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Devocional

TESTIFICAR SIN MIEDO

February 6, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Marta Sedaca

«Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro
Señor […] por el evangelio según el poder de Dios»
(2TIM. 1:8).

Como cristianos no podemos vivir con miedo. Debido al ministerio de mi esposo tenemos la bendición de poder viajar frecuentemente a Israel y algunos lugares de Europa. Con todos los conflictos políticos y sociales que suceden en Medio Oriente y Europa en general, mucha gente me pregunta si no tengo miedo de hacer esos viajes. Mis hijos se preocupan, familiares y amigos nos preguntan si realmente es seguro ir a Israel o a Jordania o a otros países de la zona. Mi respuesta es siempre la misma: «No hay ningún lugar seguro en el mundo; me puede pasar algo cerca de mi casa, aún en mi propio vecindario». Cuando estaba escribiendo estos devocionales, hubo un ataque terrorista cerca de la oficina de nuestra misión. ¿Podemos estar seguros en algún lugar del mundo? ¡De ninguna manera! ¡Nuestra seguridad está en el Señor y no en algún lugar de este mundo!

El versículo 7, en mis propias palabras, nos pide que levantemos el ánimo y aceptemos que vamos a sufrir por nuestras creencias. Por lo tanto, debemos dejar de desanimarnos o desmoralizarnos por cada crítica o ataque que nos hagan, y seguir dando testimonio de nuestro Señor. Eso es parte del sufrimiento que experimentamos como cristianos. Muchos sufren persecución, cárcel, insultos y menosprecio. A todos debemos responder con amor y dominio propio. Y todo esto lo podemos lograr por la gracia de Dios. Somos salvos por gracia, perdonamos por gracia, vivimos por gracia. La gracia de Dios.

El versículo 12 nos da la esperanza para seguir adelante: aunque padezcamos persecución, ataques, burlas, todo se supera porque sabemos en quién creemos y que nuestra garantía está guardada por la eternidad.

En ti pongo mi esperanza Señor, porque sé que mi futuro está seguro en ti.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

LOS ESTATUTOS DE DIOS, NUESTRAS RECOMPENSAS

February 3, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

AYANNA THOMAS MATHIS

En el Antiguo Testamento, hay una guerra constante a lo largo de la historia de la nación de Israel y es similar a nuestra lucha cotidiana.

Dios decidió amar a este pueblo, pero no debido a su tamaño ni a su poder (Deut. 7:7). No los amó gracias a su fidelidad ni a su autosuficiencia. Los escogió porque los amaba (Deut. 7:8). Y cuando Dios llamó al pueblo de Israel a seguirlo, dejó instrucciones y guía claras. Les dio Sus leyes y estatutos como una guía vertical que siempre los llevaría a Él. Los Diez Mandamientos debían servir como medios de gracia; señalarían al corazón de Dios para mantener a Su pueblo cerca de Él, mediante su obediencia y la necesidad de depender de Él al confiar en Sus planes de usar a sus líderes para ayudarlos. Estas leyes también servirían de guía horizontal que se transformaría en un testimonio ante aquellos que los rodeaban de cómo el Dios de Israel instaba a Su pueblo a caminar bien en Su mundo.

Dios deseaba que el pueblo de Israel considerara Sus leyes como algo bueno, diseñadas para mantenerlos a salvo del peligro pero también para mostrar a Dios como la mejor opción cuando se enfrentaran a muchas otras. La postura de su corazón era importante y sus corazones eran la sede de la batalla con el pecado que lucharía por sus afectos. Esta batalla solo podía ganarse si caminaban cuidadosamente con su Dios. Al aferrarse a Él, amar Sus caminos, andar por el sendero que había escogido para ellos y dejar de poner la mirada en cosas sin valor (Sal. 119:37), hallarían la verdadera victoria.

Hay una guerra visible en toda la historia de los israelitas y es una que nosotras conocemos demasiado bien. Es una batalla que no se pierde tanto al quebrantar un mandamiento de Dios, sino que más bien somos vencidas cuando nuestro corazón no se reorienta constantemente a contemplar a Dios y comprometer nuestra vida a Él. Es una batalla que se pierde cuando no vemos a Dios —y por lo tanto, a Sus leyes— como algo bueno.

Cuando separamos el amor de Dios de Sus leyes, nos transformamos en un pueblo que percibe los límites divinos como castigo, Sus restricciones amorosas como cadenas que esclavizan y Su Palabra como algo negociable.

No sé cómo será en tu caso, pero yo soy propensa a esto todos los días. Cuando la ansiedad se apodera de mí y soy culpable de exaltar las palpitaciones de mi corazón y mi pérdida de control por encima de Dios, reutilizo mi corazón como una herramienta de rebelión contra mi Dios. Cada lucha para crear mi propia realidad, cada pelea egoísta con un ser querido, cada momento de tentación de poner en pausa la negación a uno mismo es un momento de rebelión, pero también es una oportunidad de buscar el antídoto en la Palabra de Dios.

No es un antídoto que necesites buscar en las profundidades de la selva amazónica. Tampoco hace falta que hagas una introspección a las partes «más profundas» de ti misma para poder acceder a él. En cambio, lo encontramos de manera elocuente y permanente en el capítulo más largo de la Biblia: el Salmo 119.

En los versículos 33‑40, el salmista demuestra que un corazón que está aferrado a la Palabra de Dios conduce a un discípulo perseverante, a la experiencia de obediencia y deleite, a una vida de acción, a una actitud de temer correctamente a Dios y a un anhelo de Sus preceptos.

EL DISCÍPULO PERSEVERANTE
En el versículo 33, el salmista pide que el Señor le enseñe el camino de Sus decretos, para poder cumplirlos hasta el final. Aquí se expresa algo hermosísimo sobre la Palabra de Dios. Un conocimiento correcto de Dios no solo nos atrae a una mayor intimidad con Él, sino que también nos ayuda a perseverar a pesar de nuestras dificultades. Y, por cierto, es imposible lograrlo por nuestra cuenta. El salmista reconoce esto y mira primero verticalmente a Aquel que puede darle el poder a Su pueblo para que aplique a la perfección Sus instrucciones a sus vidas. Cuando buscamos la guía de Dios, reconocemos que Sus caminos son justos y que necesitamos Su perspectiva.

Este versículo es un bálsamo para el alma: calma los temores, aquieta el corazón y nos desafía a mirar a Aquel que nos da todo lo que necesitamos, no al cambiar nuestras circunstancias sino al entregarse a sí mismo. No importa si el problema es que el peinado que viste hacer a algún gurú en YouTube no te quedó como esperabas para tu importante entrevista, o si se trata de tu experiencia de sufrimiento de alguna enfermedad autoinmune que ha tenido un impacto devastador en tu vida; la Palabra de Dios siempre nos recuerda que Él tiene la habilidad de llevar a Su pueblo hasta el final, sin importar cuán difícil sea el camino.

UNA EXPERIENCIA DE OBEDIENCIA Y DELEITE
Hay épocas en las que la Palabra de Dios puede parecernos bastante insípida. Tal vez las cuentas a pagar exceden tu ingreso, o hubo más explosiones de popó que pañales que te quedan para el resto de la semana y, francamente, no te queda margen para meterte en la Palabra. Cuando llegan estos trayectos difíciles en la vida, obedecer a Dios y deleitarse en Él puede resultarte antinatural, aun si hace años que caminas a Su lado.

¿Cómo puedes cumplir la ley de Dios con todo tu corazón y deleitarte en caminar según Sus mandamientos, como hace el salmista (vv. 34‑35)?

Tienes que pedir. Cuando estás atrapada en medio de tu día e intentas abrirte paso entre los problemas y las circunstancias de la vida, tienes dos opciones. Puedes intentar racionalizar el porqué y el cómo de las cosas según tu propia sabiduría, o puedes pedirle a nuestro Dios un entendimiento que lleve a la santidad. La mejor parte es que Él siempre nos responde en el segundo caso porque, como nos recuerda el salmista, Su Palabra es verdad. Él nos llevará a honrarlo y a cumplir Su ley, y ayudará a nuestra mente a meditar con constancia en Sus verdades.

Lo hermoso de nuestro Dios es que nunca tendremos que preocuparnos porque nos diga que «no» a cuestiones que ya ha dicho que desea que hagamos o que seamos. Dios honrará nuestra humildad al expresar que necesitamos Su gracia. Desea que nos parezcamos cada vez más a Él, y así, nos dará abundante misericordia para ejercitar esos músculos espirituales a medida que navegamos por la vida. Nuestros caminos están pavimentados con la gracia de Dios. Llevan la marca de Su carácter. Nos guía y usa nuestra humilde obediencia para llevarnos a disfrutar de Él. Al igual que el salmista, podemos pedir que Él nos guíe según Sus mandamientos, para que podamos deleitarnos en ellos.

Podemos tener pañales limitados y cuentas apiladas, pero el Dios del cielo está listo para guiarnos según Su Palabra y nos permite deleitarnos en Él en toda época de la vida. Sencillamente, tienes que pedir.

UNA VIDA DE ACCIÓN
A veces, parece que todo compite por mi atención. Las interminables listas de cosas para hacer que deseo completar antes de que termine el día. Los episodios más recientes que me esperan en mi cuenta de Netflix. La pila de libros que quiero leer. A veces, hay tantas cosas que parecen más atractivas que leer mi Biblia.

Lo bueno es que el salmista no duda en reconocer la realidad de las limitaciones, el deseo de ir en pos de cosas sin valor y la tentación de intentar obtener una ganancia egoísta. Por eso, le pide al Señor que incline su corazón a los testimonios de Dios. Sabe que existe la tentación de ir en pos de sus propios deseos, los cuales pueden llevarlo a búsquedas egoístas. Por lo tanto, pide que sus ojos se aparten de las cosas vanas y que reciba vida en los caminos del Señor.

Hermanas, hay tantas cosas buenas y que honran a Dios en las que podemos invertir nuestro tiempo. Las listas de cosas para hacer, Netflix y las pilas de libros lindos no son cuestiones inherentemente pecaminosas. Dios proporciona la libertad de disfrutar de las cosas que tenemos aquí en la tierra. Sin embargo, no tenemos que sacrificar nuestra dependencia y nuestra búsqueda del Señor en el día para ir en pos de estas cosas.

El poder de conocer a Dios a través de Su Palabra vuelve a saltar a la vista en la vida de este creyente en los versículos 36‑37. Cuando la Palabra de Dios entra en nosotras mediante un estudio dedicado y un compromiso con la aplicación correcta, el Espíritu nos ayuda a ver nuestros puntos ciegos y a dar los pasos necesarios para quitarlos. Solo la Palabra de Dios puede revelar que tenemos un problema de perder el tiempo en las redes sociales, que de otra manera negaríamos. Solo la Palabra de Dios puede hacer retroceder nuestro pecado para estimularnos a las buenas obras que Dios nos llama a hacer en Cristo por el poder del Espíritu Santo.

Solo la Palabra de Dios puede «apartar» nuestros ojos de las cosas que carecen de valor al compararlas con la fuente de agua vivificante de Jesucristo.

UNA ACTITUD CORRECTA DEL TEMOR DE DIOS

El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor; conocer al Santo es tener discernimiento (Prov. 9:10).

En Twitter, el conocido artista musical Kanye West compartió lo que el temor de Dios significaba para él y por qué no está de acuerdo con el término o concepto. En su breve explicación, comunicó su visión de que el temor de Dios es «una mentalidad anticuada que se usaba para controlar a las personas», y argumentó que si Dios es amor y el amor es lo opuesto del temor, entonces no tiene sentido temer a Dios.

Bueno, Proverbios 9:10 nos dice que el principio de la sabiduría es ciertamente el temor del Señor. Nuestro salmista le pide a Dios: «Confirma tu promesa a este siervo, como lo has hecho con los que te temen» (Sal. 119:38). Este temor no quiere decir que tengamos miedo de Dios y del daño que puede llegar a causarnos. Es un temor que ve a Dios como bueno pero también como Padre y Creador que inspira reverencia, el cual actúa con poder a favor de sí mismo y de aquellos a los que ama, para el bien de ellos y para Su gloria. Un correcto temor de Dios no tiene nada que ver con una mentalidad anticuada. Un correcto temor de Dios nos lleva a amar y reverenciar a Dios, el cual es bueno y justo. Si afirmamos ser sabias pero no reverenciamos a Aquel del cual provienen la sabiduría y el conocimiento, nos estamos engañando.

Descansar y permanecer en la Palabra de Dios produce un temor correcto que proviene de una inclinación relacional, en lugar de una impersonal. Cuando conocemos íntimamente al Dios de la Biblia y Sus promesas para nosotras, nuestra experiencia con Él no será como la que tenemos con un primo lejano al cual nunca conocimos pero de quien hemos escuchado hablar mucho. Será una experiencia en la que confiamos, permanecemos y creemos en la persona que Dios nos ha revelado que es: Aquel que nos ama de manera incansable y que nos mantiene cerca.

Sin embargo, no se detiene allí. El salmista reconoce que hay y habrá momentos en los cuales la gente infiel lo influya a ver lo que Dios ha decretado bueno y justo como algo malo. Le aterra el oprobio (v. 39), no solo por parte del Señor, sino también de quienes lo rodean (vv. 22,42,51).

¿Acaso esto no nos habla a nosotras hoy? No es fácil caminar con Dios. Hay muchas tentaciones a nuestro alrededor para ver la vida fuera de Cristo como la más deseable; por cierto, la única meritoria. Nosotras también debemos caminar con la bondad de las reglas de Dios fijas en nuestra mente, a medida que transitamos por el mundo en el que vivimos pero al cual no pertenecemos (Juan 17:16).

UN ANHELO DE LOS PRECEPTOS DE DIOS
Al llegar al final de esta estrofa, vemos que el salmista declara que anhela los preceptos de Dios (v. 40). Pero ¿qué son los preceptos de Dios? ¿Y por qué deberíamos anhelarlos?

Los preceptos de Dios son sencillamente Sus mandamientos autorizados. El salmista considera que los planes soberanos de Dios son más deseables que cualquier otro resultado que podría idear para sí. Es sumamente importante que observemos esto. En respuesta a años de supresión de los derechos de la mujer, hoy en día hay muchos movimientos que impulsan a las mujeres a hacer cualquier cosa que su corazón desee Aunque no tiene nada de malo que las mujeres quieran aventurarse en cuestiones que no solían estar disponibles para ellas en el pasado, es importante que nuestros deseos se apoyen en la autoridad de la Palabra de Dios. No queremos terminar corriendo detrás de todo viento de oportunidad y anhelar el éxito de nuestras empresas más que la obediencia a los preceptos de Dios.

Buscar primero el reino de Dios y Su justicia siempre producirá una obra y un compromiso vivificantes. Cuando nuestro corazón anhela los preceptos de Dios, nuestros negocios, hogares, familias, carreras, nuestra soltería y nuestro matrimonio —todo lo que nos venga a la mano para hacer— florecerá, en el sentido de que se usará para nuestro bien, para el bien del pueblo de Dios y para la gloria de Su Hijo.

Entonces, que el latido de nuestro corazón siempre refleje al Dios de la Biblia, el cual tiene el poder de enseñarnos el camino de Sus estatutos, inclinar nuestro corazón a Sus testimonios y permitirnos ver todas Sus reglas como algo bueno. Señor, que estas palabras siempre estén en nuestros labios al caminar por esta vida, sabiendo que solo Tú puedes guiarnos por tu Espíritu, mediante tu Palabra. Amén.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

LA ANGUSTIA QUE PROVIENE DE DIOS Y LA LIBERTAD DE LA GRACIA

January 27, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

TRILLIA NEWBELL

Hace poco, me diagnosticaron una hernia de hiato. Es una afección en la cual una pequeña apertura en la parte superior del estómago permite que penetre ácido al abdomen, y parte de mi estómago sobresale a través del músculo del diafragma. Sí, es tan doloroso como parece. Algunos que padecen esto pueden necesitar cirugía, pero he descubierto que puedo controlar los síntomas sencillamente con una dieta muy saludable.

En realidad, mi dieta es extremadamente saludable; tengo que evitar incluso los granos que hacen bien y los carbohidratos sanos para poder controlar mi afección. ¡El problema es que todos los alimentos que no puedo comer son deliciosos! En más ocasiones de las que me gustaría admitir, me he permitido comer algo que sabía que no me hacía bien. Mi apetito y mis papilas gustativas quedaban satisfechos de inmediato. Sin embargo, a medida que la comida bajaba al estómago, empezaban los calambres, la tos y una sensación abrumadora de náusea.

Esto pasó casi siempre que me faltó el autocontrol para decir que no. Las consecuencias de «hacer trampa» en mi dieta son casi inmediatas. Si no tengo cuidado, estas «transgresiones» podrían llevar a problemas más graves de salud e incluso a la muerte. Esos alimentos tal vez tengan una apariencia y un sabor deliciosos, pero no valen la pena.

Mi deseo de comida que debo evitar me recuerda el atractivo del pecado. A veces, en la vida, puedo ver rápidamente la fealdad del pecado y su naturaleza engañosa, y lo resisto. Pero otras veces, el pecado parece inofensivo o sumamente deseable. El pecado puede mentir a los ojos, al corazón y a la mente, convenciéndonos de que será satisfactorio. Muy a menudo, nos creemos la mentira cuando deberíamos tener mejor juicio. Aun cuando sentimos un impulso por parte del Espíritu, es demasiado fácil ignorar la advertencia y optar por el pecado.

Entonces, ¿dónde podemos encontrar ayuda para resistir esta tendencia? ¿Cómo podemos reconocer el pecado por lo que es y encontrar la fuerza para resistirlo? El autor del Salmo 119 nos señala en la dirección correcta.

CÓMO LOGRAR QUE EL PECADO NOS GUSTE MENOS
El salmista comienza con un ejemplo de la angustia piadosa y los afectos correctos. En el versículo 25, empieza con una imagen muy usada en la Palabra: el polvo. Aquí no se refiere a la muerte física, como en otras partes de la Biblia (ver Gén. 3:19). En cambio, destaca la realidad de un alma que lucha con el pecado, y la muerte a la cual lleva el pecado (Rom. 6:23). Una persona cuya alma se «aferra» al polvo —a un lugar bajo y sucio— se enfrenta a la realidad de que sus propios deseos e inclinaciones pueden condenarla a muerte. Esta es la actitud del salmista frente a su pecado, y es la actitud adecuada para nosotras también. Aunque su alma se aferra al polvo, el salmista no parece sentirse condenado porque sabe adónde correr y a quién clamar. El pecado es muerte, pero la vida viene del Señor. Por lo tanto, el salmista clama correctamente al Señor en busca de ayuda. De manera más específica, ora pidiendo ayuda de la Palabra de Dios.

La Palabra de Dios es verdadera. La Palabra de Dios es viva y eficaz. Dios nos trata conforme a Su Palabra (Sal. 119:65). Por lo tanto, debemos aprender lo que dice en ella. Nos unimos al salmista y le pedimos al Señor que ilumine Su Palabra en nuestro corazón y nuestra mente. Sus preceptos (piccúd en hebreo) son las cosas que Dios ha designado para hacer. Si queremos saber cómo vivir, debemos conocer la Palabra de Dios. Sus palabras son palabras de vida. Cuando descuidamos la Palabra de Dios, en esencia descuidamos nuestra alma. La única manera de tener un alma que remonte vuelo, en lugar de quedarse postrada en el polvo, es llenarla de la Palabra de Dios.

Tal vez tú también hayas experimentado esta lucha con el pecado que describe el salmista. Quizás también hayas acudido a la Palabra, pero al leerla, hayas quedado con una sensación de condenación y desaliento. O tal vez leíste, pero no sentiste una gran diferencia. Sin embargo, mira dónde concentra el salmista su atención. No empieza consigo mismo ni con sus propios esfuerzos. Se concentra en Dios, en Sus «maravillas» (v. 27). Anhela el entendimiento y, una vez que lo obtenga, meditará en el Señor. Y entonces tendrá la posibilidad de lidiar con su pecado.

Esto también es cierto para nosotras. A medida que descubrimos más sobre el Señor y Sus maravillas, y pasamos tiempo concentradas en esta realidad (en el carácter y la naturaleza de Dios), empezamos a tratar el atractivo del pecado cada vez con más desprecio. Comenzamos a desear al Señor más de lo que anhelamos pecar. Al igual que el salmista, experimentamos dolor por el pecado que ya está en nuestra vida (v. 28).

El apóstol Pablo llamó a esta angustia «la tristeza que proviene de Dios», y dijo que «produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte» (2 Cor. 7:10). La Palabra de Dios es muy clara respecto a los resultados desastrosos del pecado humano. El pecado mata el cuerpo y el alma. Corrompe todas las cosas. Cuando el pecado entró al mundo, trajo muerte y oscuridad, ruptura y vergüenza. Y cuando pecamos en forma deliberada, cuando cedemos a los deseos de nuestra carne, optamos por la muerte. Cuando nos sentimos mal por pecar, pero no llevamos ese pecado ante el Señor y no nos comprometemos a cambiar, nada cambia. Nuestra alma permanece postrada en el polvo, y «la tristeza del mundo produce la muerte». Sin embargo, la tristeza que proviene de Dios nos lleva a regresar al Señor en arrepentimiento, a buscar Su poder para detestar nuestro pecado, a amar más a Dios y a cambiar nuestros apegos y acciones; así llegan la vida, la paz, la gracia y la libertad. El salmista conoce la tristeza que proviene de Dios… mira cómo le ruega al Señor que le dé «el privilegio de conocer [Sus] enseñanzas» (Sal. 119:29, NTV). En Su bondad y Su gracia, Dios nos enseña Sus caminos, para que nos apartemos del pecado y tengamos vida y gozo en Él.

Esto lo sabemos intelectualmente. Si cualquiera nos preguntara si creemos que el pecado es algo bueno que puede llevar a la felicidad y la satisfacción, no dudaríamos en decir que no. Sin embargo, tan a menudo sucumbimos a la seducción del pecado. Es tentadora… a veces, en el momento, pecar incluso parece correcto, bueno y sensato. No obstante, lo que a nosotras nos puede parecer «insignificante» o sin trascendencia, agravia al Espíritu (Ef. 4:30) y merece la plena ira de Dios (Ef. 2:3). Entonces, necesitamos pedirle a Dios una tristeza que provenga de Su parte respecto a todo nuestro pecado, la cual nos lleve de vuelta a Él, a aceptar y disfrutar de Su perdón misericordioso al arrepentirnos.

ESCOGE EL MEJOR CAMINO
En el Salmo 119:30, vemos que, en algún momento, se tomó una decisión: «He optado por el camino de la fidelidad».

Si somos sinceras, sabemos que no siempre tomamos esa decisión. Piensa en la última vez que te enojaste con alguien y lo trataste con frialdad o espetaste una respuesta afilada. O aquella vez en que le diste una mirada rápida a ese sitio web prohibido, solo para terminar en las fauces de su representación falsa y grotesca de la intimidad. Sin duda, se te ocurren varias cosas que has elegido que eran contrarias a lo que está escrito o lo que expresa el espíritu de la Palabra de Dios. A mí también. Al leer la Palabra de Dios y por experiencia personal, sabemos que los resultados a largo plazo de tales decisiones pueden ser devastadores.

¡Pero también sabemos que podemos optar por no pecar! 1 Corintios 10:13 nos dice que:

Ustedes no han sufrido ninguna tentación
que no sea común al género humano. Pero Dios
es fiel, y no permitirá que ustedes sean tentados
más allá de lo que puedan aguantar. Más bien,
cuando llegue la tentación, él les dará también
una salida a fin de que puedan resistir.

1 Corintios 10:13

Por el poder del Espíritu Santo y la gracia de Dios, podemos decir que no al pecado. Fuimos liberadas del pecado y su poder ya no nos domina (Rom. 6:22). Podemos escoger el mejor camino.

Esto no significa que no vayamos a luchar con nuestras tendencias pecaminosas. Aun cuando queremos hacer lo bueno, el mal sigue acompañándonos (Rom. 7:21), y a veces sucumbimos. Pero sí tenemos el poder de decir que no al pecado, y ese es motivo para gozarnos.

UN CORAZÓN DIVINAMENTE ENSANCHADO
En el Salmo 119:31, mientras se aferra a los testimonios del Señor, el salmista le pide a Dios que no lo avergüence. Así que él pone su esperanza en Dios, el cual «no avergüenza» (Rom. 5:5, RVR1960). Pero ¿cómo puede ser? Hay una pieza del rompecabezas del pecado que el salmista no podía conocer cabalmente… la pieza que marca toda la diferencia para ti y para mí.

Romanos 6 nos dice lo que el salmista sabía que «la paga del pecado es muerte» (v. 23), pero también destaca que nuestro pecado requirió la muerte del Hijo perfecto de Dios, Jesucristo. Jesús murió la muerte que nosotras merecíamos. Pagó el precio que nos correspondía. Él es la razón de nuestra libertad. Es el regalo de Dios que conduce a la vida eterna (v. 23).

¡Esta sí que es razón para regocijarnos! Jesús pagó la deuda que jamás hubiéramos podido pagar por nuestra cuenta… era demasiado grande. Sí, sabemos que tenemos el poder del Espíritu para decir que no al pecado… ¡qué libertad! Pero, como nos recuerda el texto de más arriba, cuando pecamos (y vamos a pecar), Jesús ya cubrió ese pecado con Su muerte. Recibimos gracia incluso por el pecado que escogemos. Esta no es ninguna excusa para pecar, sino que es causa de gratitud y gozo saber que el Señor nos ama tanto.

Ahora debemos tomar esa libertad y esa gracia, y vivir de manera digna de este maravilloso evangelio. ¡Tenemos que cantarnos: «Sublime gracia del Señor»! No podemos hacerlo por nuestra cuenta; por eso mismo Dios nos entrega más y más de Él, para que podamos tener el poder y la libertad de resistir el pecado y un camino hacia delante desde nuestras decisiones pecaminosas.

Cuando dejamos de lado el pecado que se aferra a nosotras, nos volvemos más parecidas a nuestro Salvador. Esta es una historia de gracia. Pecamos una y otra vez. Pero, como Jesús murió por esos pecados, somos libres del castigo y del poder del pecado, y recibimos todo lo que necesitamos para parecernos más a Él. Como personas que hemos sido liberadas de las cadenas del pecado, estamos siendo santificadas… cada vez más similares a Cristo. Estamos siendo transformadas de un grado de gloria al siguiente (2 Cor. 3:18).

Así que, la próxima vez que te veas tentada a pecar, recuerda este regalo. No obedecemos para ganarnos el favor de Dios. El favor ya es nuestro y fue comprado a un precio. En cambio, obedecemos porque amamos a Jesús y este amor nos impulsa a la obediencia. Obedecemos porque hemos escogido el camino de la fidelidad, hemos decidido seguir a Aquel que siempre es absolutamente fiel a nosotras.

Esto nos recuerda las palabras del salmista. Aquel cuya alma estaba postrada en el polvo (v. 25) termina la estrofa adorando a Dios por un corazón divinamente ensanchado (v. 32, RVR1960). Médicamente hablando, un corazón ensanchado no suele ser una buena señal. La Clínica Mayo observa que un corazón ensanchado «no es una enfermedad, sino más bien una señal de otra afección». Ahora bien, un corazón espiritualmente ensanchado sí es una señal de buena salud, pero de manera similar, cuando Dios ensancha nuestro corazón, esto es una señal de otra «afección»: una que se logra al guardar Su Palabra, comprometernos a «[correr] por el camino de [Sus] mandamientos» y descansar en Su gracia. Vemos una referencia similar en 1 Reyes 4:29: «Dios le dio a Salomón sabiduría e inteligencia extraordinarias; sus conocimientos eran […] vastos…». Cuando le pedimos a Dios sabiduría y entendimiento, Él nos los da con generosidad (Sant. 1:5), lo cual hace que nuestro corazón se ensanche.

Esto es algo que todas deberíamos anhelar. Hoy podemos pedirle al Señor que ensanche nuestro corazón, para que ya no nos quedemos postradas en el polvo que lleva a la muerte y la angustia, sino que corramos hacia la vida y recibamos un corazón ensanchado y lleno de la verdad. Dios, quien se deleita en darnos cosas buenas y es infinitamente fiel, no dudará en hacerlo.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

SALMO 89:9

January 27, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Mateo Bixby

«Tú tienes dominio sobre la braveza del mar; Cuando
se levantan sus ondas, tú las sosiegas»
(SAL. 89:9).

En nuestro mundo existen pocas cosas tan temibles como el mar. Es un lugar caótico, con grandes monstruos marítimos aún desconocidos. Ante el embravecido mar, aun los enormes portaviones parecen juguetes, arrastrados de un lado a otro por el poder devastador de las anárquicas olas. El «salmo del marinero» (Sal. 107) describe cómo la pericia de los expertos marineros no es suficiente para enfrentarse al encrespado mar. Si hay algo que es humanamente imposible de controlar, es el mar.

En la Biblia, las tormentas a menudo representan las aflicciones de la vida. El Salmo 42:7 lamenta que «…todas tus ondas y tus olas se han precipitado sobre mí».

Así parece nuestra vida con frecuencia: un embravecido mar cuyas destructivas olas rompen sobre nuestras vidas, arrastrándonos de lado a lado sin propósito ni esquema que los dirija.

Sin embargo, el salmista Etán nos recuerda que, sobre este incontrolable, caótico y destructivo mar, el Señor gobierna. Ni una ola es aleatoria porque Dios las dirige. Ninguna tormenta sale de Su control porque Él es soberano. En cualquier momento, si Él lo desea, apacigua las aguas en un instante. ¡Así de poderoso es nuestro Dios! En medio de la tormenta, podemos descansar en Su soberanía.

Aunque son gloriosas verdades de por sí, este pasaje nos recuerda varias escenas de la vida de Jesús. En Marcos 4, una tempestad alcanzó la barca en la que iban los discípulos con Jesús durmiendo. A pesar de ser expertos pescadores, su pericia era inútil ante el enfurecido mar. Cuando clamaron a Jesús, reprendió el viento y «todo quedó completamente tranquilo» (Mar. 4:39). En Mateo 14, el embravecido mar de Galilea zarandeaba la barca de los discípulos. En medio del incontrolable caos, Jesús vino caminando majestuosamente sobre las aguas. Al subirse a la barca, detuvo el viento y se hizo la paz.

El Salmo 89 nos sugiere ciertas conclusiones, pues aclara quién es el que apacigua el mar embravecido: es el Señor, el Dios Todopoderoso (v. 8; ver también vv. 1, 5‑6).

Que Jesús pudiera apaciguar los vientos revela Su identidad: Jesús es el Señor, uno en esencia con el Padre, segunda persona de la Trinidad. Esta es la conclusión a la que llegaron los discípulos. ¿Recuerdas sus reacciones? En Marcos 4:41 se preguntaron: «… ¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?». En Mateo 14:33, los discípulos lo adoraron y dijeron: «… Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios». Este salmo nos recuerda que la anhelada restauración de la dinastía davídica (v. 49) se realizaría cuando el Hijo de Dios se encarnara como el Hijo de David.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

RESPONDE A LAS NECESIDADES

January 23, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Maritza Soriano

«Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al
que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo»
(LUC. 3:11).

Al andar por cualquier ciudad, encontramos muchas personas necesitadas. En algunos casos tienen problemas mentales, como sufren algunos soldados al regresar del servicio militar, otros debido a fracasos en negocios, adicciones a drogas, pérdida de trabajo, familia, etc.

Hace un año, mientras experimentábamos los retos de los huracanes Harvey, Irma, María y José, además de terremotos, inundaciones y erupciones de volcanes, los medios de comunicaciones y los equipos de emergencia mostraron las grandes necesidades y cómo las personas respondían con urgencia para facilitar lo necesario en los lugares afectados.

Cuando ocurren desastres naturales, vemos la solidaridad mundial para salvar una vida. Así también debemos unirnos todos para salvar una vida de la separación eterna de Dios. Las necesidades de las personas nos ofrecen oportunidades para suplirlas y tener conversaciones sobre del reino redentor de Dios.

En este capítulo 3, Juan el Bautista proclamó el bautismo del arrepentimiento para el perdón de pecados. Este arrepentimiento producirá frutos dignos que evidenciarán un nuevo comienzo bajo la dirección de Dios. Después del bautismo del Señor Jesús, en Lucas 4:18, el Señor identifica Su misión de dar las buenas nuevas del reino a los necesitados. Luego de experimentar un verdadero arrepentimiento y el perdón de pecados, nuestra vida hará acciones de amor para guiar a los demás a la salvación eterna en Cristo.

Gracias, Señor, por suplir nuestras necesidades. Ayúdanos a compartir tus bendiciones con los necesitados.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

NUESTRA ANCLA Y NUESTRO DELEITE

January 20, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

PATRICIA NAMNÚN

Las pruebas van a llegar. Esta es la realidad que todos los seguidores de Jesús han experimentado o llegarán a experimentar una y otra vez. Muchas de nosotras hemos aprendido de memoria las palabras de Jesús cuando les dijo a Sus discípulos: «En este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo» (Juan 16:33). Sabemos que esto es verdad. Sin embargo, cuando las tribulaciones aparecen en nuestra puerta y nos sacuden el suelo, nos toman por sorpresa y nos hacen titubear.

Todas tenemos momentos especialmente difíciles en la vida, momentos que pueden partirnos el corazón y sacudir nuestra fe. Una llamada inesperada, una enfermedad letal, un hijo rebelde, un esposo que abandona la fe, dificultades financieras sin resolución a la vista, problemas relacionales… ¿Qué podemos hacer cuando llegan las pruebas? ¿Cómo debe responder nuestro corazón? El Salmo 119:17‑24 nos muestra la manera.

ORAR PIDIENDO OBEDIENCIA
En este salmo, encontramos una oración con pedidos específicos de David en medio de la persecución y la difamación que estaba sufriendo por parte de hombres en posición de autoridad.

Cada ruego que hace en estos versículos está en el contexto de pruebas y tribulaciones, y en cada uno el salmista está pensando en su propia fidelidad y obediencia a la Palabra de Dios.

Aunque, sin duda, no estás pasando por las mismas situaciones que David, sus ruegos —y la esperanza que demuestran— se aplican a tus propias pruebas. Necesitamos la Escritura en todo momento; en especial en los difíciles. Por eso nuestro Señor respondió en el momento de la tentación con las palabras: «No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mat. 4:4). Como sabía esta verdad, el salmista nos muestra adónde debería apuntar nuestro corazón y qué deberíamos pedir en la Palabra.

David ora diciendo: «Trata con bondad a este siervo tuyo; así viviré y obedeceré tu palabra» (v. 17). La petición con la cual inicia esta parte contiene una verdad que necesitamos entender. Poner en práctica y guardar la Palabra de Dios no es algo que podamos hacer en nuestras propias fuerzas… es una bendición que viene de Dios; es algo que el mismo Autor de la Palabra concede.

David se reconoce siervo del Señor. Tal vez era un rey, pero reconoce que solo Dios es digno de ser exaltado, y David no es más que un siervo que busca en el rostro del Señor aquello que solo Él puede dar: vida y obediencia a Su Palabra.

Si hay algo por lo cual deberíamos orar siempre, ¡es esto! No tenemos las herramientas necesarias para vivir y obedecer con nuestras propias fuerzas. David le pide al Señor que le permita vivir y lo ayude a guardar Su Palabra, y la verdad es que la única vida que vale la pena vivir es la de obediencia a la Palabra de Dios y de deleite en ella. El Salmo 1 nos enseña que cualquiera que se deleita en la Palabra de Dios y medita en ella de día y de noche es dichoso, y en 1 Samuel, vemos cómo Samuel le dice a David que el Señor se deleita en la obediencia más que en cualquier sacrificio (1 Sam. 15:22).

Esa obediencia que nos bendice y en la cual el Señor se deleita solo es posible a través del poder del Espíritu Santo, el cual habita en cada creyente mediante la obra redentora de Jesucristo.

En cada momento de tu vida, incluso en medio del dolor más profundo, necesitamos la gracia que nos lleva a obedecer Su Palabra. ¿Cuándo fue la última vez que le pediste al Señor que te diera una vida de obediencia? Al meditar en este pasaje y pensar en mi propia vida, puedo ver que mi falta de oración por esto se refleja en mi sensación pecaminosa de autosuficiencia. Muchas veces, me encuentro luchando con áreas de pecado en mi propia vida —como la impaciencia, el deseo de control o la desconfianza del Señor— e intento superarlas con mis propias fuerzas, sin oración, y olvido que el poder transformador no es mío. Necesito ayuda de afuera; lo necesito a Él.

HAY MARAVILLAS PARA VER
El segundo pedido que David hace en este salmo es «Ábreme los ojos, para que contemple las maravillas de tu ley» (Sal. 119:18). No solo necesitamos la gracia de Dios para una vida de obediencia a la Escritura, sino que también precisamos Su gracia para ver las maravillas de Su Palabra. Necesitamos esa misma gracia para que nuestros ojos sean abiertos y lo atesoremos.

En la Palabra de Dios, hay maravillas para ver y Dios desea mostrárselas a aquellos que lo pidan. Como exclamó el apóstol Pablo, inspirado por Dios:

¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría
y del conocimiento de Dios! ¡Qué indescifrables sus
juicios e impenetrables sus caminos! «¿Quién ha
conocido la mente del Señor, o quién ha sido su
consejero?»

(Rom. 11:33‑34).

Sus caminos son más altos que los míos, y Su sabiduría y Sus riquezas son más profundas. Él es quien abre nuestros ojos para que podamos contemplarlo. David pasó por muchas pruebas, y en medio de ellas, aprendió a pedirle al Señor: Déjame verte; permite que vea las maravillas de tu Palabra. Reconocía su necesidad y su incapacidad para suplirla. Y esta es otra oración que tú y yo debemos hacer constantemente al acercarnos a la Escritura. Necesitamos que Dios abra nuestros ojos para ver, de manera que podamos ser transformadas, alentadas, fortalecidas y podamos resistir la tentación. ¡Necesitamos que nos permita ver las maravillas de Su ley!

PEREGRINAS EN ESTE MUNDO
A continuación, David le dice al Señor:

En esta tierra soy un extranjero; no escondas de mí
tus mandamientos. A toda hora siento un nudo en la
garganta por el deseo de conocer tus juicios (vv. 19‑20).

David siente en su corazón lo mismo que nosotras deberíamos sentir: que no pertenecemos a este mundo porque estamos de paso. En medio de este peregrinaje, reconoce lo que sabe que es inalterable y verdadero: la Palabra de Dios. Esa Palabra es nuestra ancla en medio de un mundo caótico; un mundo lleno de pecado y dificultades. Los mandamientos del Señor son un refugio seguro en nuestro peregrinaje por esta tierra.

El salmo nos muestra que a David lo consumía su deseo de la Palabra y la anhelaba en todo momento. ¿Es esto lo que sucede en tu vida? ¿Te percibes como una peregrina en este mundo y ves la Palabra de Dios como tu refugio en medio de tu peregrinaje por esta tierra? ¿Anhela tu corazón Su Palabra en momentos de dificultad? Pídele al Señor que te dé este deseo. Que nos lleve a anhelar y desear Su Palabra en todo nuestro peregrinaje por esta tierra.

Esa Palabra se vuelve preciosa cuando el peregrinaje nos lleva por lugares difíciles porque, como David, podemos decirle a Dios: «Tú reprendes a los insolentes; ¡malditos los que se apartan de tus mandamientos!», y pedirle que aleje de nosotras «el menosprecio y el desdén, pues yo cumplo tus estatutos». Además, podemos volver a comprometernos para que, como Sus siervas, «[meditemos] en [Sus] decretos» (vv. 21‑23). En estos versículos, vemos cómo David le ruega al Señor que quite de él las calumnias y las acusaciones que se hacen falsamente en su contra. En medio de esta dificultad, él sabe adónde debe ir; sabe que Dios es su defensor y que es el único que juzga a aquellos que se desvían de Sus mandamientos.

David conoce el valor de guardar la Palabra de Dios en medio de la persecución. Tal vez te encuentras en una situación muy similar a la de David. Y tal como David, puedes confiarle tu defensa al Señor. Él conoce todas las cosas y está a favor de ti, no en tu contra. La justicia ya llegará, aun si te parece que tarda. Y mientras sigas el ejemplo de David, también estarás siguiendo el ejemplo supremo del David más grande y mejor, uno que no cometió pecado alguno, en cuya boca no se halló engaño; uno que, cuando lo insultaron, no respondió con insultos, cuando padeció, no amenazó; uno que le confió la justicia a Aquel que sabía que juzgaría con toda justicia (1 Ped. 2:21‑23). Este David más grande es nuestro Señor Jesucristo.

Pídele al Señor que te mantenga anclada en Su Palabra, que confíes en Sus planes incluso en medio de calumnias y desprecio y que medites en Su Palabra para que tu mente se llene de continuo con Sus verdades y no con las mentiras de los hombres. Encomiéndate al Único que juzga con justicia.

LA PALABRA, NUESTRO DELEITE
El último versículo de esta estrofa nos vuelve a recordar dónde está nuestro consejo en medio de las dificultades: «Tus estatutos son mi deleite; son también mis consejeros» (v. 24). Para David, la Palabra no solo era su fuente de meditación, sino también su deleite y su guía. La Palabra es nuestra guía fiel y, si verdaderamente queremos encontrar descanso en ella, debemos someternos a su dirección y transformarla en nuestro deleite. Cuando la vida se vuelve difícil, nuestro corazón anhela consuelo y guía. David sabía que solo podía hallar estas cosas en la Palabra. Cuánto más encontraremos estas cosas en el consejo pleno de Dios que tenemos en nuestras manos, asistidas por el Espíritu Santo de Dios que vive en nuestros corazones y nos guía a toda verdad.

¿En qué circunstancias difíciles te encuentras? ¿Qué injusticias o desilusiones estás enfrentando? Piensa en las cosas hermosas que Dios te ha mostrado en Su Palabra en medio de tu dificultad, las cuales has visto con mayor claridad gracias a la situación que estás atravesando. Piensa en cómo tus dificultades sirven como recordatorio de que solo estás de paso por este mundo y de que te espera una morada celestial y eterna, donde ya no habrá más llanto ni dolor. Mantente alerta en medio de tu dificultad, para que la Palabra de Dios sea tu deleite en todo tiempo. Fija tus ojos en sus verdades y rechaza así toda mentira que puede infiltrarse a tu mente en medio del dolor.

Que nuestras vidas, hoy y siempre, estén llenas de gracia, para guardar la Palabra de Dios. Que Él abra nuestros ojos para ver las maravillas de Su ley. Que la Palabra de Dios sea nuestra ancla en medio de las dificultades y nuestro deleite y consejero en todo momento mientras transitamos hacia nuestro hogar con Él.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

EL AMIGO PERFECTO

January 16, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Mayra Gris de Luna

«Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que
hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas
las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer»
(JUAN 15:15).

Danna y Sara han sido compañeras de escuela por varios años, están juntas siempre que pueden, se mandan mensajes por el celular, por Facebook o la red social de moda. En una palabra: siempre están «conectadas». Su amistad ha perdurado porque se tienen confianza.

Son afortunadas quienes logran cultivar y conservar una amistad así.

A veces no nos damos cuenta del gran privilegio que Jesús nos concede al considerarnos Sus amigos. Él dijo que una prueba de Su amistad es que nos ha tenido la confianza para platicarnos las cosas que oyó decir a Su Padre. En Su Palabra Jesús nos habla, nos reconforta y nos aconseja. Y no solo eso, la prueba más grande de amistad que un amigo puede ofrecer a otro es dar su propia vida a cambio de la de su amigo.

Cristo no solo dio Su vida por ti, sino que te ha tenido confianza y te llama «amigo». Él es nuestro amigo perfecto. Podemos estar siempre conectados con Él mediante la oración, pues nos conoce mejor que nadie, está siempre dispuesto a escucharnos y nunca nos va a defraudar.

Jesús ha tomado la iniciativa de buscarte y aun salvarte. Como en toda amistad, la reciprocidad es saludable y muy importante.

¿De qué manera vas a corresponder a esa amistad?


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

LA PROTECCIÓN DE LA PALABRA DE DIOS

January 13, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

SALMO 119:9‑16

Por JEANY KIM JUN

¿Cómo les enseñamos a nuestros hijos, y a los hijos de nuestros hijos, a mantenerse en pureza? ¿Cómo lo aprendemos nosotras? Al dirigirlos constantemente (y dirigirnos nosotras) a la Palabra de Dios y al ayudarlos a personalizarla. Los mandamientos y las leyes de Dios tienen autoridad sobre nuestras vidas. No solo necesitamos enseñar la Palabra de Dios a nuestros hijos, sino que ambos necesitamos tener un deseo personal de guardarla (v. 9), buscarla (v. 10), atesorarla (v. 11), proclamarla (v. 13), meditar en ella (v. 15) y deleitarnos en ella (vv. 14,16), para no desviarnos de los caminos del Señor (v. 10), no pecar contra Dios (v. 11) y no olvidar Su Palabra (v. 16).

Dicho de otra manera, el Salmo 119 nos enseña que para conocer al Señor, el Dios creador, debemos conocer Su Palabra (vv. 9,11,16), Sus mandamientos (v. 10), Sus decretos (vv. 12,16), Sus juicios (v. 13), Sus estatutos (v. 14) y Sus preceptos (v. 15). Como lo resume un comentario:

Debemos atesorar con cuidado la Palabra de Dios, declararla a otros, meditar en ella y deleitarnos en ella de todo corazón; entonces, por la gracia del Señor, actuaremos en consecuencia.

¿Qué mandamientos y leyes es más importante que conozcamos? Cuando un escriba le preguntó a Jesús, en Marcos 12:28 «De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?», Jesús respondió citando Deuteronomio 6:4‑5 y Levítico 19:18, y dijo:

El más importante es: «Oye, Israel. El Señor nuestro Dios es el único Señor […]. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». El segundo es: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». No hay otro mandamiento más importante que estos.

(Mar. 12:29)

Todas las leyes se resumían en estos mandamientos porque Dios nos dio las reglas, los preceptos y las leyes para que pudiéramos amarlo y amar a nuestro prójimo. Dios creó alhombre a Su imagen (Gén. 1:27), así que, como portadoras de Su imagen, debemos habitar con nuestros hermanos espirituales que han sido adoptados a la familia de Dios, así como con aquellos que están fuera de la familia cristiana, como «prójimos». Debemos tratarlos como Dios nos trata, con lo que el Salmo 119 llama kjésed (Sal. 119:41,64,76,88,124,149,159). No hay una traducción directa de kjésed del hebreo, pero a menudo se traduce como «amor inagotable» o «misericordia». La kjésed de Dios se muestra en Su amor, misericordia, gracia y bondad inquebrantables por Su pueblo. A medida que aprendemos las leyes de Dios y meditamos en ellas al orar y pasar tiempo con el Señor, empezamos a ser transformadas a Su imagen. Entonces, y solo entonces, podemos aprender a «desbordar con la kjésed de Dios para con los demás y volvernos más misericordiosas, llenas de gracia, lentas para airarnos, amorosas, fieles y dispuestas a perdonar».

Aun el experto en la ley, en Lucas 10, que le preguntó a Jesús cómo podía heredar la vida eterna, citó Deuteronomio 6:4‑5 y Levítico 19:18 cuando Jesús le preguntó: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo la interpretas tú?». Cuando el hombre, en un intento de hacer que la ley fuera más manejable y menos radical, respondió con la pregunta: «¿Y quién es mi prójimo?», Jesús contó la historia del buen samaritano. En esencia, lo que dijo fue: La pregunta no es: «¿Quién es mi prójimo?». La pregunta es: «¿Eres un prójimo?».

Entonces, no desviarnos de los mandamientos de Dios (Sal. 119:10) implica necesariamente amar a nuestro prójimo. ¿Cómo debemos habitar con los prójimos que son nuestros enemigos, como lo eran los samaritanos de los judíos? Primero, debemos darnos cuenta de que siguen siendo nuestros prójimos. En la parábola del buen samaritano, Jesús derriba los muros entre las personas, y nos dice que los demás hombres son nuestros prójimos. Dios los creó, así que debemos valorarlos y amarlos porque portan Su imagen. Debemos tratar a los demás con el amor y la compasión con la cual Dios nos trató. La parábola del buen samaritano no es tan solo un ejemplo de la ley en acción, sino que en realidad nos señala al evangelio, porque Jesús es el prójimo que nos mostró misericordia cuando todavía estábamos muertos en nuestros delitos y pecados y vivíamos como Sus enemigos (Rom. 5:8).

DERRIBAR LAS BARRERAS
Por supuesto, no es fácil amar a todos los prójimos. Por eso, Jesús eligió a un samaritano como el héroe de Su historia. Los judíos y los samaritanos eran enemigos jurados, aunque a alguien que los observara de afuera pudieran resultarles parecidos. Los japoneses y los coreanos también son parecidos para un extranjero, pero en un momento, fueron enemigos jurados. Las atrocidades que cometieron los japoneses todavía hacen que muchos coreanos sientan amargura y dudas. La ocupación japonesa de Corea entre 1910 y 1945 dejó a muchos coreanos de la generación pasada con un odio hacia los japoneses y a todo lo que ellos hacen. Cuando estaba en la escuela secundaria, una de mis mejores amigas era una japonesa estadounidense. Mis padres, quienes nunca compraban autos japoneses, me advirtieron que no confiara en ella, tan solo debido a su ascendencia. Pero para mí, era mi amiga, una asiática estadounidense que estaba creciendo en Estados Unidos igual que yo, y no mi enemiga eterna. Era una persona. Era mi prójimo. La ley de Dios nos llama a derribar las barreras y construir puentes para que podamos amar a todos nuestros prójimos.

ALMACENA LA PALABRA DE DIOS EN TU CORAZÓN
Necesitamos aprender las leyes y los mandamientos de Dios, almacenarlos en nuestro corazón y nuestra mente y seguir declarando la verdad para usarla cuando sea necesario. El salmista declara: «Yo te busco con todo el corazón» (119:10), y ruega: «no dejes que me desvíe de tus mandamientos». El salmista sabe que nuestro corazón es, como dice un viejo himno, «propenso a alejarse […] propenso a dejar al Dios que amo». Cuando declaro que amo las leyes de Dios, eso sirve como un recordatorio de que amo a Dios y por lo tanto deseo guardar Sus leyes que me instan a amar a mi prójimo. Cuando me recuerdo estas verdades, me ayuda a mantenerme alejada del pecado. Por desgracia, casi siempre es más fácil pecar que intentar guardar la ley de Dios. Entonces, repaso una y otra vez el estribillo: «En tus preceptos medito, y pongo mis ojos en tus sendas. En tus decretos hallo mi deleite» (vv. 15‑16), como manera de recordarme que no debo pecar.

Permíteme darte un ejemplo personal de cómo funciona esto. Cuando mi hija tenía quince años, le sucedió algo terrible. El perro de mi cuñada le desfiguró la cara. Necesitó más de 30 puntos en la mejilla izquierda, tuvo que usar vendas de silicona durante 16 semanas y hasta tuvo que hacer terapia por el trauma. Yo estaba enojadísima con mi cuñada por traer a su perro y permitirle entrar a la casa. Nuestra relación era incluso más difícil porque ella no era cristiana. Al día siguiente, empecé a llorar y clamé a Dios y le dije: «Sé que puedes usar esta situación para bien, y tal vez incluso llevarla a tus pies. Probablemente vayas a hacer que la perdone, pero no quiero hacerlo. ¡Ni siquiera se deshizo del perro! ¿Cómo puede seguir cuidándolo y alimentándolo cuando lastimó tanto a mi hija?».

Quería seguir enojada con mi cuñada, cortar todo vínculo y continuar odiándola y reteniéndole el perdón. Nadie podía convencerme de que la perdonara. Me di cuenta de que, en el pasado, había juzgado a otros cuando decían que no podían perdonar a alguien (por ejemplo, a un padre que había abandonado a su familia) y vi lo equivocada que había estado al decirles a las víctimas que «simplemente perdonaran». Yo podía perdonar con esa facilidad porque nunca me habían lastimado tanto. Pero cuando me pasó a mí, nadie podría haberme obligado a que perdonara a mi cuñada. Dios tenía que transformar mi corazón.

Conocía bien Jeremías 29:11: «Porque yo sé muy bien los planes que tengo para ustedes —afirma el Señor—, planes de bienestar y no de calamidad, a fin de darles un futuro y una esperanza». Sin embargo, no podía entender cómo esto no era una calamidad para mi hija. También conocía Romanos 8:28: «Ahora bien, sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito». Sin embargo, no podía entender cómo esto obraba para el bien de mi hija. Leí Santiago 1:2‑3: «Hermanos míos, considérense muy dichosos cuando tengan que enfrentarse con diversas pruebas, pues ya saben que la prueba de su fe produce constancia». Sin embargo, no podía encontrar dicha en esta situación. Por último, Dios me recordó Juan 15:2: «Toda rama que en mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía». Le pregunté al Señor: «Si permitiste que esto sucediera, ¿significa que me estás podando para que dé más fruto?».

Sabía cuál era el mandato de Dios: amar a mi prójimo. Pero para hacerlo, tenía que predicarme a mí misma el evangelio y recordarme las promesas de Dios; es decir, que Jesús me perdonó una deuda inmensa y que necesitaba perdonar a los demás sus pequeñas deudas. Empecé a dedicarme de lleno a escuchar y leer la Palabra de Dios. Necesitaba escuchar las verdades de Dios cada día para aprender aquello que todavía no estaba guardado en mi corazón. Clamé al Señor pidiendo ayuda y Dios puso en marcha Su plan para rescatarme. Recordé que debía alabar a Dios antes de pedir algo. Y mientras alababa, entendí que Él era el Creador de todas las cosas: omnisciente, todopoderoso, lleno de amor, mi proveedor, mi sanador, mi defensor y protector.

Unos diez meses después del incidente, Dios me llevó a México en un viaje misionero médico. Mientras estaba allí, los estudiantes universitarios cantaron «Aquella cruz» ¡y repitieron el estribillo 20 veces! Dios usó aquel estribillo para traspasar mi corazón. Mi deuda fue saldada gracias a que Jesús derramó Su preciosa sangre por mí. Era una pecadora perdonada. Ahora, la maldición del pecado ya no tenía poder sobre mí, y el Hijo me había liberado. Además, me había librado de manera que ya no era esclava de mi enojo contra mi cuñada. Predicarme el evangelio en mi cabeza había evitado que pecara con mis acciones. Pero a través de esta canción, el mensaje por fin penetró a mi corazón. Me sentí liberada.

Dos años después del incidente, puedo decir que Dios ha estado obrando en mí. Me he vuelto menos propensa a enojarme y culpar a otros. Además, Dios ha estado sanando a mi hija en cuerpo y espíritu; aunque tiene una pequeña cicatriz en el rostro, está física y mentalmente saludable y es más resistente. Me apoyo en estas verdades para recordar que debo mostrar kjésed a mi prójimo; en especial, a mi cuñada.

Sigo orando por reconciliación. Pero todavía no he llegado a ese punto. Sin embargo, Dios me recuerda que la reconciliación es algo bilateral. Para que haya reconciliación, uno tiene que pedir perdón y el otro debe conceder ese perdón. No obstante, Él me manda que perdone. Sigo orando por una relación restaurada y espero con ansias el día en que pueda reconciliarme con mi cuñada.

AMA A TU PRÓJIMO (SÍ, ES DIFÍCIL)
¿Por qué te cuento esta historia? Porque proteger nuestro camino según la Palabra de Dios significa no alejarse de Sus mandamientos, y eso implica amar a nuestro prójimo. Según mi experiencia, eso puede ser difícil a veces. Y he llegado a darme cuenta de que no siempre quiero hacerlo.

A menos que la Palabra de Dios esté profunda y firmemente arraigada en nuestro corazón, es muy fácil pecar contra el Señor. Necesitamos recordatorios desde el exterior. Necesitamos que otros nos animen a aferrarnos a la cruz. Es más, cada persona necesita desarrollar un amor por la Palabra para estar motivada a leer las promesas de Dios, meditar en ellas y declararlas, en especial frente al pecado. ¿Cómo pueden nuestros jóvenes y niños mantener sus caminos en pureza? ¿Cómo podemos hacerlo nosotras? Al almacenar la ley de Dios en nuestros corazones, meditar en ella y declararla. Debemos amar a Dios y a nuestro prójimo. En esencia, eso requiere que entendamos, conozcamos, amemos, disfrutemos y pongamos en práctica (incluso cuando no sintamos el deseo de hacerlo) el mensaje del evangelio del mayor ejemplo de amor por el prójimo, el cual nos ama y nos da poder para cumplir la ley de Dios y amar a los demás. El evangelio es lo que nos permite mantener nuestro camino puro y obedecer al Señor.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

ESTRELLAS DE ESPERANZA

January 9, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Marjory Hord de Méndez

«Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada
sobre un monte no se puede esconder»
(MAT. 5:14).

¿Alguna vez se te ha ido la luz de la casa y te encontraste de un momento a otro completamente en tinieblas? Sientes un poco de pánico, buscas cerillos y velas o una linterna… y solo entonces te tranquilizas. Por otro lado, si has andado en el campo sin poder alumbrar tu camino, posiblemente te hayas tropezado o arañado. Se agigantan los sonidos que escuchas e imaginas monstruos o por lo menos bestias peligrosas a tu alrededor. Sin luz puedes sentirte perdido o angustiado, sin rumbo y sin esperanza.

Jesús, la misma luz del mundo, también nos llamó portadores de esa luz. Para las personas que no lo conocen a Él, somos las que reflejan su imagen. En Juan 1 vemos que la luz brilla en la oscuridad, y la oscuridad jamás podrá apagarla. Cristo vino a un mundo en tinieblas para disipar esa oscuridad. De la misma manera, nos llama a ser estrellas que representan Su verdad en esta tierra llena de mentiras, temores y peligros.

Suena hermoso, pero ¿cómo lograrlo? Primero, tienes que estar enchufado a diario con la principal fuente de luz verdadera, con Cristo.

Empápate de Su Palabra; escoge un versículo para guiarte en ese día. Luego permite que Él te enseñe a lo largo del día qué palabras o acciones tuyas pueden ser usadas para dar luz a las personas que cruzan tu camino.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

La búsqueda de la felicidad

January 6, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

SALMO 119:1‑8

Por JAMIKA MUNN

Hemos recorrido muchos caminos en nuestra búsqueda de la felicidad.

Algunas hemos tomado el camino de la carrera perfecta o el camino al romance, tal vez saltando de relación en relación. Otras hemos probado la esfera social, asistiendo a todos los lugares de moda, teniendo la ropa más linda y buscando el estrellato en los medios sociales. Muchas nos repetimos constantemente que, si tan solo tuviéramos más logros o posesiones materiales, por fin seríamos felices.

¿No sería maravilloso si eso fuera verdad?

La felicidad es un sentimiento o experiencia que todos en la tierra buscan o fingen tener (o ambas cosas). Todas la anhelamos y la buscamos. Sin embargo, lo que suelen vendernos los medios, los libros y la opinión popular como felicidad ha probado ser algo ordinario e insatisfactorio. Si somos sinceras, esto dificulta saber dónde se encuentra la verdadera felicidad. Sin embargo, la verdad es que Dios sí nos creó para que fuéramos felices. El problema es que buscamos la felicidad fuera del diseño de Dios, lo cual nunca funciona. Gracias a Dios, Él ha revelado el verdadero camino a la felicidad, y podemos estar seguras de que nos guiará allí. El principio de este salmo nos muestra el camino.

Dichosos los que van por caminos perfectos, los que andan conforme a la ley del Señor (v. 1).

Observa la palabra «dichosos». La dicha se refiere a un estado de felicidad pleno. Es más que una felicidad circunstancial; es un estado de felicidad que depende de nuestra relación con Dios. Vemos que el mismo término se usa en el Salmo 1 y en las Bienaventuranzas (Mat. 5). Las personas piadosas son personas felices. En el primer versículo del Salmo 119, el salmista le atribuye la felicidad a ir por un camino perfecto y andar conforme a la ley del Señor. Para simplificarlo, la felicidad es un patrón habitual si vivimos según la instrucción del Señor.

Podríamos verlo como dos caminos que se extienden frente a nosotras. Uno está lleno de culpa y vergüenza, mientras que el otro está pavimentado con libertad e inocencia. La persona que toma el segundo camino entiende que la Palabra de Dios tiene plena autoridad sobre todas las cosas, sin importar cuál sea su opinión personal o sus sentimientos.

Al considerar esto, es sabio que examinemos con cuidado nuestro corazón para evitar declarar que vamos por un camino perfecto aunque no sea así. Consideremos lo que significa «perfecto». Ser perfecto implica ser hallado sin falta ni culpa.

Según la Escritura, sabemos que ninguna de nosotras puede ser perfecta por mérito propio. Aun nuestros logros más nobles y mejores no logran que estemos a cuentas con un Dios santo. La Biblia declara que «no hay un solo justo, ni siquiera uno» (Rom. 3:10). En última instancia, un camino perfecto requiere que seamos intachables y ¡solo Cristo puede serlo! Jesús es el único que fue verdaderamente dichoso porque fue perfectamente intachable. Podemos compartir esta dicha al entender que la perfección de Cristo se le acredita a cualquiera que confía en Él. En Cristo, podemos ser consideradas intachables ante Dios. El camino a la felicidad es confiar en Cristo, ¡el cual es perfecto por nosotras!

GUARDAR LOS MANDAMIENTOS

Bienaventurados los que guardan sus testimonios (v. 2, RVR1960).

Cuando era pequeña, nuestra iglesia tenía un servicio llamado Noche de gozo. Todos los viernes por la noche teníamos Noche de gozo, y la congregación se reunía a cantar y testificar de la bondad del Señor. Si alguna vez fuiste a una iglesia negra, sabrás lo emocionantes que pueden ser las reuniones de testimonios. Los testimonios siempre eran variados: desde alguien que se sanaba de alguna enfermedad a otro que recibía dinero inesperado para pagar alguna cuenta. Escuchábamos horas de testimonios, y cada uno iba seguido de una canción en respuesta, donde un miembro de la congregación lidera la alabanza y el resto responde cantando. Una de mis favoritas decía:

Llamado: «¿En quién te estás apoyando?».
Respuesta: «Me apoyo en el Señor».
Llamado: «¿En quién te estás apoyando?».
Respuesta: «Me apoyo en el Señor».
Llamado: «Me apoyo…».
Respuesta: «¡En el Señor!».

Todos testificaban con alegría sobre el carácter de Dios, Su fidelidad para proveer y Su misericordia y bondad para sanar enfermedades. ¡Alabado sea Dios!

Aunque estos testimonios son maravillosos, creo que el salmista quiere destacar otra verdad aquí. Los testimonios que describe aquí son para guardar. Estos testimonios son los mandamientos de Dios para Su pueblo. Sus mandamientos testifican sobre Su carácter santo. El salmista proclama que seremos felices si guardamos los mandamientos de Dios en nuestro corazón y, al hacerlo, reflejaremos Su carácter. Aunque somos incapaces de guardar y poner en práctica a la perfección los testimonios de Dios, podemos confiar en que Él nos ayudará a practicarlos lo mejor que podamos. Jesús guardó los testimonios de Dios a la perfección. Guardó la Palabra del Padre y fue un ejemplo perfecto de todo lo que Dios había mandado. En nuestro caso, la felicidad se encuentra al guardar la verdad del evangelio en nuestro corazón y buscar poner en práctica lo que implica.

¿SENTIMOS LA FALTA?

… y de todo corazón lo buscan (v. 2).

Mi cuñada es una esposa y madre muy ocupada, y suele perder su teléfono celular. Puede estar perdido durante horas y ella no se da cuenta, pero cuando siente la falta, la búsqueda del teléfono perdido a menudo requiere un esfuerzo de equipo. Seguirles el paso a seis niños con dedos pegajosos en una casa de tres pisos trae su propia ansiedad y urgencia de encontrar el teléfono lo más pronto posible. En un abrir y cerrar de ojos, los almohadones del sofá están en el suelo, la ropa quedó toda desordenada, alguien está buscando en la camioneta y, ¡se siente la presión!

La urgencia de encontrar el celular es tan grande porque, para mi cuñada, es una necesidad. Es algo valioso. Probablemente haya algo en tu vida que percibas como una «necesidad». Para algunas de nosotras será nuestro teléfono celular y para otras, algo más. Sea lo que sea, piensa en eso y pregúntate: ¿Busco a Dios con la misma intensidad y determinación? ¿Lo considero algo absolutamente necesario? Si sentimos la falta de nuestro teléfono o de cualquier otra cosa más de lo que sentimos la falta de la Palabra de Dios en nuestras vidas, ¿qué revela esto sobre nuestro corazón? Queremos ser mujeres que declaren, como el salmista, que Dios y Su Palabra son invaluables, que verdaderamente son una necesidad para nuestras vidas y que buscaremos al Señor con urgencia.

Tenemos que saber algunas cosas sobre buscar a Dios. Primero, la única manera en la que podemos buscarlo es en la persona de Cristo. «Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí» (Juan 14:6, RVR1960). Segundo, debemos buscarlo a través de Su Palabra en verdad, porque «Dios es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Juan 4:24). Tercero, debemos buscarlo con una actitud de compromiso con la santidad: «Busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Heb. 12:14). Por último, debemos buscarlo por encima de todas las cosas y recordar, incluso cuando lo hacemos, que es imposible buscar aquello que es más valioso que todo sin la ayuda del Espíritu Santo. Como cristianas, sabemos que si Dios no nos diera Su Espíritu, no lo buscaríamos. Naturalmente, «no hay nadie […] que busque a Dios» (Rom. 3:11). Sin Su Espíritu, siempre correríamos detrás de los ídolos de nuestros corazones, que nos prometen felicidad pero tan solo llevan a angustias.

NADA DE HÁBITOS NI EXCUSAS

Jamás hacen nada malo, sino que siguen los caminos de Dios (v. 3).

La lucha con el pecado es real. A diario, vemos cómo Romanos 7:19 cobra vida ante nuestros ojos: «De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero».

Cuando el Salmo 119:3 destaca a aquellos que «jamás hacen nada malo», se refiere a corazones que han sido verdaderamente cambiados por el evangelio. Aquellos que «jamás hacen nada malo» no están libres de iniquidad, sino que no tienen el hábito de pecar. Ya no buscan maneras de hacer el mal, sino que se esfuerzan por hacer lo bueno. Aunque puede luchar con el pecado, la persona verdaderamente feliz no se hace el hábito de pecar; tampoco se deleita en él ni lo excusa.

NO HACE FALTA AVERGONZARSE

Tú has establecido tus preceptos, para que se cumplan fielmente (v. 4).

¿Recuerdas algún momento en el que te hayan dado reglas o expectativas para tu conducta? Mi madre se tomaba muy en serio nuestra conducta, ¡en especial en público! Cada visita a alguna tienda iba precedida de una lista de deberes y prohibiciones. Mamá siempre nos decía: «Ahora, cuando entremos a la tienda, no toques nada y no pidas nada». Ella ponía las reglas y esperaba que las cumpliéramos. Mis hermanos y yo teníamos bien en claro que, en este caso, ¡la obediencia llevaba a la felicidad! Nos esforzábamos por obedecer lo mejor que podíamos, a veces ni nos animábamos a mirar algo que queríamos; ni hablar de tocarlo. De una manera mucho más significativa, Dios ha dado Su Palabra y nos ha mandado que la respetemos y la obedezcamos con cuidado. El salmista está ansioso por obedecer la Palabra de Dios porque entiende que así le irá bien (tal como nos sucedía a mí y a mis hermanos si obedecíamos a mamá en la tienda).

Pero por más que deseemos caminar en obediencia, nunca podremos guardar los preceptos del Señor con absoluta diligencia. Debemos depender de la ayuda de Dios para obedecer. Podemos clamar al Señor pidiendo ayuda, y el salmista sabe que debe hacerlo: «¡Cuánto deseo afirmar mis caminos para cumplir tus decretos!» (v. 5).

El salmista también entiende que, al cumplir los decretos del Señor, no será avergonzado. Si pusiéramos nuestra vida bajo la lupa junto a la ley de Dios, descubriríamos que estamos llenas de vergüenza. Nuestro corazón y nuestra conciencia nos condenarían sin piedad, ya que veríamos con absoluta claridad cuánto quebrantamos la ley de Dios constantemente. Pero en Cristo, no hace falta avergonzarse. El Señor Jesús soportó la cruz y cargó con nuestra vergüenza; fue avergonzado por pecados que no cometió y que nosotras sí cometimos. A cambio, el cristiano ahora puede vivir sin vergüenza en su vida y con gloria en la venidera. ¡Alabado sea Dios por Jesús! Que nuestros ojos estén fijos en Cristo, el cual vivió a la perfección los mandamientos de Dios. Él es quien quita nuestra vergüenza cuando no perseveramos en guardar los estatutos del Señor. «En esto sabremos que somos de la verdad, y nos sentiremos seguros delante de él: que aunque nuestro corazón nos condene, Dios es más grande que nuestro corazón» (1 Jn. 3:19‑20).

EN LA ESCUELA DE LO DIVINO

Te alabaré con integridad de corazón, cuando aprenda tus justos juicios. Tus decretos cumpliré; no me abandones del todo (vv. 7‑8).

En la primera estrofa de este salmo (vv. 1‑8), el salmista llega a la conclusión de que, a medida que descubramos la Palabra y la voluntad de Dios, nuestro corazón se deleitará en ellas, y nuestro deleite llevará a la práctica. Aprender las reglas justas de Dios es más que grabar un mero conocimiento en la mente. Aprender sobre algo implica saber cómo aplicarlo. Recuerdo cuando estudiaba para ser asistente certificada de enfermería. Había exámenes teóricos y prácticos, pero primero preguntaban sobre la teoría. Nuestro instructor nos dio cuatro capítulos para estudiar como preparación para el primer examen. No es ninguna sorpresa que, si no pasábamos el examen teórico, no podíamos seguir adelante con el práctico. El instructor quería asegurarse de que tuviéramos el conocimiento que lleva a la aplicación. Sin embargo, el conocimiento solo no era suficiente… por ende, el examen práctico. ¡Los que estudiamos con diligencia y aplicamos ese conocimiento en el examen práctico nos alegramos cuando aprobamos! Ahora bien, ¿cuánto más debería ser esta nuestra experiencia en la escuela de lo divino? La teoría debería llevar a la práctica. Con Dios, el esfuerzo para aprender Sus reglas justas nunca es en vano y tiene un valor eterno.

Nuestro estudio de los estatutos divinos debería llevarnos a una aplicación práctica que glorifique a Dios. Tal como muchos teólogos han proclamado, la teología siempre lleva a la doxología. El salmista decide guardar los estatutos del Señor, aunque es consciente de su propia incapacidad de hacerlo. Incluso hace un pedido de dependencia: «¡no me abandones del todo!». Está diciendo: No me dejes librado a mis recursos para siempre, o fracasaré. En Cristo, Dios respondió esa oración: «Nunca te dejaré; jamás te abandonaré» (Heb. 13:5).

Compartimos el clamor del escritor del Salmo 119. Si dependiera de nosotras cumplir a la perfección la ley de Dios para ganarnos o mantener Su bendición, fracasaríamos de manera deplorable. Pero donde nosotras fracasamos, ¡Jesús venció! Se transformó en el Verbo hecho carne (Juan 1:14) y cumplió toda la ley. Este hombre intachable fue el que llevó sobre sí toda nuestra impiedad. Cuando confiamos en la muerte, la sepultura y la resurrección de Cristo, confiamos en que todo nuestro pecado y nuestra vergüenza fueron clavados a la cruz. Por el Espíritu de Dios, podemos cantar con seguridad las palabras del escritor de himnos Isaac Watts:

En la cruz, en la cruz, do primero vi la luz,
Y las manchas de mi alma yo lavé.
Fue allí por fe do vi a Jesús,
Y siempre feliz con Él seré.

Confía en Jesús, entrégale tu camino a Dios y recibe bendición. En este mundo las cosas que nos dicen que llevarán a la felicidad tan solo conducen, en el mejor de los casos, a una sensación pasajera de alegría. En cambio, aquí tenemos una felicidad que vale la pena perseguir, que se puede encontrar y que jamás termina.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

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