.
LA PROMESA DEL SEÑOR
Prometo obedecer tus palabras. De todo corazón busco tu rostro; compadécete de mí conforme a tu promesa (vv. 57‑58).
Con el Señor como su porción, el salmista promete obedecer las palabras de Dios. Lo declara repetidas veces (vv. 8,32,35,44). Sin embargo, ¿qué esperanza puede tener un pecador de obedecer las palabras de Dios? El teólogo y pastor Ligon Duncan explica cómo funciona la obediencia en la vida del creyente:
La gracia siempre precede a la ley. La ley no es la manera de obtener gracia. La gracia es lo que te permite ser lo que fuiste creado para ser […] aquello para lo cual Dios te creó […] para lo cual Dios te redimió. ¿Y cómo sería eso en la práctica? La ley. 1
Sin la gracia propicia de Dios, el salmista no puede vivir como Dios quiere y nosotras tampoco. Incluso la inclinación de amar la Palabra de Dios viene por gracia (vv. 36,112).
Entonces, el salmista ruega de todo corazón hallar gracia y se apoya en la promesa de Dios (v. 58). En todo el Salmo 119, la promesa se describe como salvífica (v. 123), vivificante (v. 50), reconfortante (v. 82), compasiva (v. 58), inagotablemente llena de amor (v. 76) y digna de nuestra esperanza (v. 116). El salmista declara: «Mis ojos se esfuerzan por ver tu rescate, por ver la verdad de tu promesa cumplida» (v. 123, NTV).
¿Cuál es esta promesa justa que nos trae la gracia propicia de Dios? Es «la promesa hecha a nuestros antepasados. Dios nos la ha cumplido plenamente a nosotros, los descendientes de ellos, al resucitar a Jesús» (Hech. 13:32‑33a). Jesucristo murió por los pecadores y fue resucitado al tercer día. Esta fue la promesa dada a Abraham y a sus descendientes, profetizada en la Escritura y cumplida al final en Cristo.
Esta promesa es nuestra única esperanza en la vida y en la muerte. Es favor y gracia de Dios. Esta promesa nos permite obedecer las palabras de Dios, y garantiza nuestro perdón cuando no lo hacemos. Es una promesa que se encuentra en la raíz de nuestro fruto. Aunque ya lo sabemos, tenemos que orar por esto cada día, tal como hacía el salmista: Oh, Señor, compadécete de mí conforme a tu promesa, para que pueda obedecer tus palabras.
CONSIDERA NUESTROS CAMINOS
Me he puesto a pensar en mis caminos, y he orientado mis pasos hacia tus estatutos. Me doy prisa, no tardo nada para cumplir tus mandamientos (vv. 59‑60).
Joven o anciana, rica o pobre, occidental u oriental, la naturaleza humana prefiere la distracción antes que la reflexión personal. Pero el salmista declara: «Me he puesto a pensar en mis caminos». No dice: «Si me pusiera a pensar…». Esta era su práctica normal. Ya no era esclavo del pecado sino que la justicia lo había cautivado, así que podía considerar su vida sin temor ni culpa.
Él no pensaba en sus caminos por su cuenta. A lo largo de este salmo, comparte sus reflexiones con el pueblo de Dios. Es una progresión natural, ya que deleitarse en Dios produce un deseo de declarar Su carácter y exhortar a otros a guardar Sus mandamientos. A medida que medita en los caminos de Dios, orienta sus pasos a los estatutos del Señor (v. 59). Hace un cambio de rumbo. Es una manera poética de decir que los redimidos producen frutos que demuestran arrepentimiento.
Tenía doce años la primera vez que vi a alguien hacer esto. Mis padres chinos nos criaron para adorar ídolos y ancestros. Teníamos imágenes talladas por toda la casa. Sacrificábamos alimentos y «dinero eterno» a miembros muertos de la familia, con la esperanza de que nos bendijeran. Había reglas: «Los ídolos no se tocan; no se juega con los ídolos».
Un día, vi cómo mi papá llevaba a nuestro Buda tallado en madera, de casi un metro de alto (tres pies), al patio trasero. Tomó un hacha y empezó a cortarlo en pedazos frente a nosotros. Primero, voló la cabeza, después los miembros… hasta que lo único que quedaba era una pila de madera. Para mí, fue un ejemplo claro de cómo el evangelio exige que rechacemos y destruyamos los ídolos. Ahora, el Señor era la porción de mi papá. Poco después de aquel día, el Señor se transformó en mi porción también.
Con los pies orientados hacia los estatutos de Dios, el salmista se apura a cumplir Sus mandamientos sin demora. Orientarse, o arrepentirse, debería ser algo que hagamos todos los días. Esto es la vida cristiana. Jesús dijo: «Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos» (Juan 14:15). El evangelista Oswald Chambers escribió: «Si dudo, es porque amo a alguien a quien he puesto a competir con Él; concretamente, a mí» (The Golden Book of Oswald Chambers: My Utmost for His Highest [El libro dorado de Oswald Chambers: En pos de lo supremo]). Cuando te sientas cansada de obedecer, acude a la Escritura y mira la cruz, la culminación de todos los atributos maravillosos de Dios a plena vista. Confía en Su fortaleza para obedecer sin demora.
LOS IMPÍOS Y LOS JUSTOS
Aunque los lazos de los impíos me aprisionan, yo no me olvido de tu ley. A medianoche me levanto a darte gracias por tus rectos juicios. Soy amigo de todos los que te honran, de todos los que observan tus preceptos (vv. 61‑63).
Aunque los impíos se confabulan contra el siervo de Dios (vv. 23,51), el salmista no olvida la ley de Dios. Aun mientras los impíos lo rodean, él descansa en saber que Dios lo guarda. Lo peor que los impíos pueden hacer es apenas una «leve tribulación momentánea», que prepara a los hijos de Dios para un «eterno peso de gloria» que es incomparable (2 Cor. 4:17, RVR1960).
Debido a esto, ¡el salmista se levantaba a alabar al Señor en medio de la noche! (Sal. 119:62,148). Como alguien que se encuentra en la época de alimentar a un bebé en medio de la noche, no puedo decir que alabar al Señor sea mi primer instinto cuando me despierto. Tal como le sucedía al salmista, el amor de Jesús por el Padre lo mantenía despierto tarde por la noche en oración (Mat. 14:23‑25; 26:43‑45).
Matthew Henry, un pastor del siglo XVII, escribió:
Sintámonos avergonzados de que otros están más dispuestos a mantenerse despiertos para dedicar tiempo a placeres pecaminosos de lo que nosotros lo estamos para alabar a Dios.
No hay mejor razón para estar levantado en medio de la noche que alabar al Señor, y hay pocas motivaciones más grandes para adorarlo de esta manera que las reglas justas de Dios.
Los amigos del salmista, a diferencia de los impíos, temen a Dios y guardan Sus mandamientos. El salmista es amigo de todos los que honran a Dios. ¿Cómo son tus amigos? ¿Eres amiga de personas que se parecen a ti, que tienen la misma educación que tú, que crían a sus hijos al igual que tú o que tienen una personalidad similar a la tuya? ¿O eres amiga de aquellos que temen al Señor como tú, y que lo buscan de día y de noche?
Dubái es una ciudad donde la clase de pasaporte que tienes determina la manera en que se te trata, y las personas que se asocian contigo. Mientras vivíamos allí, solíamos salir a comer y tener reuniones de discipulado con nuestra familia de la iglesia, conformada por personas de todo el mundo. La pregunta inevitable era: «¿Cómo se conocieron todos? ¿Por qué parece que son tan cercanos?». El amor de familia que teníamos unos por otros cautivaba al mundo que nos miraba porque no había ninguna razón aparente para nuestra asociación —ni hablar de la comunión— aparte de Cristo.
Hermanas, ¿comparten su vida con otras mujeres del mundo o las evitan si no se parecen a ustedes en otras cuestiones? La Palabra de Dios no solo nos recomienda que estemos en relaciones de discipulado, sino que da por sentado que así será. A veces, puede ser incómodo y hace falta esfuerzo y vulnerabilidad, pero vale la pena, a medida que nos animamos unos a otros en el pueblo de Dios a obedecer Sus preceptos.
EL GRAN AMOR DE DIOS REVELADO
Enséñame, Señor, tus decretos; ¡la tierra está llena de tu gran amor! (v. 64).
El gran amor inamovible de Dios llena la tierra. No te olvides de que este mundo es un lugar que merece Su ira justa (y sí, también es un lugar donde podemos ver Su ira; ver Rom. 1:18). No obstante, es un lugar lleno de Su gran amor. Algo extraño pero maravilloso es que podemos ver el amor de Dios al habernos entregado Sus leyes. Solemos pensar que, si Dios nos ama, lo comprobaremos mediante la afirmación de nuestros deseos y la eliminación de las leyes (en particular, de aquellas que nos impiden actuar conforme a nuestros deseos). En cambio, en Su amor, Él desea lo mejor para nosotras y nos lo muestra, y después, inclina nuestro corazón a desear guardar más de Sus estatutos.
De ahí fluye nuestro servicio. Tal vez, a veces sintamos una tensión entre lo que hacemos y el porqué de lo que hacemos. A Dios le interesa tanto el «porqué» como el «qué» del bien que buscamos hacer. Desea que tengamos una devoción absoluta por Su Palabra y en nuestro servicio a Él; que seamos íntegras en nuestro amor por Él, para que lo sirvamos con alegría. El salmista y María lo sabían: una sola cosa es necesaria. Ellos eligieron la buena parte. Se deleitaban en la Palabra de Dios, descansaban en ella, acudían a ella, la obedecían, la alababan y la anhelaban. Todo lo demás, incluso su servicio obediente, fluía de esto.
¿Te deleitas en el Señor como tu porción? No importa cuál sea tu circunstancia o en dónde sientas hoy una falta, nadie puede robarte tu posesión más grande. Tienes todo porque lo tienes a Él. La gracia de Dios ciertamente se hizo manifiesta. El Salvador se entregó para rescatarnos de toda maldad, purificando para sí a un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien (Tito 2:11‑14). Él es nuestro y somos de Él. Que aprendamos a vivir lo que declaró otro salmista:
¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna (Sal. 73:25‑26).
Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)