PATRICIA NAMNÚN
Las pruebas van a llegar. Esta es la realidad que todos los seguidores de Jesús han experimentado o llegarán a experimentar una y otra vez. Muchas de nosotras hemos aprendido de memoria las palabras de Jesús cuando les dijo a Sus discípulos: «En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Sabemos que esto es verdad. Sin embargo, cuando las tribulaciones aparecen en nuestra puerta y nos sacuden el suelo, nos toman por sorpresa y nos hacen titubear.
Todas tenemos momentos especialmente difíciles en la vida, momentos que pueden partirnos el corazón y sacudir nuestra fe. Una llamada inesperada, una enfermedad letal, un hijo rebelde, un esposo que abandona la fe, dificultades financieras sin resolución a la vista, problemas relacionales… ¿Qué podemos hacer cuando llegan las pruebas? ¿Cómo debe responder nuestro corazón? El Salmo 119:17‑24 nos muestra la manera.
ORAR PIDIENDO OBEDIENCIA
En este salmo, encontramos una oración con pedidos específicos de David en medio de la persecución y la difamación que estaba sufriendo por parte de hombres en posición de autoridad.
Cada ruego que hace en estos versículos está en el contexto de pruebas y tribulaciones, y en cada uno el salmista está pensando en su propia fidelidad y obediencia a la Palabra de Dios.
Aunque, sin duda, no estás pasando por las mismas situaciones que David, sus ruegos —y la esperanza que demuestran— se aplican a tus propias pruebas. Necesitamos la Escritura en todo momento; en especial en los difíciles. Por eso nuestro Señor respondió en el momento de la tentación con las palabras: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mat. 4:4). Como sabía esta verdad, el salmista nos muestra adónde debería apuntar nuestro corazón y qué deberíamos pedir en la Palabra.
David ora diciendo: «Trata con bondad a este siervo tuyo; así viviré y obedeceré tu palabra» (v. 17). La petición con la cual inicia esta parte contiene una verdad que necesitamos entender. Poner en práctica y guardar la Palabra de Dios no es algo que podamos hacer en nuestras propias fuerzas… es una bendición que viene de Dios; es algo que el mismo Autor de la Palabra concede.
David se reconoce siervo del Señor. Tal vez era un rey, pero reconoce que solo Dios es digno de ser exaltado, y David no es más que un siervo que busca en el rostro del Señor aquello que solo Él puede dar: vida y obediencia a Su Palabra.
Si hay algo por lo cual deberíamos orar siempre, ¡es esto! No tenemos las herramientas necesarias para vivir y obedecer con nuestras propias fuerzas. David le pide al Señor que le permita vivir y lo ayude a guardar Su Palabra, y la verdad es que la única vida que vale la pena vivir es la de obediencia a la Palabra de Dios y de deleite en ella. El Salmo 1 nos enseña que cualquiera que se deleita en la Palabra de Dios y medita en ella de día y de noche es dichoso, y en 1 Samuel, vemos cómo Samuel le dice a David que el Señor se deleita en la obediencia más que en cualquier sacrificio (1 Sam. 15:22).
Esa obediencia que nos bendice y en la cual el Señor se deleita solo es posible a través del poder del Espíritu Santo, el cual habita en cada creyente mediante la obra redentora de Jesucristo.
En cada momento de tu vida, incluso en medio del dolor más profundo, necesitamos la gracia que nos lleva a obedecer Su Palabra. ¿Cuándo fue la última vez que le pediste al Señor que te diera una vida de obediencia? Al meditar en este pasaje y pensar en mi propia vida, puedo ver que mi falta de oración por esto se refleja en mi sensación pecaminosa de autosuficiencia. Muchas veces, me encuentro luchando con áreas de pecado en mi propia vida —como la impaciencia, el deseo de control o la desconfianza del Señor— e intento superarlas con mis propias fuerzas, sin oración, y olvido que el poder transformador no es mío. Necesito ayuda de afuera; lo necesito a Él.
HAY MARAVILLAS PARA VER
El segundo pedido que David hace en este salmo es «Ábreme los ojos, para que contemple las maravillas de tu ley» (Sal. 119:18). No solo necesitamos la gracia de Dios para una vida de obediencia a la Escritura, sino que también precisamos Su gracia para ver las maravillas de Su Palabra. Necesitamos esa misma gracia para que nuestros ojos sean abiertos y lo atesoremos.
En la Palabra de Dios, hay maravillas para ver y Dios desea mostrárselas a aquellos que lo pidan. Como exclamó el apóstol Pablo, inspirado por Dios:
¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría
(Rom. 11:33‑34).
y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus
juicios e impenetrables sus caminos! «¿Quién ha
conocido la mente del Señor, o quién ha sido su
consejero?»
Sus caminos son más altos que los míos, y Su sabiduría y Sus riquezas son más profundas. Él es quien abre nuestros ojos para que podamos contemplarlo. David pasó por muchas pruebas, y en medio de ellas, aprendió a pedirle al Señor: Déjame verte; permite que vea las maravillas de tu Palabra. Reconocía su necesidad y su incapacidad para suplirla. Y esta es otra oración que tú y yo debemos hacer constantemente al acercarnos a la Escritura. Necesitamos que Dios abra nuestros ojos para ver, de manera que podamos ser transformadas, alentadas, fortalecidas y podamos resistir la tentación. ¡Necesitamos que nos permita ver las maravillas de Su ley!
PEREGRINAS EN ESTE MUNDO
A continuación, David le dice al Señor:
En esta tierra soy un extranjero; no escondas de mí
tus mandamientos. A toda hora siento un nudo en la
garganta por el deseo de conocer tus juicios (vv. 19‑20).
David siente en su corazón lo mismo que nosotras deberíamos sentir: que no pertenecemos a este mundo porque estamos de paso. En medio de este peregrinaje, reconoce lo que sabe que es inalterable y verdadero: la Palabra de Dios. Esa Palabra es nuestra ancla en medio de un mundo caótico; un mundo lleno de pecado y dificultades. Los mandamientos del Señor son un refugio seguro en nuestro peregrinaje por esta tierra.
El salmo nos muestra que a David lo consumía su deseo de la Palabra y la anhelaba en todo momento. ¿Es esto lo que sucede en tu vida? ¿Te percibes como una peregrina en este mundo y ves la Palabra de Dios como tu refugio en medio de tu peregrinaje por esta tierra? ¿Anhela tu corazón Su Palabra en momentos de dificultad? Pídele al Señor que te dé este deseo. Que nos lleve a anhelar y desear Su Palabra en todo nuestro peregrinaje por esta tierra.
Esa Palabra se vuelve preciosa cuando el peregrinaje nos lleva por lugares difíciles porque, como David, podemos decirle a Dios: «Tú reprendes a los insolentes; ¡malditos los que se apartan de tus mandamientos!», y pedirle que aleje de nosotras «el menosprecio y el desdén, pues yo cumplo tus estatutos». Además, podemos volver a comprometernos para que, como Sus siervas, «[meditemos] en [Sus] decretos» (vv. 21‑23). En estos versículos, vemos cómo David le ruega al Señor que quite de él las calumnias y las acusaciones que se hacen falsamente en su contra. En medio de esta dificultad, él sabe adónde debe ir; sabe que Dios es su defensor y que es el único que juzga a aquellos que se desvían de Sus mandamientos.
David conoce el valor de guardar la Palabra de Dios en medio de la persecución. Tal vez te encuentras en una situación muy similar a la de David. Y tal como David, puedes confiarle tu defensa al Señor. Él conoce todas las cosas y está a favor de ti, no en tu contra. La justicia ya llegará, aun si te parece que tarda. Y mientras sigas el ejemplo de David, también estarás siguiendo el ejemplo supremo del David más grande y mejor, uno que no cometió pecado alguno, en cuya boca no se halló engaño; uno que, cuando lo insultaron, no respondió con insultos, cuando padeció, no amenazó; uno que le confió la justicia a Aquel que sabía que juzgaría con toda justicia (1 Ped. 2:21‑23). Este David más grande es nuestro Señor Jesucristo.
Pídele al Señor que te mantenga anclada en Su Palabra, que confíes en Sus planes incluso en medio de calumnias y desprecio y que medites en Su Palabra para que tu mente se llene de continuo con Sus verdades y no con las mentiras de los hombres. Encomiéndate al Único que juzga con justicia.
LA PALABRA, NUESTRO DELEITE
El último versículo de esta estrofa nos vuelve a recordar dónde está nuestro consejo en medio de las dificultades: «Tus estatutos son mi deleite; son también mis consejeros» (v. 24). Para David, la Palabra no solo era su fuente de meditación, sino también su deleite y su guía. La Palabra es nuestra guía fiel y, si verdaderamente queremos encontrar descanso en ella, debemos someternos a su dirección y transformarla en nuestro deleite. Cuando la vida se vuelve difícil, nuestro corazón anhela consuelo y guía. David sabía que solo podía hallar estas cosas en la Palabra. Cuánto más encontraremos estas cosas en el consejo pleno de Dios que tenemos en nuestras manos, asistidas por el Espíritu Santo de Dios que vive en nuestros corazones y nos guía a toda verdad.
¿En qué circunstancias difíciles te encuentras? ¿Qué injusticias o desilusiones estás enfrentando? Piensa en las cosas hermosas que Dios te ha mostrado en Su Palabra en medio de tu dificultad, las cuales has visto con mayor claridad gracias a la situación que estás atravesando. Piensa en cómo tus dificultades sirven como recordatorio de que solo estás de paso por este mundo y de que te espera una morada celestial y eterna, donde ya no habrá más llanto ni dolor. Mantente alerta en medio de tu dificultad, para que la Palabra de Dios sea tu deleite en todo tiempo. Fija tus ojos en sus verdades y rechaza así toda mentira que puede infiltrarse a tu mente en medio del dolor.
Que nuestras vidas, hoy y siempre, estén llenas de gracia, para guardar la Palabra de Dios. Que Él abra nuestros ojos para ver las maravillas de Su ley. Que la Palabra de Dios sea nuestra ancla en medio de las dificultades y nuestro deleite y consejero en todo momento mientras transitamos hacia nuestro hogar con Él.
Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)