¿Entiendo realmente que Dios es digno?
Bendice, alma mía, al Señor,
Y no olvides ninguno de Sus beneficios.
Salmo 103:2
Los seres humanos tenemos un problema de memoria. Nuestro corazón olvidadizo una y otra vez entierra en el pasado las bondades de Dios y tiende a enfocarnos en las carencias y deseos no cumplidos del presente. Creo que por esa razón el rey David, al escribir este salmo, comenzó diciéndose a sí mismo: «No olvides ninguno de los beneficios de Dios». La exhortación sigue en pie para nosotras hoy, y debemos buscar que se convierta en una práctica cotidiana, ¡recordar los beneficios, las bondades del Señor! Justo eso es lo que el autor comienza a hacer a partir del versículo 3 del Salmo 103, enumerar los beneficios, las diferentes formas en que ha experimentado la bondad de Dios.
Dice el Diccionario de la Real Academia Española que bondad es la «cualidad de bueno», y la «inclinación a hacer el bien»; y la Biblia, en reiteradas ocasiones, afirma que Dios es bueno. La bondad de Dios es uno de Sus atributos comunicables. ¿Qué es un atributo comunicable? Algo inherente a la naturaleza de Dios y que nosotras, como criaturas, compartimos con Él. Por ejemplo, podemos manifestar bondad porque Dios es bueno. Sin embargo, no somos inmutables; solo Dios lo es. A esos atributos que solo pueden describirlo a Él se los llama incomunicables.
Entonces, ¿cómo definimos la bondad de Dios? ¿Cómo describirías tú la bondad de Dios?
La bondad de Dios apunta a la perfección de Su naturaleza; Él es bueno en sí mismo, «es el bien supremo».[1] Su bondad se revela en Su amor y en Sus actos. Eso significa que no solo Dios es bueno, siempre, sino que todo lo que hace es bueno. La Escritura declara esta verdad una y otra vez, especialmente en los Salmos (86:5; 105:5; 34:8). Además, nos dice que solo uno es bueno, Dios (Mat. 19:17).
Luego de haber definido la bondad de Dios, y de haber explorado pasajes relacionados de la Escritura, veamos cuál es la primera manifestación de dicha bondad por la que el autor del Salmo 103 expresa su alabanza y gratitud.
Él es el que perdona todas tus iniquidades,
El que sana todas tus enfermedades. (v. 3)
¿Qué se dice acerca de Dios en este versículo? El verbo que en este pasaje se tradujo al español como «perdona» viene del hebreo saláj, y quiere decir «absolver». En el Antiguo Testamento, esta palabra solo se utiliza para referirse al perdón que Dios ofrece. Esto es importante porque absolver implica la idea de que la persona queda libre de toda responsabilidad. De modo que, cuando Dios perdona, eso es lo que sucede; quedamos libres de toda responsabilidad por nuestra maldad y pecado gracias a la obra de Cristo.
¿Qué enseña este texto acerca del perdón de Dios? El perdón de Dios abarca todas nuestras iniquidades; no es para unas sí y otras no. Dios no categoriza el pecado para luego otorgar o no Su perdón. Él es Dios perdonador.
¿Has pensado alguna vez en cuán grande e inmerecido es el perdón de Dios? ¡No es de extrañar que esta fuera la primera razón por la que el salmista expresa su alabanza a Dios! No podemos darlo por sentado ni tomarlo a la ligera. El perdón de Dios tuvo un precio, la sangre de Cristo, y es por esa razón que debemos recordarlo a diario. La realidad es que cada día lo necesitamos, porque cada día pecamos, incluso sin ser conscientes de ello.
¿Crees que has hecho algo que Dios no puede perdonar?
Las mujeres a menudo batallan con esa idea, quizá debido a cosas que sucedieron en su pasado como un aborto, una infidelidad, una vida promiscua. Sin embargo, como hemos visto, en Dios encontramos el perdón que nos libera de toda culpa.
Ahora bien, si hay algún pecado que todavía no has confesado al Señor y sientes el peso de la culpa en tu corazón, la Palabra es clara en cuanto al curso a seguir: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Jn. 1:9). Y en el Salmo 51, encontramos un modelo de oración de confesión.
Ser recipientes de la bondad de Dios, expresada en Su perdón, debe poner en nosotras alabanza, como leemos en el Salmo 103:3. Te invito a hacer una pausa y meditar en estas verdades. Quizá quieras escribir una oración de alabanza y gratitud a Dios por Su perdón.
La segunda parte del versículo 3 es considerada por muchos comentaristas como un paralelo de la primera, donde la frase «sana» es una expresión metafórica para la restauración de la vida en el sentido moral y espiritual. Bien sabemos que, a consecuencia del pecado, sufrimos enfermedades físicas, pero también adversidades y reveses que trastornan nuestra vida, que provocan dolor y tristeza, quebranto. En el Salmo 147:3, encontramos un ejemplo del uso del término «sanar» como un acto de restauración espiritual:
Sana a los quebrantados de corazón
Y venda sus heridas.
Lee el Salmo 41:4. ¿Qué uso se da a la palabra sanar en este ejemplo?
David había experimentado el dolor físico que puede producir el pecado (Sal. 38:1‐8) y también el poder restaurador que trae el perdón (Sal. 32:1‐5).
No obstante, sabemos que nuestro Dios es sanador en el sentido físico y que, si así lo desea, puede sanar también nuestras enfermedades y dolencias de este tipo. En este mundo roto, vivimos expuestos a todo tipo de dolor, físico y emocional; pero, al mismo tiempo, en Cristo, podemos vivir con la mirada puesta en la promesa de una eternidad donde todo eso ya no existirá más.
Nuestro Dios es un Dios bondadoso, que perdona. Es también un Dios que nos regala la esperanza de una vida en plena comunión con Él, sin pecado, sin enfermedad.
¿Cómo habla a tu vida lo que dice el pasaje de hoy acerca de Dios? ¿Cómo puedes identificarte con el mensaje del texto? ¿El pasaje demanda algo de ti?
[1] A. W. Pink, The Attributes of God, (Pensacola, FL: Chapel Library, 2012), pág. 67, edición para Kindle.
Amén
Amén