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Devocional

LA VIDA NO HA SIDO NINGUNA ESCALERA DE CRISTAL

March 31, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

KRISTIE ANYABWILE

Los poemas tienen la capacidad de captar toda una vida en pocas palabras. Comunicar ciertas ideas o historias requeriría volúmenes de prosa, pero pueden comunicarse de forma creativa, sucinta y memorable en un poema. Uno de estos poemas se llama «Mother to Son» [De madre a hijo], escrito por el poeta afroamericano Langston Hughes.

Well, son, I’ll tell you:
Life for me ain’t been no crystal stair.
It’s had tacks in it, and splinters,
And boards torn up,
And places with no carpet on the floor—
Bare.
But all the time
I’se been a-climbin’ on,
And reachin’ landin’s,
And turnin’ corners,

And sometimes goin’ in the dark
Where there ain’t been no light.
So boy, don’t you turn back.
Don’t you set down on the steps
’Cause you finds it’s kinder hard.
Don’t you fall now—
For I’se still goin’, honey,
I’se still climbin’,
And life for me ain’t been no crystal stair.

Bueno, hijo, te diré:
La vida para mí no ha sido ninguna escalera de cristal.
Ha tenido tachuelas y astillas,
Algunos tablones levantados,
Y lugares sin alfombra en el suelo…
vacíos.
Pero en todo momento
Ha sido cuesta arriba,
Llegar a un descanso
Y volver a girar,
y a veces, caminar a oscuras
Donde no hay ninguna luz.
Así que, m’ijo, no te des la vuelta.
No te sientes en los escalones
Porque te resultan un poquito difíciles.
No te caigas, por favor.
Porque la subida sigue, mi amor,

Hay que seguir trepando,
Y la vida para mí no ha sido ninguna escalera de cristal.

Este poema expresa la vida difícil de una madre, pero también ofrece esperanza de que sus tribulaciones no tienen la última palabra. Los descansos a los que se llega, los giros que se dan y el destino final hacen que valgan la pena el dolor y las cicatrices de la subida. ¿Cómo perseveraría un cristiano a través de dificultades como las que ella enfrentó? Este pasaje nos ayudará a responder a esa pregunta. Nos llama a subir la escalera de la vida, hacia el lugar donde el Señor está sentado en el trono y reina para siempre. Demuestra que la perseverancia viene de una perspectiva transformada, la cual nos anima en medio de nuestras pruebas a no darnos la vuelta ni sentarnos en los escalones cuando la vida se ponga difícil, sino a fijar la mirada en Aquel cuya Palabra permanece para siempre.

ESTABLECIDA EN EL CIELO

Tu palabra, Señor, es eterna,
y está firme en los cielos (v. 89).

La Palabra de Dios es el fundamento de todo lo que existe. El Señor estableció la tierra en sus cimientos, para que jamás se mueva (Sal. 104:5). Todos y todo lo que ha existido alguna vez o llegue a existir dependen de la cualidad eterna de la Palabra de Dios. Ningún poder terrenal puede alcanzarla, cambiarla ni torcerla. Sin embargo, la Palabra de Dios no está aislada de Su creación. Tiene un vínculo inseparable con el mundo porque el mundo existe gracias a esa Palabra. Tal como leemos en Génesis 1, Dios habló y fueron creados los cielos y la tierra, mediante Su palabra poderosa y creativa. En Su gracia, Dios ha entretejido Su Palabra y Su mundo.

Su poder, sabiduría y entendimiento se manifiestan en Su Palabra (Isa. 54:10‑11). Las promesas de Dios se manifiestan en Su Palabra, la cual es segura porque Él cumple Su pacto. Es el único que puede prometer con una certeza eterna que Su Palabra es verdad.

PARA TODAS LAS PERSONAS
DE TODOS LOS TIEMPOS

Tu fidelidad permanece para siempre; estableciste la tierra, y quedó firme (v. 90).

En 1 Crónicas 16:1‑7 se nos dice que, cuando el arca de Dios (el lugar de la presencia del Señor entre Su pueblo) se había completado y colocado dentro de la tienda de reunión, y después de que se hicieron las ofrendas y se ofrecieron oraciones por su finalización, el rey David comisionó a los levitas «para que ministraran, dieran gracias y alabaran al Señor, Dios de Israel» (1 Crón. 16:4). El estribillo de la canción que escribió David para esta ocasión festiva y sagrada fue:

¡Alaben al Señor porque él es bueno, y su gran amor perdura para siempre! (1 Crón. 16:34).

Por cierto, este se transformó en el estribillo de muchas canciones de David. Era su respuesta a la manera en que Dios se había revelado a Su pueblo y les había mostrado la fidelidada Su pacto y Su bondad. Dios habla fielmente a todas las generaciones porque Su amor permanece por todas las generaciones.

LA PALABRA PERDURA SOBRE
LA AUTORIDAD DE DIOS

Todo subsiste hoy, conforme a tus decretos,
porque todo está a tu servicio (v. 91).

El Señor sustenta el universo por la palabra de Su poder (Heb. 1:3): «Él es anterior a todas las cosas, que por medio de él forman un todo coherente» (Col. 1:17). Dios es soberano sobre Su mundo. El cielo y la tierra demuestran Su gobierno y autoridad. Incluso ahora permanecen, pero no por su cuenta y por cierto no gracias a nosotras, sino porque Él gobierna todas las cosas. Ningún propósito humano ni poder de la oscuridad puede quitarle a Dios lo que Él sostiene con el poder de Su Palabra.

EL DELEITE Y LA VIDA

Si tu ley no fuera mi regocijo, la aflicción habría acabado
conmigo. Jamás me olvidaré de tus preceptos, pues con
ellos me has dado vida (vv. 92‑93).

Desde el versículo 92 hasta el final, el salmo adopta una perspectiva más personal. El salmista reflexiona sobre la eficacia de la Palabra de Dios como algo evidente en sus circunstancias personales. Se encuentra en medio de la aflicción. Los malvados complotan para destruirlo. Pero como él medita en la Palabra eterna y perdurable de Dios, sabe que sus tribulaciones son limitadas y temporales. No permanecerán. No tienen ninguna autoridad sobre su vida. La Palabra de Dios sí la tiene. Entonces, él no se concentra en su aflicción, sino en la Palabra de Dios que deleita y da vida.

Sin la Palabra de Dios, es como «caminar a oscuras, donde no hay ninguna luz». Para el creyente que vive en medio de un mundo perverso, no hay deleite. Pero con la Palabra de Dios, podemos entrar al atrio de los malvados armados con la verdad que nos permite pararnos seguras del juicio de Dios más que del juicio del hombre. Por eso, el salmista jamás olvidará la Palabra de Dios. Se apoya en las promesas y los preceptos de Dios y estos son su deleite en la vida en medio de la aflicción, tal como Spurgeon escribió en The Golden Alphabet [El alfabeto dorado]:

¡Qué bendición es tener los preceptos escritos en el corazón
con el bolígrafo dorado de la experiencia y grabados en
la memoria con el estilete divino de la gracia! El olvido es
un gran mal en cuestiones sagradas.

¿Conoces esa sensación satisfactoria que experimentas cuando tuviste algo en la punta de la lengua todo el día y por fin lo recuerdas (en general, a eso de las tres de la mañana)? ¡Cuánto más satisfactorio es recordar la Palabra de Dios! No solo satisface, sino que también nos revive, nos da vida y nos sustenta.

LA PALABRA ES ACCESIBLE

Jamás me olvidaré de tus preceptos, pues con ellos me has dado vida. ¡Sálvame, pues te pertenezco y escudriño tú preceptos! Los impíos me acechan para destruirme, pero yo me esfuerzo por entender tus estatutos (vv. 93‑95).

Estos versículos nos ayudan a meditar en la accesibilidad, la influencia y el poder de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios implantada en nuestro corazón no vuelve vacía. Permanece con nosotras, a veces en forma latente, y Dios la usa para darnos vida. Como lo expresó Spurgeon: «Aquello que estimula el corazón sin duda estimula también la memoria». El salmista ora para que Dios lo salve (v. 94a), y luego proporciona la evidencia de que pertenece a Dios; en concreto, que ha escudriñado Sus preceptos (v. 94b). En otras palabras, apela a Dios con seguridad, apoyado en su relación con Él.

El salmista podría haber considerado su aprieto a la luz de sus enemigos. En cambio, consideró a sus enemigos a la luz de su Señor. Nada podría darle tal confianza para pedir excepto la seguridad de saber que pertenecía a Dios y que Dios escuchaba y respondía. Precisamente porque los cristianos pertenecemos a Dios, sabemos que Él nos escucha y responde a nuestro clamor. Solo esta garantía de la pertenencia inspira la clase de osadía santa que vemos en el salmista. Esta seguridad nos da el valor para seguir trepando, llegar a descansos y volver a girar.

Todas tenemos enemigos… el mundo, la carne y el diablo. Siempre conspiran en nuestra contra. Nuestro enemigo merodea como un león, buscando a quién devorar, y nosotras debemos resistirlo y estar firmes en nuestra fe (1 Ped. 5:8‑9a), al meditar en la Palabra fiel del Señor.

LA PALABRA NO TIENE LÍMITES

He visto que aun la perfección tiene sus límites; ¡solo tus mandamientos son infinitos! (v. 96).

El poder y la autoridad de Dios se extienden a toda nación, lengua y tribu; a todo grupo económico y clase social; a ambos géneros y a cada orientación sexual; a cada ideología política y filosófica; a toda edad y habilidad y a cada pecador y a cada santo. Hasta ahora, hemos hablado de «la Palabra», como si fuera meramente lo que proviene de Dios. La Palabra es más que eso. Tal como Dios nos lo revela en el Nuevo Testamento, la Palabra es una persona. La Palabra es Cristo.

En el principio la Palabra ya existía. La Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. El que es la Palabra existía en el principio con Dios. Dios creó todas las cosas por medio de él, y nada fue creado sin él. La Palabra le dio vida a todo lo creado, y su vida trajo luz a todos
(Juan 1:1‑4, NTV).

Además…

… la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre
nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y fidelidad.
Y hemos visto su gloria, la gloria del único
Hijo del Padre (Juan 1:14, NTV).

La Palabra que creó el mundo es la misma que lo sustenta hasta hoy. Y es el mismísimo Jesucristo, el cual es tanto Dios como hombre. La perseverancia duradera en la aflicción no viene al alcanzar hitos terrenales, como subir escalones y llegar a un descanso (como los que mencionaba la madre en el poema que vimos antes). La perseverancia que permanece viene solo a través de una relación con Jesucristo, Aquel en quien y por quien vemos «abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre» (Juan 1:51).

Jesús sin duda sabía y recitaba el Salmo 119 en canto y en oración porque conocía la necesidad y el valor de la obediencia en medio de las dificultades. Es maravilloso que nuestro Salvador haya rogado que la copa de juicio de Dios pasara de Él pero, aun así, haya cumplido la voluntad de Su Padre con obediencia. Es aleccionador que el Padre haya respondido al ruego de Jesús diciendo: No, esta es tu copa; debes beberla entera, porque esta es mi voluntad para ti. Y Jesús obedeció. Llevó sobre sí todo el peso de la ira de Dios al morir en la cruz por nosotros. Tres días más tarde, se levantó de la tumba, demostró Su poder sobre el pecado y la muerte y garantizó la vida de resurrección para nosotras cuando nos arrepentimos de nuestros pecados y confiamos en Él. Y ese es solo el principio. A medida que concentramos nuestro corazón y nuestra mente en la Palabra de Dios, Él continúa transformándonos más y más a la semejanza de Su Hijo.

Todos experimentarán problemas, dolor, angustias y aflicción. Tal vez estás buscando trabajo y te preocupan tus finanzas; quizás tienes una relación difícil con tu cónyuge o tu pareja y no estás segura de cómo avanzar; tal vez estás cuidando a padres enfermos, deseas mostrar tu apoyo pero te sientes agotada y abrumada. Quizás estás luchando con una adicción o con algún pecado sexual en secreto y te pone nerviosa hablarlo con el líder de un grupo pequeño o con un pastor; tal vez eres una joven mamá que está pasando un tiempo difícil, te cuesta mantener los ojos y el corazón abiertos a los que tanto te necesitan y te exigen; quizás eres una viuda que está intentando encontrarle sentido a la vida sin su compañero o puede ser que te esté costando perdonar y que no puedas ver más allá de la amargura y el enojo. O quizás, o quizás, o quizás… Sin duda, para todas nosotras, la vida no ha sido ninguna escalera de cristal.

No deberíamos sorprendernos cuando lleguen dificultades a probarnos, como si nos estuviera sucediendo algo extraño. En cambio, podemos (y deberíamos) regocijarnos en nuestras pruebas (1 Ped. 4:12‑13). Esto no es un llamado a anhelar el sufrimiento y sus desafíos. Nadie espera con ansias las dificultades ni le pide a Dios que las apile sobre sí. No. Pero sí nos regocijamos en el fruto espiritual que producen nuestras pruebas en nosotras (Sant. 1:3‑4). Junto con el salmista, recibimos consuelo en la aflicción al deleitarnos en la Palabra de Dios. En el poema «Mother to Son», la madre fue sincera con su hijo respecto a la realidad de las tribulaciones en la vida, pero también fue firme al alentar a su hijo a perseverar tal como ella había perseverado. Los cristianos somos llamados a algo más que soportar en nuestras propias fuerzas. Nuestro sufrimiento y tribulaciones deben hacernos madurar y llevarnos a depender más de Cristo. Perseveramos por Su poder que obra en nosotras. Nuestros problemas son peldaños hacia la perseverancia y un camino al gozo.

A veces, lo último que quieres hacer cuando estás sufriendo o te sientes cansada o preocupada es tomar tu Biblia. Quizás estés exhausta, herida, avergonzada, enojada, amargada, abrumada o preocupada. Pero si estás absorta en la Palabra eterna y perdurable de Dios —y ves tus circunstancias pasajeras a la luz de Su Palabra—, encontrarás luz y vida y la capacidad de perseverar en el peor de los tiempos.

Tu palabra, Señor, es eterna, y está firme
en los cielos (v. 89).


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

NUESTRA ÚNICA ESPERANZA

March 27, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

«Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni
permitirás que tu santo vea corrupción»
(SAL.16:10).

Este salmo es uno de los tres salmos mesiánicos de David, donde expresa su confianza en el Señor. David está pidiendo protección. Podemos suponer que fue escrito en tiempos de dificultad, probablemente cuando huía del rey Saúl. A pesar de ello, no tiene un sabor de queja, sino de gratitud y regocijo en el Señor, confiando en que solamente Yahweh puede protegerlo y proveer lo que necesita. Él rehúsa adorar otros dioses porque, aunque la vida es difícil para los creyentes, es más difícil para aquellos que no adoran a Yahweh porque no tienen Su protección y esto aumentará sus aflicciones.

David sabía que, aunque no sería fácil, era mejor vivir para Dios que para sí mismo. Él experimentó muchas dificultades porque se mantuvo fiel a Dios, sin embargo, siempre podía confiar en la presencia y protección de Dios aun en estos tiempos. Y él entendía que la única forma de tener esta seguridad y gozo era viviendo con el Señor puesto continuamente delante de él, confirmando lo que dijo en el versículo 2 del mismo salmo: «Ningún bien tengo fuera de ti». Aunque David vivió 1000 años antes de la llegada de Cristo, su alma entendía lo que Cristo dijo en Juan 15:5: «Separados de mí nada podéis hacer». También reconoció que su descanso final no sería en el infierno, sino en el cielo porque, si Dios lo bendijo y lo mantuvo durante la vida terrenal, también Él lo bendeciría en la vida venidera.

Luego en el versículo 10 leemos que Dios no permitirá a Su Santo ver corrupción. Esto es una obvia referencia a que el Mesías, Jesucristo, ¡resucitará para que Su cuerpo no vea corrupción! Me llama la atención que «Santo» está en mayúscula [LBLA]refiriéndose al Santo y no a los santos.

Pedro también entendió esto porque en su primer sermón, justo después del día de Pentecostés en Jerusalén, cuando 3000 almas fueron añadidas, citó este versículo refiriéndose a Jesús (Hech. 2). Pedro mencionó cómo David, siendo profeta y sabiendo que Dios le había jurado sentar a uno de sus descendientes en su trono, miró hacia el futuro y habló de la resurrección de Cristo. David no podía estar hablando de sí mismo porque su cuerpo sí vio corrupción y Pedro les recordó que el sepulcro de David todavía existía.

Entonces ¿qué significado tiene esta información para nosotros hoy? ¡Nuestro Redentor vive! Él es quien está sentado a la diestra de Dios y quien también sigue intercediendo por nosotros (Rom. 8:34). Aquel que resucitó de la muerte es quien ganó la victoria para la salvación de todos. Podemos estar seguros de la bendición después de la muerte porque «si hemos sido unidos a él en la semejanza de su muerte, ciertamente lo seremos también en la semejanza de su resurrección» (Rom. 6:5). Entonces, de la misma manera que estimuló a David, nos estimula a permanecer en Él porque ¡Él es nuestra única esperanza!


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

AFERRARSE AL SALVADOR EN MEDIO DEL SUFRIMIENTO

March 24, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

DENNAE PIERRE

Hace unos años, mi familia recibió a tres mujeres haitianas y a sus hijos de una iglesia en nuestro vecindario. Estas mujeres y sus hijos habían llegado a Estados Unidos apenas el día anterior, cruzando desde Guatemala por la frontera de Arizona. Habían perdido todo en el terremoto en Haití en 2010, y después de pasar seis años en un campamento para refugiados en Guatemala, su familia en Estados Unidos ahorró lo suficiente como para traerlos al país.

En la frontera de Arizona, pidieron estado de asilo, les pusieron tobilleras y los trajeron a una iglesia mientras esperaban que un ómnibus los llevara a Nueva York para quedarse con su familia. Allí, esperarían su turno con el tribunal, donde se decidiría si se les deportaría o si se les otorgaría asilo. Nuestra familia los hospedó varios días antes de que siguieran rumbo al norte.

Las mujeres nos hablaron de su largo viaje por el bosque y el desierto. Una lloraba mientras abrazaba más fuerte a su hijita, sentada en su falda, y nos dijo que su viaje había empezado junto con su esposo y la hermana melliza de la pequeña que tenía en brazos. Nos contó cómo, en el transcurso de un día, quedaron separados en el bosque. Ella y una de las mellizas llegaron a la ciudad próxima. Su esposo y la otra hija jamás llegaron.

Al tiempo, se enteró de que su esposo y la otra hija habían sido atrapados y detenidos, y se les enviaría de regreso al campamento para refugiados en Guatemala. Mientras se secaba las lágrimas, nos transmitió su deseo desesperado de que la hija que había quedado atrás no creyera que su madre había elegido a su hermana para llevarla a un lugar seguro en vez de a ella. Hizo una pausa… y luego prorrumpió en lamento y alabanza al Señor porque su esposo y su otra hija estaban vivos y juntos, aunque los extrañara terriblemente. Las otras mujeres lloraron y alabaron a Dios con ella.

Estaban sentadas alrededor de nuestra mesa con el cuerpo agotado, los pies hinchados, un futuro incierto y bebés que lloraban. En poco tiempo de estar con ellas, pudimos percibir su anhelo de un futuro lleno de promesa, pero también el peso aplastante de saber que lo más probable era que su deseo no se cumpliera y que terminaran deportándolas. En las historias de estas mujeres, pude ver esperanza, dolor, gozo y angustia, y mi fe se fortaleció al ver su confianza en que Dios seguía estando a su lado.

Mis hijos se quedaron sentados escuchando a nuestras invitadas. Apenas una generación atrás, la familia de mi esposo estaba en Haití y mi propia madre, en Honduras. Somos una familia de inmigrantes, y estas queridas hermanas señalaron a mis hijos y dijeron que nuestra familia representa lo que ellas anhelan para sus hijos en el futuro.

CUANDO IRRUMPE LA LUZ DE DIOS

Cuando llegues a la sección de caf en el Salmo 119, y empieces a meditar en los versículos 81‑88, aborda este pasaje teniendo en mente la escena que describí alrededor de nuestra mesa. En una situación similar a mi fin de semana con estas hermanas de Haití, este salmo te invita a dar testimonio del dolor y las angustias de otros. Está pensado para despertar en ti imágenes e historias de tu propio dolor, de los sufrimientos de aquellos a los que amas y las luchas que amenazan con aplastar a tus vecinos, tanto en tu propia ciudad como en todo el mundo. Siempre que llegamos a estos momentos donde vemos la luz de Dios irrumpir en las tinieblas de la dificultad, la angustia y la muerte, pisamos terreno santo.

UN ANHELO DE SALVACIÓN

Con ansia espero que me salves; ¡he puesto mi esperanza en tu palabra! Mis ojos se consumen esperando tu promesa, y digo: «¿Cuándo vendrás a consolarme?». Aunque soy un viejo inútil y olvidado, no me he olvidado de tus leyes (vv. 81‑83, DHH).

La enfermedad, la muerte, la violencia, la pérdida, el dolor, la traición, la injusticia y la opresión no es lo único que nos aplasta y nos abruma. El sufrimiento se experimenta de manera mucho más profunda debido al deseo humano de alivio de estas cosas que nos aplastan. El anhelo de salvación es profundo dentro de cada uno de nuestros huesos. Es este anhelo de rescate lo que causa la puntada más aguda de dolor en medio del sufrimiento.

Los individuos y las comunidades enteras no pueden evitar luchar contra el peso del sufrimiento. Si no lo hacemos, es un peso que nos aplasta y termina por extinguir nuestra vida, porque sin esperanza tan solo existimos, no vivimos. No obstante, empujar contra estos pesos nos debilita los brazos y desgasta nuestro corazón. Si tan solo supiéramos cuánto durará esta carga, tal vez podríamos perseverar y no cejar, pero el sufrimiento nos resulta insoportable cuando no parece haber final a la vista. Sin embargo, de manera paradójica, el sufrimiento puede amplificarse extrañamente ante la posibilidad del consuelo y el rescate.

Entonces, el salmista comienza esta estrofa declarando que su alma espera «con ansia» la salvación. Otros traducen el versículo 81 con expresiones más fuertes:

«Esperando tu salvación se me va la vida» (NVI).
«Desfallece mi alma por tu salvación» (RVR1960).
«La vida se me escapa, la vista se me nubla, esperando
que cumplas tu promesa de venir a salvarme» (TLA).
«Siento que me muero esperando tu salvación» (RVC).

El salmista se siente como un odre al humo; está seco, se siente inútil y sin nada para ofrecer. Casi que podemos oír la desesperación y la desesperanza, pero él sigue adelante a pesar del dolor porque espera en la Palabra de Dios. Hace mucho que siente que su sufrimiento lo dejará agotado y sin nada más para dar, pero sigue aferrado a la Palabra de Dios y espera a que su Dios lo reconforte.

La transformación sucede cuando permanecemos en Dios incluso mientras permanecemos en el sufrimiento. ¿Cuán a menudo nos encontramos con el sufrimiento y queremos evitarlo? Empezamos a buscar nuestros propios caminos de salvación. Nos adormecemos o nos distraemos e intentamos con desesperación encontrar una estrategia de salida. Nos ofrecemos unos a otros frases trilladas comunes entre los cristianos, pero minimizamos, ignoramos o desestimamos lo que sucede. En cambio, cuando nos damos cuenta de que debemos permanecer en nuestro sufrimiento y de que por ahora no hay escape, perdemos la esperanza en la salvación de Dios. El cinismo se instala y el dolor se transforma en nuestra nueva identidad. El salmista no comete ninguno de estos errores. No huye del sufrimiento ni pierde de vista a Dios. Sigue esperando, aun si debe esforzar la vista mientras espera que Dios lo rescate.

¿Cómo permanecemos cerca de Dios a través del sufrimiento? El salmista nos muestra la manera: a través de la oración y la Palabra. Mientras clama a Su Dios vivo, se amarra a la Palabra de Dios; y mientras espera que Él lo salve, la oración mantiene sus dedos firmemente aferrados a la soga que lo sostiene. Se aferra a la Palabra de Dios, agotado, sabiendo que el Dios vivo es quien sostiene el otro lado de esa soga y que este Dios lo librará, porque Su carácter se lo exige.

Dios es un Dios que se metió en medio del dolor, el sufrimiento y la tribulación de Su pueblo y los sacó de la esclavitud para incluirlos en Su propia familia. Dios es un Dios que los formó y los bendijo y que seguirá liberándolos porque ese es el Dios que es. Dios es un Dios cuyos estatutos revelan Su carácter: el carácter de un Dios que tiene un largo historial de actuar con justicia, pureza, gracia y misericordia para con Su pueblo. Como lo sabe, el salmista se aferra al Señor y clama a Él mientras aguarda con esperanza.

LOS POZOS MIENTRAS ESPERAMOS

En los versículos 84‑87, el salmista revela la profundidad de su sufrimiento. Los insolentes lo persiguen y lo rodean, por poco lo «borran de la tierra». Conoce íntimamente la opresión —lo que se siente al estar rodeado de arrogantes y lo que significa sentirse aplastado por la maldad—, y la angustia y la vergüenza lo han hundido.

Cuanto más sufrimos, más pozos encubiertos encontraremos. Al vagar por el desierto del sufrimiento durante un tiempo prolongado, empezamos a tener calor y a sentirnos agotados y desgastados. Nos sentimos solos y anhelamos desesperadamente una salida.

Algunos pozos los cavamos nosotras mismas, al tomar buenas dádivas de la creación de Dios y distorsionarlas para transformarlas en un medio para nuestra salvación. Estos pozos de idolatría proporcionan un alivio temporal, mientras que nos llevan a la muerte. Sin embargo, algunas encuentran sufrimiento en medio de sistemas y poderes que han cavado pozos. Los débiles, los cansados y los que tienen pocos recursos, que a menudo están escondidos de los demás, terminan siendo tragados por estos peligros. Exhaustos, desgastados y solos, estos transeúntes se encuentran atrapados al fondo de un pozo, esperando.

Un milenio después de que se escribiera este salmo, Jesús llegaría a estos pozos y declararía a las prostitutas, a los cobradores de impuestos, a los poseídos por demonios y a los pobres atrapados allí que el reino de Dios estaba entre ellos y que Él sería la salida de esos pozos. Muchos habían pasado junto a estos marginados y habían visto que estaban atascados en un pozo. La mayoría de sus vecinos creían que esta gente merecía estar ahí; muchos se habían acostumbrado tanto a pasar junto a ellos que empezaron a ignorar directamente su existencia. Algunos más amables les arrojaban un par de monedas y seguían su rumbo, mientras que los más crueles les escupían y maldecían. Pero nadie se había ofrecido a levantarlos y a volver a poner sus pies sobre terreno firme. No es ninguna sorpresa que, cuando Jesús llegó, los vio y les ofreció bondad y salvación, ellos se sentaran a Sus pies y los lavaran con lágrimas y besos (Luc. 7:36‑50).

La buena noticia que Jesús declaró al pararse sobre esos pozos, y anunciar que el reino había llegado, era que ya no era necesario que estas personas siguieran atrapadas en los pozos de destrucción y desesperación. Ya no tendrían que vagar por el desierto, débiles y solos, intentando no caer. ¡Había llegado la salvación! Jesús no había venido simplemente a extender la mano con amabilidad dentro del pozo, para ofrecerles a aquellos que todavía tuvieran algo de fuerza una salida, sino que Él mismo había entrado a los pozos de la humanidad. Descendió hasta el fondo. Reiría, lloraría, dormiría y descansaría entre amigos. Sanaría, restauraría y renovaría. Moriría en la cruz y entraría al más profundo de todos los pozos, y tres días más tarde volvería a levantarse, liberando a los cautivos y llenando los pozos con un nuevo reino que ofrece salvación solo en Cristo.

El Dios al que adora el salmista es el Dios que creó los cielos y la tierra. Es el mismo Dios que llamó a Abraham, a Isaac y a Jacob, y que los bendijo para que fueran de bendición. Es el mismo Dios que libró a Su pueblo de la esclavitud en Egipto y que los transformó en una gran nación. El salmista confía en el Dios que estableció un reino en Israel y que prometió una salvación que llegaría a los confines de la tierra y a las profundidades más insondables. Lo que sostiene la esperanza del salmista en medio del sufrimiento solo puede encontrarse más atrás, en las muchas obras maravillosas del Dios que ha probado Su fidelidad una y otra vez, y también más adelante, en la esperanza de la sanidad, la restauración y la renovación que vendrán cuando este Dios fiel lo libere a él y a todo su pueblo. Y hoy, podemos decir lo mismo.

AFÉRRATE A SU ABRAZO

No hay mejor versículo para cerrar nuestra meditación sobre este pasaje que el último de la estrofa caf: «Por tu gran amor, dame vida y cumpliré tus estatutos» (v. 88). Otra traducción declara: «Dame vida, de acuerdo con tu amor, y cumpliré los mandatos de tus labios» (DHH). Hay un sufrimiento que nos aplasta y nos despoja. Hay sistemas y pesos de opresión que nos abruman y amenazan con extinguir la esperanza. Hay relaciones que parecen estar más allá de la restauración. Hay dolores y pérdidas que dejan cicatrices en nuestro corazón y nuestras vidas. Para mezclar mis metáforas, hay una oscuridad opresiva que parece devastar nuestras ciudades como un huracán que va dejando una estela de destrucción. A menudo, miramos todo este sufrimiento y nos abruma nuestra impotencia, debilidad y soledad.

Sin embargo, podemos soltar las herramientas que usamos para abrir nuestros propios caminos a la salvación y aferrarnos en cambio al abrazo del Dios cuyo «gran amor» lleva sobre Su propio cuerpo cada cicatriz, herida y golpe que nos ha tocado recibir. Esta hermosa verdad, manifestada en nuestras vidas de innumerables maneras, es la que nos llena de esperanza y de gozo. Y es suficiente para andar guiados por los testimonios de Dios, aun mientras sufrimos y esperamos, porque en estos testimonios es donde nuestra esperanza es restaurada.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

EL DIOS SOBRE TODOS LOS DIOSES

March 20, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Cathy Scheraldi de Núñez

«El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la
sombra del Omnipotente. Diré yo a Jehová: Esperanza
mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré»
(SAL. 91 :1‑2).

En estos dos primeros versículos del salmo encontramos cuatro nombres diferentes dados a Dios. El primero es el «Altísimo» o «Elyon» en hebreo. Esta palabra se refiere al monarca supremo, aquel que está por encima de todo; implica majestad, preeminencia y soberanía. Es el rey que reina sobre todos los otros reyes; por supuesto, el único rey que puede reinar sobre todo es Jesucristo. Esto trae a mi mente Apocalipsis 19:16, donde describe a Jesús en Su retorno: «Y en su manto y en su muslo tiene un nombre escrito: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES». Este es el mismo nombre utilizado en Génesis 14:18, refiriéndose a Melquisedec, rey de Salem, el sacerdote del Dios Altísimo. Y cuando leemos en Hebreos 7:2‑3 observamos la relación con Cristo; él era «rey de paz, sin padre, sin madre, sin genealogía, no teniendo principio de días ni fin de vida, siendo hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote a perpetuidad». El Salmo 110:4 también hace referencia a Cristo: «Tú eres sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec». ¿Cuáles son las similitudes entre ellos? En primer lugar, Melquisedec y Jesús fueron sacerdotes, pero no del linaje de los levitas. Además, él era rey de Salem, que significa «paz» y Jesús es el Príncipe de paz que un día restaurará la paz en la tierra. Por último, el nombre Melquisedec significa «mi rey es justo» y Jesús es nuestra justicia porque la compró en la cruz.

El segundo nombre para Dios es el «Omnipotente», o «Shaddai». Es un Dios que es más poderoso de lo que pudiéramos imaginar y es capaz de llenar todas nuestras necesidades. Es Jesús a quien el Padre ha puesto todo en sujeción bajo Sus pies (1 Cor. 15:27) y en quien proveerá para todas nuestras necesidades, conforme a Sus riquezas en gloria (Fil. 4:19).

El tercer nombre que encontramos es «Jehová» y este es el nombre personal que le fue dado a Moisés en Éxodo 3 en la zarza ardiente: «Yahvéh». Este es El Dios con quien podemos relacionarnos. Él no es solamente el Todopoderoso y creador de todo, sino que es alguien con quien podemos tener una relación íntima y profunda, quien se hizo hombre y vino para buscarnos. Por eso Jesús dijo a Sus discípulos en Juan 15 que somos Sus amigos y Pablo nos dice que somos hijos y coherederos con Cristo (Rom. 8:16‑17).

El cuarto nombre «Dios», o «Elohim», significa: «el creador» y es la misma palabra utilizada en Génesis 1:1. Y ¿quién es el creador? Jesucristo (Col. 1:16).

Lo que sigue a esta descripción en el salmo son todas las dificultades de las que Jesús nos salva: del lazo del cazador, de la pestilencia mortal, del terror de la noche, de la flecha que vuela, de la pestilencia que anda en tinieblas, de la destrucción, de miles de muertes alrededor, etc. El salmista termina exaltando a Dios porque Su amor nos librará.

Debido a que Jesucristo es amor, podemos amarlo a Él porque Él nos amó primero. ¡Ámalo entonces con todo tu corazón, alma, fuerza y mente (Luc. 10:27)!


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

LA INTIMIDAD DE CONOCER A DIOS Y CONOCERSE A UNA MISMA

March 17, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

NATASHA SISTRUNK ROBINSON

Como cristianas, estamos acostumbradas a pensar y a hablar de cuestiones espirituales. Animamos a los demás a orar y creemos que Dios habla a través de Su Palabra. Cantamos salmos, himnos y cantos espirituales. Hablamos del reino del ahora y el más allá y, aguardamos con gran esperanza y anticipación el glorioso regreso de Jesús. Sin embargo, hay una verdad que solemos olvidar o descuidar: Dios nos hizo personas físicas y con cuerpos.

Parte de entender la verdad bíblica de que los seres humanos fueron hechos a imagen de Dios es abrazar todo nuestro ser: cuerpo, mente y alma. Fuimos creadas para reflejar la gloria, la belleza y la bondad de Dios. Dios valora todo: las curvas de nuestro cabello, la forma de nuestro cuerpo y el tono de nuestra piel. A pesar de las mentiras históricas, los mitos, los constructos y estereotipos sobre nuestras tribus de personas, somos humanas. Cada una de nosotras tiene valor para Él, y las que confiamos en Cristo somos una parte integral del cuerpo de Dios.

EL CUERPO DE DIOS

Cuando los humanos, creados a imagen de Dios, deciden que sus cuerpos les pertenecen, llegan a la conclusión de que pueden hacer lo que les plazca con ellos. Además, les cuesta mucho entender la presencia espiritual y las prioridades de Dios en sus vidas físicas diarias. No pueden responder con seguridad las respuestas sobre su identidad ni sobre el propósito de su vida en la tierra.

Sin embargo, en esta estrofa del Salmo 119, el salmista se dirige a Dios y le dice: «Con tus manos me creaste, me diste forma» (v. 73). Los creyentes del Antiguo Testamento entendían a Dios como un espíritu. Pero uno podía encontrarse de manera muy íntima con este espíritu. Cuando Moisés quería una garantía de la presencia del Señor y de Su favor, le pidió que se le revelara. Entonces, Dios le dijo: «no podrás ver mi rostro [… pero] cuando yo pase en todo mi esplendor, te pondré en una hendidura de la roca y te cubriré con mi mano, hasta que haya pasado» (Ex. 33:20‑22). No siempre podemos entender la gloria, pero ver el rostro de un ser amado y ser cubiertas por la seguridad de una mano, eso sí lo entendemos claramente.

Por eso los escritores de la Biblia suelen usar metáforas —tomar algo que entendemos (como el cuerpo físico) y compararlo con algo que no comprendemos (la nueva familia espiritual de aquellos que pertenecen a Cristo)— para revelar las verdades misteriosas de Dios a nosotras. Al escribir sobre la familia del pueblo de Dios, el apóstol Pablo se refiere a la iglesia como «el cuerpo»:

… aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros,
y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un
solo cuerpo… (1 Cor. 12:12).

Estas imágenes nos ayudan a empezar a captar las verdades misteriosas de Dios, el cual «es espíritu, y quienes lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad» (Juan 4:24).

Dios trata con nosotras de esta manera no solo para representar a Su mundo, sino también en cuanto a Sus acciones a lo largo de la historia. El Padre envió físicamente a Su Hijo divino en la forma de carne humana para que habitara en medio de nosotras: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel» (Mat. 1:23). Desde el nacimiento y en Su vida en la tierra, Jesús fue la presencia física de Dios entre los humanos y hoy sigue viviendo en Su cuerpo glorificado y ha enviado a Su Espíritu para redimir todos nuestros espacios rotos.

Nuestro valor físico como portadoras de la imagen de Dios desde el principio mismo se afirma con las palabras: «Con tus manos me creaste, me diste forma» (Sal. 119:73). No es la única vez en que los Salmos hablan de esta verdad. En el Salmo 139, leemos: «Señor, tú me examinas, tú me conoces. […] Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre» (vv. 1,13). De la misma manera, el profeta Jeremías escribió que la palabra de Dios vino a él y dijo: «Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido; antes de que nacieras, ya te había apartado; te había nombrado profeta para las naciones» (Jer. 1:5).

Y ahora Jesús —Dios el Hijo— ha ofrecido Su cuerpo físico para salvarnos, y el Espíritu Santo ha obrado para proveernos una vida eterna y nueva. Él obra para darnos una nueva forma en lo espiritual y un día nos transformará físicamente… no a la imagen del pecaminoso Adán, sino a la imagen sin mancha de Cristo. Esta es la redención del pueblo de Dios… del «cuerpo» de Cristo.

¿Quién es Dios? Dios es el que crea. Es el que nos modela y nos reconcilia. ¿Quién soy yo? Soy una persona creada y reformada por las manos de Dios, y como fui reconciliada con Él, toda mi vida —mi mente, mi cuerpo y mi alma— tiene un propósito. Para poder entender el propósito de mi vida, primero debo mirar a Dios.

LA PALABRA DE DIOS

Para mirar a Dios es necesario mirar Su Palabra. «Dame entendimiento para aprender tus mandamientos» (v. 73b). Esta estrofa hace referencia a la Palabra de Dios de varias maneras: Sus mandamientos (v. 73), Sus juicios justos (v. 75), Su ley (v. 77), Sus preceptos (v. 78), Sus estatutos (v. 79) y decretos (v. 80). Cada una de estas expresiones testifica la verdad sobre quién es Dios y sobre cómo anhela que lo conozcamos. No necesitamos tan solo conocer la verdad y los hechos sobre Dios; eso es educación. Necesitamos una conexión personal e íntima; eso es relación.

¿Qué significa entender a Dios y aprender Sus mandamientos en este cuerpo, con esta piel, con este cabello que nos transmitieron nuestros padres, desde esta región, en esta tribu, con esta lengua y en este momento de la historia? Proclamar esa verdad es mi testimonio personal sobre Dios. Porque Él ha determinado el período que nos tocó y los límites de nuestra morada, para que otros puedan buscarlo, sentirlo y encontrarlo, porque no está demasiado lejos de ninguno de nosotros (Hech. 17:26‑28). Como la mujer samaritana junto al pozo, para bien o para mal, cada una de nosotras debe proclamar su verdad individual sobre sí misma y sobre Dios: «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será este el Cristo?» (Juan 4:29). ¡Las manos de Dios me formaron, y esa es una buena noticia para mi alma! La verdad y el poder de nuestros testimonios pueden traer un avivamiento y redención. Pueden hacer que las personas entreguen sus vidas por Jesús.

Que tu testimonio personal y tu deseo de acercarte para entender y conocer los mandamientos del Señor lleven a muchas almas a Cristo. Declaremos sobre Dios:

Los que te honran se regocijan al verme, porque he puesto mi esperanza en tu palabra (v. 74).

Roguemos al Señor:

Que se reconcilien conmigo los que te temen, los que conocen tus estatutos (v. 79).

Las personas nos observan para ver lo que creemos y cómo responderemos a los desafíos de la vida. La Palabra de Dios me da seguridad frente a lo que la cultura y los demás dicen sobre mi identidad. Particularmente como mujeres de color, solemos recibir mensajes de que somos «demasiado» o de que no somos «suficiente». Como mujer de color, a veces me perciben como demasiado ruidosa, demasiado agresiva o demasiado enojada. Nuestro cuerpo físico está bajo un escrutinio permanente: somos demasiado oscuras, demasiado curvilíneas o demasiado delgadas; o nuestro peinado es demasiado grande si se compara con el estándar social. La verdad de que Dios me hizo y le pertenezco me da la seguridad para sentirme conocida, amada, valorada y sin temor. «¡Te alabo [Señor] porque soy una creación admirable!» (Sal. 139:14a). Los que temen a Dios me verán a través de Sus ojos, se regocijarán y me darán el honor que merezco, porque «la mujer que teme al Señor es digna de alabanza» (Prov. 31:30).

Por eso el salmista escribe: «Sean avergonzados los insolentes que sin motivo me maltratan; yo, por mi parte, meditaré en tus preceptos» (Sal. 119:78). La percepción de aquellos que no conocen ni aman a Dios no tienen demasiada importancia en mi vida ni en la tuya. La gente habla, chismea y calumnia (por desgracia, incluso dentro de la iglesia). Frente a estos ataques a nuestra humanidad y femineidad, debemos obedecer a Dios y mantener una conducta honorable, para que, «aunque [los incrédulos] los acusen de hacer el mal, ellos observen las buenas obras de ustedes y glorifiquen a Dios en el día de la salvación» (1 Ped. 2:12).

LA JUSTICIA DE DIOS

Señor, yo sé que tus juicios son justos, y que con justa razón me afliges. Que sea tu gran amor mi consuelo, conforme a la promesa que hiciste a tu siervo (vv. 75‑76).

Una característica que sabemos y proclamamos sobre Dios es Su justicia a lo largo de la historia. Él no muestra parcialidad. Decide y hace lo correcto. Es la naturaleza de Su ser. Su Palabra nos ayuda a entender qué es lo correcto y también nos forma en justicia.

La disciplina y la corrección del Señor suele no gustarnos. La sentimos como una aflicción. Lo llamamos Padre, y como cualquier buen padre, Él nos trata como a los hijos que ama, que quiere proteger y que desea ver crecer en madurez y responsabilidad.

El escritor de Hebreos nos informa:

Hijo mío, no tomes a la ligera la disciplina del Señor ni te desanimes cuando te reprenda, porque el Señor disciplina a los que ama, y azota a todo el que recibe como hijo (Heb. 12:5‑6).

En Su fidelidad, Dios anhela hacernos justas.

Si verdaderamente queremos conocer el deseo del Padre por nosotras, entonces debemos mirar a Su Hijo Jesús (Juan 8:19; 14:7). Si queremos volvernos justas, debemos ser formadas de acuerdo al carácter y la semejanza de Cristo. En esencia, el único propósito de nuestra vida en la tierra es parecernos cada vez más a Jesús. Su sacrificio revela divinamente el amor del Padre por nosotras y Su gracia activa nuestro proceso de santificación, manifestando Su plan de redención y nuestra transformación espiritual. La santificación no solo nos hace más santas, sino que también aclara nuestro propósito:

Porque a los que Dios conoció de antemano, también los predestinó a ser transformados según la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó (Rom. 8:29‑30).

Esta es una promesa para nosotras.

La verdad y la promesa de la Palabra de Dios es que no vuelve a Él vacía. Dios quiere que nuestra predestinación se revele a través de nuestro llamado y nuestra justificación, lo cual resulta en gloria para nosotras y para Él.

La Palabra de Dios es verdadera. Así como Su Palabra es inagotable, Su amor es inagotable y Su misericordia permanece para siempre.

LA MISERICORDIA DE DIOS

Que venga tu compasión a darme vida, porque en tu ley me regocijo (v. 77).

En Su gran misericordia, Dios no nos trata como nuestros pecados ameritan:

Tan grande es su amor por los que le temen como alto es el cielo sobre la tierra. Tan lejos de nosotros echó nuestras transgresiones como lejos del oriente está el occidente. Tan compasivo es el Señor con los que le temen como lo es un padre con sus hijos. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro (Sal. 103:11‑14).

No somos perfectas. Somos un pueblo imperfecto que sirve a un Dios perfecto. Así es como conocemos y vivimos la verdad: por la gracia de Dios y a través de la obra transformadora del Espíritu Santo, podemos entender a Dios, crecer en el conocimiento de Su Palabra y exponer los caminos de Jesús. A medida que nos deleitamos en Su ley, podemos hacer lo correcto según los estándares de Dios. Mientras caminamos según Sus estatutos, podemos aceptar y proclamar lo que somos como portadoras de Su imagen, que fueron redimidas por la sangre preciosa del Cordero. Podemos madurar en nuestra fe y crecer en nuestro carácter para fomentar el bienestar de los demás. Así mantenemos nuestro corazón intachable para glorificar a Dios y traer honor a nosotras y a nuestra gente.

Cuando acudimos a Su Palabra, también podemos recordar la hermosa intención de Dios al crear nuestro cuerpo físico. Cuando vemos nuestro cuerpo físico desde la perspectiva divina, podemos decir, como el salmista: «Mis huesos no te fueron desconocidos cuando en lo más recóndito era yo formado, cuando en lo más profundo de la tierra era yo entretejido. Tus ojos vieron mi cuerpo en gestación» (Sal. 139:15‑16a). ¿Puedes vislumbrar la intimidad, el cuidado y el interés que Dios mostró en ti y en mí al crearnos? Tus ojos, tu nariz, tu piel, tus caderas, tu personalidad, incluso tu cabello, todo glorifica a Dios. El hermoso misterio de entretejer todo lo que te transforma en lo que eres —en tu creación, en tu quebranto, en tu redención, en tu adopción a Su familia— es bueno, hermana. Sí que es bueno.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

JESÚS DIJO A LOS DOCE…

March 13, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Carlos Llambés

«Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente»
(JUAN 6:66‑69).

Aunque la mayoría de los que estamos en el ministerio, ya sea pastoreando o sirviendo en el campo misionero, tratamos de explicar el evangelio y discipular a los que el Señor nos da, siempre hay algunos que caen a través de las grietas. Con esto me refiero a las personas que se aprendieron el discurso cristiano, se bautizaron y hasta supuestamente decidieron seguir a Cristo y después de un tiempo en los caminos del Señor, se apartan de ellos. La única conclusión lógica es, como nos enseña 1 Juan 2:19: «Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros; porque si hubiesen sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestase que no todos son de nosotros». Eso causa dolor y a veces desánimo, pero las palabras de Jesús en los versículos de hoy nos deben servir de aliento. Si Él, siendo Dios con nosotros, tuvo que experimentar situaciones así, nosotros debemos estar preparados para soportar las mismas.

Jesús acaba de explicar detalladamente lo que significaba seguirlo y el resultado fue que muchos de Sus discípulos se apartaron y ya no andaban con Él. Jesús no compromete la verdad para acomodarla al antojo de Su audiencia. Ese es un buen ejemplo que debemos seguir. Debemos decir las cosas conforme a lo que encontramos en la Palabra, sin añadir ni quitar nada. La gente necesita saber la verdad. Recientemente un joven pastor amigo me dijo que un «experto en misiones» le comentó que debía anunciar que iban a tener «misa» en su iglesia, donde él es pastor bautista, para atraer a los católicos. Me quede frío ante tal locura y por supuesto le aconsejé que no lo hiciera.

En el pasaje, muchos de los discípulos se fueron y Jesús hace la siguiente pregunta a los que quedaron: «¿Acaso queréis vosotros iros también?». Jesús no está tratando de atraer multitudes con un mensaje liviano, el mensaje es pesado y el que se quiera ir, puede irse.

Al pensar en el afán que tienen algunos por los números, recuerdo la conversión de Charles H. Spurgeon, quien entró en una pequeña iglesia donde había pocos congregados, y allí la gracia del Señor lo alcanzó.

La respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús fue la siguiente: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente». Hablando por los doce, Simón Pedro dio una maravillosa declaración de fe: reconoció a Jesús como Señor; reconoció a Jesús como la alternativa preferida, a pesar de las dificultades; reconoció el valor de las cosas espirituales, más que los deseos materiales y terrenales de los que se alejaron (palabras de vida eterna); y reconoció a Jesús como Mesías (el Cristo, Hijo del Dios viviente).

No tenemos que dar un mensaje liviano, como una sopita aguada y sin sustancia. Mantén tu proclamación anclada en la verdad del evangelio bíblico, aunque algunos te abandonen.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD Y LAS INVERSIONES QUE HACEMOS

March 10, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

MILTINNIE YIH

SALMO 119:65‑72

Esta parte del Salmo 119 sigue nuestro desarrollo como hijas de Dios a medida que aprendemos a confiar en la Palabra y a seguirla más de cerca, a pesar de los fracasos, las aflicciones y la oposición.

Nuestra identidad es algo complejo. Al principio, buscaba identidad y significado en mis raíces chinas, pero encontraba más aislamiento, porque no era lo suficientemente china y jamás podría serlo. Después, puse mi esperanza en el sueño americano y acumulé logros que me dieran trascendencia, pero esto tan solo llevó a más y más escaleras agotadoras para subir. Ninguna de estas cosas satisfacía los anhelos más profundos de mi alma… hasta que encontré al Señor y recibí mi llamado más profundo como hija de Dios. Su Palabra ha sido mi guía confiable a medida que la pongo en práctica en mi vida, y mi esperanza eterna sigue creciendo hasta el día en que mi fe se transformará en vista y pueda ver a mi mayor tesoro: al Señor Jesús.

¿MI CORAZÓN O SU PALABRA?

¿Qué es necesario para que podamos decirle al Señor: «Tú, Señor, tratas bien a tu siervo» (v. 65)? No significa que tan solo haya permitido que a Sus hijos les sucedan cosas que nosotras llamaríamos «buenas». En cambio, más allá de lo que pueda sucedernos, Dios puede hacer que todo obre para nuestro bien, al edificar nuestro carácter y aumentar nuestro amor por Él. El profundo consuelo que hallamos en Romanos 8:28 nos garantiza que «Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con su propósito».

Por lo tanto, incluso los peores desastres pueden ser beneficiosos porque pueden acercarnos más a Dios, mientras que las mejores «bendiciones» pueden carecer de valor si no nos conducen a conocerlo y amarlo más. Pase lo que pase, los que aman a Dios no pueden perder porque se benefician de circunstancias buenas o malas, al fortalecerse cada vez más en medio de las pruebas.

Al principio en nuestro matrimonio, cuando no conocíamos al Señor y solo dependíamos el uno del otro para satisfacer nuestras necesidades de amor, aceptación, seguridad, propósito y trascendencia, mi esposo y yo nos sentíamos constantemente frustrados por nuestras insuficiencias y fracasos a la hora de hacer feliz al otro y de encontrar nuestra propia felicidad. En cambio, nos reclamábamos constantemente por las expectativas que no cumplíamos. No solo nos desilusionábamos mutuamente una y otra vez, sino que yo también me desilusionaba a mí misma. Me di cuenta de que era débil e incapaz de hacer lo correcto, incluso si hubiera sabido qué era lo correcto. Estaba hastiada de mí misma y quería despedirme como dios de mi vida. Ansiaba con desesperación a Aquel que era más poderoso y mejor que yo. Y en medio de esa oscuridad fría y lúgubre de mi vida, algunos amigos hablaron vida. Una pareja cristiana, June y David Otis, llegaron como un fuego cálido y refulgente que nos atrajo al Salvador. Nos llevaron inmediatamente a la Palabra, y yo aprendí a confiar en lo que Dios revelaba sobre sí en ella.

He aprendido a no confiar tanto en mi corazón como en la Palabra de Dios, la cual necesito obedecer incluso cuando no necesariamente esté de acuerdo con lo que dice. La señal de la verdadera obediencia no es obedecer cuando estás de acuerdo y sientes deseos de hacerlo, sino obedecer a pesar de no estar de acuerdo con determinado mandamiento o cuando resulta difícil. En Getsemaní, Jesús pidió: «Padre, si quieres, no me hagas beber este trago amargo; pero no se cumpla mi voluntad, sino la tuya» (Luc. 22:42).

En la práctica, esto es lo que significa «[creer] en [Sus] mandamientos» (Sal. 119:66). No alcanza tan solo con saberlos o entenderlos, ni siquiera estar de acuerdo con ellos; creemos en los mandamientos de Dios al obedecerlos. Pero la obediencia no se trata de apuntalar nuestra voluntad y arremeter firmemente hacia delante con toda nuestra fuerza, lo cual solo sería una obediencia en la carne. La obediencia en el Espíritu es «la respuesta de amor de un alma que fue liberada por la gracia salvadora de Dios». Eso no es necesariamente algo fácil (Jesús sudó gotas como de sangre al obedecer) y tan solo se logra al confiar en el Espíritu que habita en nosotras, en lugar de en nuestras propias fuerzas.

DE «CÁMBIALO» A «CÁMBIAME»

Como nueva creyente, empecé a confiar en el Señor respecto de mi situación y mis circunstancias. Su Palabra me guio más allá de mis propios instintos y razonamientos. Recuerdo cómo, después de escuchar mis quejas sobre mi matrimonio, una amiga cristiana me preguntó si alguna vez había intentado someterme a mi esposo. Me impactó leer 1 Pedro 3:1‑2: «Así mismo, esposas, sométanse a sus esposos, de modo que, si algunos de ellos no creen en la palabra, puedan ser ganados más por el comportamiento de ustedes que por sus palabras, al observar su conducta íntegra y respetuosa». Lo último que quería era ser una esposa sumisa; lo que en realidad deseaba era un esposo sumiso.

Aunque mis primeras oraciones fervientes a Dios fueron: «¡Señor, cámbialo!», por fin me di cuenta de que tal vez me iría mejor si oraba pidiendo: «¡Señor, cámbiame!». Los problemas en nuestro matrimonio nos llevaron a Cristo, pero mi matrimonio también me enseñó a confiar en Dios más allá de mi entendimiento limitado, aun si Su Palabra me enseñaba a hacer lo opuesto de lo que yo quería.

La pregunta fundamental era: ¿Confío en que los mandamientos de Dios son buenos para mí?

Cuando empecé a enseñar a estudiantes de bajos recursos en una escuela secundaria al sur de San Francisco, solía preguntarles a mis alumnos: «¿Para qué les voy a enseñar a ser más inteligentes si no se vuelven también más buenos o mejores? No quiero enseñarles a ser tan solo criminales más inteligentes». El conocimiento sin bondad es un barco más rápido sin timón. Pero ¿qué es la bondad? ¿Quién determina realmente lo que es bueno y lo que es malo?

En general, lo establecen los poderes que gobiernan, ya sea el jefe de una tribu, los dictadores al mando o los funcionarios representativos elegidos. Las culturas determinan lo que es bueno según sus valores: el placer (hedonismo), la utilidad (pragmatismo), la eficacia, la belleza, la riqueza, la facilidad, la familia, la libertad, etc.; y sus leyes se basan en su sistema de valores. La Biblia declara que Dios, el Ser todopoderoso que creó todo de la nada, fue el primero en evaluar algo como «bueno», al otorgarle ese veredicto a Su creación siete veces (Gén. 1), y la séptima vez dijo que era «muy bueno» (v. 31).

La creación era muy buena porque su Creador es infinitamente bueno. El salmista lo sabe, y nosotras también deberíamos: «Tú eres bueno, y haces el bien» (Sal. 119:68). Dios define lo que es bueno. Él creó el árbol del conocimiento del bien y el mal y dio el primer mandamiento: no comer de él. Sin embargo, Adán y Eva comieron (Gén. 3:6). Antes de sufrir, se descarriaron (Sal. 119:67). Un aspecto del juicio de Dios fue señalar la seriedad de lo que habían hecho: afligirlos con la realidad de lo que habían elegido —una vida apartados de Él—, para que clamaran a Él, regresaran a Él y obedecieran Su Palabra. El Señor aflige a Su pueblo con el mismo propósito ahora: para llamarnos a volver a conocer lo que es bueno y a hacer lo bueno, al regresar a lo que es bueno: a Él.

CUANDO NO ESTOY DE ACUERDO…

Al prohibirles a Adán y a Eva que comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gén. 2:17), Dios se reservó el derecho de determinar lo que es bueno y lo que es malo. Cuando ellos comieron del fruto, intentaron desplazar a Dios como el que determinaba la moralidad. Me parezco a ellos… quiero sentarme a juzgar lo que Dios llama bueno o malo. Es tan tentador (porque es muy común) juzgar los mandamientos de Dios a través del lente de las sensibilidades y los valores culturales actuales que, por ejemplo, la mayoría de los mandamientos del Nuevo Testamento dirigidos a las mujeres se ignoran, se reinterpretan o se denuncian, y los pasajes sobre el sexo y el matrimonio se consideran inapropiados para esta época.

El mundo dice que las cosas han cambiado desde los tiempos bíblicos. Ahora, las mujeres son educadas, emancipadas y empoderadas. ¿Acaso la Biblia no se usa para mantener subyugadas a las mujeres? ¿Cuál de estas cosas es verdad y cuál es mentira? Todavía podemos escuchar las preguntas en siseo: «¿Es verdad que Dios dijo? ¿No querrá decir Dios…? ¿Realmente Dios hará eso?».

Y debemos decidir si obedeceremos o no Su Palabra. Cuando no estoy de acuerdo con los mandamientos de Dios, ¿intentaré manipular o negarlos? ¿Estoy dispuesta a distorsionar la Escritura para salirme con la mía? Los mandamientos de Dios que parecen ilógicos, irrazonables e inconvenientesson los más fáciles de invalidar, pero, por supuesto, cuando lo hago, revelo mi propio corazón rebelde, el cual Dios pone a la misma altura que el pecado de adivinación e idolatría (1 Sam. 15:23).

Jesús dijo: «El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta» (Juan 7:17). Un mandamiento es como un medicamento recetado. No sabré si es eficaz a menos que lo tome. La bondad de un mandamiento tan solo se determina una vez que se acata, no antes. Este es el camino de la fe, el cual supone compromiso antes que conocimiento.

Así fue que llegué a permitirme considerar lo que antes me parecía impensable: ¿Qué tendría que hacer para someterme a mi esposo? Además de no hacer lo que yo quería, tendría que creer que Dios es más grande que cualquier error que mi esposo pueda cometer. Y aunque detestaba la idea de ser probada en eso, sabía que Dios es mucho más grande.

Resultó ser que Dios no solo es más grande, sino también más grandioso, y me enseñó a tener fe en Él mientras observaba cómo mi esposo crecía en el Señor mediante errores grandes y pequeños, y mientras miraba cómo el Señor nos acompañaba a través de las consecuencias difíciles que terminaron siendo para nuestro bien. Por gracia, he vivido lo suficiente como para ver ese bien empezar a manifestarse en nuestro año número 48 de casados y sé que la promesa de que «todas las cosas […] ayudan a bien» (Rom. 8:28, RVR1960) continuará en esta vida; en la mía y la de mi esposo, y en las vidas de mis familiares y amigos. A diferencia de un evangelio de la prosperidad, esta clase de evangelio «de la adversidad» tiene recompensas que se extienden lejos a la eternidad, donde todas las cosas serán reveladas.

Aunque los «insolentes» se deleitan en la vasta insensibilidad de sus corazones, su alma se consume (Sal. 119:69‑70). Cuando el mundo me presenta oposición, es una oportunidad para aprender a tocar para una audiencia de Uno. Al nutrir mi alma con la Palabra de Dios, la fortalezco, tal como Pedro nos instruye: «deseen con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién nacidos. Así, por medio de ella, crecer en su salvación» (1 Ped. 2:2). Me empapo profundamente de la Palabra al estudiarla, meditar en ella y memorizarla. Me deleito en ella al obedecerla, aplicarla y practicarla.

UN CORAZÓN EXPANDIDO

Entonces, incluso aprendemos a decir: «Me hizo bien haber sido afligido» (Sal. 119:71). En general, tratamos de evitar el dolor a toda costa a menos que haya algo más valioso para nosotras que estar libres de dolor. Soportamos el dolor de la práctica para volvernos una buena pianista o deportista, o el dolor del parto para dar a luz a un bebé. Sacrificarse es entregar algo que amas por algo que amas aún más. Si nuestro verdadero deseo es agradar a Dios al aprender Sus estatutos, podemos soportar con paciencia la aflicción y confiar en la bondad de Dios. Nuestro sacrificio es un corazón obediente.

La aflicción nos enseña. La aflicción de nuestros primeros años de matrimonio nos humilló, nos llevó a tocar fondo y nos preparó para una nueva vida que Cristo Jesús nos ofrecía. Más adelante, cuando mi primer hijo resultó ser autista y con discapacidades intelectuales, aprendimos a confiar en el Señor para aceptarlo, educarlo y amarlo de verdad, al hacer lo mejor para él. Nos consuela y nos alegra saber que nada llega a la vida de un hijo de Dios sin primero pasar por las manos de nuestro Padre amoroso. Cuando llegaron otra hija y un hijo muy seguidos, el Señor siempre estuvo ahí con gracia y guía, fuera cual fuera la necesidad. Ahora, después de 21 mudanzas por 3 continentes, puedo dar testimonio de la bondad de Dios en las dificultades.

El Salmo 119:32 declara: «Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón» (RVR1960). «Ensanchar» significa hacer espacio; se usa para describir la extensión de tiendas o límites. ¿Dios ensancha nuestro corazón para que obedezcamos o nuestro corazón se ensancha a medida que obedecemos? Me recuerda al momento en que Dios le dijo a Josué, el sucesor de Moisés, que guiara a los israelitas a la tierra prometida, haciendo que los sacerdotes pusieran primero sus pies en el río Jordán antes de que el agua se retirara para permitir que todos cruzaran (Jos. 3:13‑17). Creo que las aguas retroceden a medida que metemos nuestros dedos obedientes y a menudo se mojan antes de que veamos a Dios obrar.

Como una persona introvertida en el crepúsculo de mi vida, descubro que nada ensancha mi corazón más que la hospitalidad. Dios ha llenado nuestro hogar con cientos de personas con las cuales hemos compartido nuestra fe mediante nuestro ministerio de «Hospedaje, Biblia y más» a eruditos internacionales de China. Nos recuerdan nuestras inversiones eternas en las personas y en la Palabra de Dios, nuestros tesoros más grandes. Estas inversiones no siempre son fáciles, pero las inversiones costosas son las que producen las recompensas celestiales más abundantes. Al mirar atrás en mi vida, puedo decir que no fue lo que había planeado, pero por Su gracia, es mucho más de lo que jamás soñé.


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

GLORIOSO NOMBRE

March 6, 2023 By lifewaymujeres 1 Comment

Pedro Pared

«¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán glorioso es tu nombre
en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos»
(SAL. 8:1).

El salmista reconoce la gloria del nombre del Señor. El Dios al cual adoramos es creador, sustentador, redentor, salvador y Señor de este mundo. ¡Jehová es un Dios único! Pero lo más impresionante de nuestro Dios es que está junto a nosotros, siempre está cercano y nos ama con amor eterno. En la angustia o en la hora de la prueba está a nuestro lado y nos consuela con Su poder y amor. En la alegría nos permite disfrutar de un gozo que solo Él puede darnos.

Cuando atravesamos la prueba, la enfermedad y el sufrimiento, Él está junto a nosotros, nos sostiene con el poder de Su diestra y nos permite escuchar Su voz de Padre amoroso. Hemos sentido Su presencia como una realidad en nuestras vidas y Su consuelo nos ha levantado. Nuestro Señor acompaña a Sus hijos en el tiempo de la prueba, en medio de la duda los llena de confianza y seguridad y en los tiempos de alegría se goza con ellos.

Él convierte el llanto en alegría y la derrota en victoria. Miremos al cielo para ver Su gloria, poder y cuidado del ser humano y reconozcamos Su grandeza, Su poder y Su amor. Ese Dios poderoso, creador del cielo y de la tierra, es nuestro amante Padre celestial a quien debemos alabar y adorar en cada momento de nuestra vida. Contemplemos el firmamento para comprender la pequeñez humana ante la grandeza del Señor y exclamemos con el salmista: «Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra».

Proclamemos el glorioso nombre del Señor y alabemos Su persona.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

LA PALABRA DE DIOS ES NUESTRA PORCIÓN

March 3, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

BEV CHAO BERRUS

Marta recibió a Jesús en su hogar, pero mientras estaba con Él, se encontraba «abrumada», «inquieta» y «preocupada» (Luc. 10:38‑42). Su hermana María estaba sentada a los pies de Jesús, y escuchaba con devoción cómo enseñaba. En ese momento, se presentó una exigencia, pero no vino de parte de Cristo (Luc. 10:40):

Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude!

¿Qué le respondió la segunda Persona de la Trinidad, el Rey del mundo, el primogénito de toda la creación, el cual en ese mismo momento estaba reclinado en el suelo de la sala de Marta?

… sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte (v. 42, RVR1960).

Para María, Jesús era su buena parte, su porción, y atesoraba cada palabra que salía de Su boca. Él contaba con su corazón y su atención absoluta. Tenía la única cosa «necesaria», porque lo tenía a Él. Sin un amor por Cristo que fluye en amor a los demás, todo el servicio cristiano del mundo no es nada, tal como reconoció Pablo (1 Cor. 13:1‑3).

Entonces, ¿cómo sería elegir a Cristo de esta manera, como nuestra buena parte?

En el Salmo 119, vemos que una relación con el Señor es fundamental para obedecerle con fidelidad. Al hijo de Dios lo cautivan Sus leyes y Sus mandamientos porque revelan cómo es Él. Aquellos que han sido sustentados por Sus palabras las encuentran más dulces que la miel (v. 103), así que acuden a ellas para hallar alimento y satisfacción.

EL SEÑOR ES MI PORCIÓN

Mucho antes de que Jesús hablara con Su amada amiga Marta, otro amigo muy amado escribió:

Mi porción es Jehová (v. 57a, RVR1960).

Literalmente, dice: «Tú eres mi porción, Señor». Es una frase selecta de muchos poetas de la Biblia (por ejemplo: Lam. 3:24; Sal. 142:5; 16:5). Aquí, el escritor le declara a Jehová, el Dios de pactos: TÚ eres mi buena parte, mi herencia, mi porción.

Recuerda que nuestro salmista era un israelita y que Israel había tenido una historia larga y turbulenta respecto a la tierra prometida. Era un ciclo de tener, perder, repetir. Poseer una porción o una parcela de tierra era sumamente importante. Pero lo que está diciendo el salmista, en esencia, es: Preferiría poseerte a ti, Señor, que a cualquier otra cosa sobre la tierra. Y si no tengo nada más en esta tierra, mi copa igual desborda, porque eres mi porción plena.

En un sentido sumamente real, lo que tenemos nos define. Esto es un problema si lo único que tenemos son cosas temporales: «¿De qué sirve ganar el mundo entero si se pierde la vida?» (Mat. 16:26). Sin embargo, para aquellos que tienen en el Dios eterno su porción plena, es una verdadera ganancia y la mayor bendición que los definan por lo que tienen.

En todo el mundo, el pueblo redimido de Dios se regocija en Él como su mayor tesoro. Mi amiga Joanna, que creció en Dubái, me mostró una vez una fotografía hermosa de coloridas flores en su momento más bello de floración. Debajo de la foto, había escrito: «Dios hizo estas flores tan hermosas; ellas son de Él y Él es mío».

Yo soy de Él y Él es mío. ¿Te regocijas en Dios como tu mayor tesoro? ¿Las palabras del salmista expresan cómo te sientes respecto al Señor hoy? Si estás unida a Cristo por arrepentimiento y fe, ¡alábalo ahora, mientras lees esto! Él es tu porción, es digno de tu afecto y de tu disfrute. Cualquier tesoro terrenal palidece en comparación con tu Señor.

LA PROMESA DEL SEÑOR

Prometo obedecer tus palabras. De todo corazón busco tu rostro; compadécete de mí conforme a tu promesa (vv. 57‑58).

Con el Señor como su porción, el salmista promete obedecer las palabras de Dios. Lo declara repetidas veces (vv. 8,32,35,44). Sin embargo, ¿qué esperanza puede tener un pecador de obedecer las palabras de Dios? El teólogo y pastor Ligon Duncan explica cómo funciona la obediencia en la vida del creyente:

La gracia siempre precede a la ley. La ley no es la manera de obtener gracia. La gracia es lo que te permite ser lo que fuiste creado para ser […] aquello para lo cual Dios te creó […] para lo cual Dios te redimió. ¿Y cómo sería eso en la práctica? La ley. 1

Sin la gracia propicia de Dios, el salmista no puede vivir como Dios quiere y nosotras tampoco. Incluso la inclinación de amar la Palabra de Dios viene por gracia (vv. 36,112).

Entonces, el salmista ruega de todo corazón hallar gracia y se apoya en la promesa de Dios (v. 58). En todo el Salmo 119, la promesa se describe como salvífica (v. 123), vivificante (v. 50), reconfortante (v. 82), compasiva (v. 58), inagotablemente llena de amor (v. 76) y digna de nuestra esperanza (v. 116). El salmista declara: «Mis ojos se esfuerzan por ver tu rescate, por ver la verdad de tu promesa cumplida» (v. 123, NTV).

¿Cuál es esta promesa justa que nos trae la gracia propicia de Dios? Es «la promesa hecha a nuestros antepasados. Dios nos la ha cumplido plenamente a nosotros, los descendientes de ellos, al resucitar a Jesús» (Hech. 13:32‑33a). Jesucristo murió por los pecadores y fue resucitado al tercer día. Esta fue la promesa dada a Abraham y a sus descendientes, profetizada en la Escritura y cumplida al final en Cristo.

Esta promesa es nuestra única esperanza en la vida y en la muerte. Es favor y gracia de Dios. Esta promesa nos permite obedecer las palabras de Dios, y garantiza nuestro perdón cuando no lo hacemos. Es una promesa que se encuentra en la raíz de nuestro fruto. Aunque ya lo sabemos, tenemos que orar por esto cada día, tal como hacía el salmista: Oh, Señor, compadécete de mí conforme a tu promesa, para que pueda obedecer tus palabras.

CONSIDERA NUESTROS CAMINOS

Me he puesto a pensar en mis caminos, y he orientado mis pasos hacia tus estatutos. Me doy prisa, no tardo nada para cumplir tus mandamientos (vv. 59‑60).

Joven o anciana, rica o pobre, occidental u oriental, la naturaleza humana prefiere la distracción antes que la reflexión personal. Pero el salmista declara: «Me he puesto a pensar en mis caminos». No dice: «Si me pusiera a pensar…». Esta era su práctica normal. Ya no era esclavo del pecado sino que la justicia lo había cautivado, así que podía considerar su vida sin temor ni culpa.

Él no pensaba en sus caminos por su cuenta. A lo largo de este salmo, comparte sus reflexiones con el pueblo de Dios. Es una progresión natural, ya que deleitarse en Dios produce un deseo de declarar Su carácter y exhortar a otros a guardar Sus mandamientos. A medida que medita en los caminos de Dios, orienta sus pasos a los estatutos del Señor (v. 59). Hace un cambio de rumbo. Es una manera poética de decir que los redimidos producen frutos que demuestran arrepentimiento.

Tenía doce años la primera vez que vi a alguien hacer esto. Mis padres chinos nos criaron para adorar ídolos y ancestros. Teníamos imágenes talladas por toda la casa. Sacrificábamos alimentos y «dinero eterno» a miembros muertos de la familia, con la esperanza de que nos bendijeran. Había reglas: «Los ídolos no se tocan; no se juega con los ídolos».

Un día, vi cómo mi papá llevaba a nuestro Buda tallado en madera, de casi un metro de alto (tres pies), al patio trasero. Tomó un hacha y empezó a cortarlo en pedazos frente a nosotros. Primero, voló la cabeza, después los miembros… hasta que lo único que quedaba era una pila de madera. Para mí, fue un ejemplo claro de cómo el evangelio exige que rechacemos y destruyamos los ídolos. Ahora, el Señor era la porción de mi papá. Poco después de aquel día, el Señor se transformó en mi porción también.

Con los pies orientados hacia los estatutos de Dios, el salmista se apura a cumplir Sus mandamientos sin demora. Orientarse, o arrepentirse, debería ser algo que hagamos todos los días. Esto es la vida cristiana. Jesús dijo: «Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos» (Juan 14:15). El evangelista Oswald Chambers escribió: «Si dudo, es porque amo a alguien a quien he puesto a competir con Él; concretamente, a mí» (The Golden Book of Oswald Chambers: My Utmost for His Highest [El libro dorado de Oswald Chambers: En pos de lo supremo]). Cuando te sientas cansada de obedecer, acude a la Escritura y mira la cruz, la culminación de todos los atributos maravillosos de Dios a plena vista. Confía en Su fortaleza para obedecer sin demora.

LOS IMPÍOS Y LOS JUSTOS

Aunque los lazos de los impíos me aprisionan, yo no me olvido de tu ley. A medianoche me levanto a darte gracias por tus rectos juicios. Soy amigo de todos los que te honran, de todos los que observan tus preceptos (vv. 61‑63).

Aunque los impíos se confabulan contra el siervo de Dios (vv. 23,51), el salmista no olvida la ley de Dios. Aun mientras los impíos lo rodean, él descansa en saber que Dios lo guarda. Lo peor que los impíos pueden hacer es apenas una «leve tribulación momentánea», que prepara a los hijos de Dios para un «eterno peso de gloria» que es incomparable (2 Cor. 4:17, RVR1960).

Debido a esto, ¡el salmista se levantaba a alabar al Señor en medio de la noche! (Sal. 119:62,148). Como alguien que se encuentra en la época de alimentar a un bebé en medio de la noche, no puedo decir que alabar al Señor sea mi primer instinto cuando me despierto. Tal como le sucedía al salmista, el amor de Jesús por el Padre lo mantenía despierto tarde por la noche en oración (Mat. 14:23‑25; 26:43‑45).

Matthew Henry, un pastor del siglo XVII, escribió:

Sintámonos avergonzados de que otros están más dispuestos a mantenerse despiertos para dedicar tiempo a placeres pecaminosos de lo que nosotros lo estamos para alabar a Dios.

No hay mejor razón para estar levantado en medio de la noche que alabar al Señor, y hay pocas motivaciones más grandes para adorarlo de esta manera que las reglas justas de Dios.

Los amigos del salmista, a diferencia de los impíos, temen a Dios y guardan Sus mandamientos. El salmista es amigo de todos los que honran a Dios. ¿Cómo son tus amigos? ¿Eres amiga de personas que se parecen a ti, que tienen la misma educación que tú, que crían a sus hijos al igual que tú o que tienen una personalidad similar a la tuya? ¿O eres amiga de aquellos que temen al Señor como tú, y que lo buscan de día y de noche?

Dubái es una ciudad donde la clase de pasaporte que tienes determina la manera en que se te trata, y las personas que se asocian contigo. Mientras vivíamos allí, solíamos salir a comer y tener reuniones de discipulado con nuestra familia de la iglesia, conformada por personas de todo el mundo. La pregunta inevitable era: «¿Cómo se conocieron todos? ¿Por qué parece que son tan cercanos?». El amor de familia que teníamos unos por otros cautivaba al mundo que nos miraba porque no había ninguna razón aparente para nuestra asociación —ni hablar de la comunión— aparte de Cristo.

Hermanas, ¿comparten su vida con otras mujeres del mundo o las evitan si no se parecen a ustedes en otras cuestiones? La Palabra de Dios no solo nos recomienda que estemos en relaciones de discipulado, sino que da por sentado que así será. A veces, puede ser incómodo y hace falta esfuerzo y vulnerabilidad, pero vale la pena, a medida que nos animamos unos a otros en el pueblo de Dios a obedecer Sus preceptos.

EL GRAN AMOR DE DIOS REVELADO

Enséñame, Señor, tus decretos; ¡la tierra está llena de tu gran amor! (v. 64).

El gran amor inamovible de Dios llena la tierra. No te olvides de que este mundo es un lugar que merece Su ira justa (y sí, también es un lugar donde podemos ver Su ira; ver Rom. 1:18). No obstante, es un lugar lleno de Su gran amor. Algo extraño pero maravilloso es que podemos ver el amor de Dios al habernos entregado Sus leyes. Solemos pensar que, si Dios nos ama, lo comprobaremos mediante la afirmación de nuestros deseos y la eliminación de las leyes (en particular, de aquellas que nos impiden actuar conforme a nuestros deseos). En cambio, en Su amor, Él desea lo mejor para nosotras y nos lo muestra, y después, inclina nuestro corazón a desear guardar más de Sus estatutos.

De ahí fluye nuestro servicio. Tal vez, a veces sintamos una tensión entre lo que hacemos y el porqué de lo que hacemos. A Dios le interesa tanto el «porqué» como el «qué» del bien que buscamos hacer. Desea que tengamos una devoción absoluta por Su Palabra y en nuestro servicio a Él; que seamos íntegras en nuestro amor por Él, para que lo sirvamos con alegría. El salmista y María lo sabían: una sola cosa es necesaria. Ellos eligieron la buena parte. Se deleitaban en la Palabra de Dios, descansaban en ella, acudían a ella, la obedecían, la alababan y la anhelaban. Todo lo demás, incluso su servicio obediente, fluía de esto.

¿Te deleitas en el Señor como tu porción? No importa cuál sea tu circunstancia o en dónde sientas hoy una falta, nadie puede robarte tu posesión más grande. Tienes todo porque lo tienes a Él. La gracia de Dios ciertamente se hizo manifiesta. El Salvador se entregó para rescatarnos de toda maldad, purificando para sí a un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien (Tito 2:11‑14). Él es nuestro y somos de Él. Que aprendamos a vivir lo que declaró otro salmista:

¿A quién tengo en el cielo sino a ti? Si estoy contigo, ya nada quiero en la tierra. Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna (Sal. 73:25‑26).


Devocional de Sus testimonios, mi porción (B&H Español)

NOS DIO LIBERTAD

February 27, 2023 By lifewaymujeres Leave a Comment

Cathy Scheraldi de Núñez

«Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer
túnicas de pieles, y los vistió»
(GÉN. 3:21).

Justo con la caída, Dios, en Su misericordia, anunció al hombre que, aunque sus acciones dañaron la tierra creada en perfección y sería maldita por el pecado, mandaría a alguien que dominaría a aquel príncipe que esclavizaría a todos. Muchos piensan que nuestro Dios cambió Su plan, pero la realidad es que un Dios soberano, omnisciente y perfecto no puede cambiar y Él demostró Su plan al sacrificar a un animal para cubrir la desnudez de Adán y Eva. Desde antes de la fundación del mundo Él sabía lo que iba a pasar y por eso eligió a Su pueblo antes de la caída (Ef. 2:10). Él, que es Todopoderoso y tiene el control soberano, dejó pasar lo que planeó y permitió desde el principio, porque sin la caída del hombre no habría existido la necesidad de la salvación.

Fue Dios mismo quien sacrificó el primer animal para cubrir los pecados del hombre, pero el sacrificio de Jesucristo no los cubriría, sino que los quitaría. Esta persona que dominaría al príncipe de las tinieblas es el mismo Jesucristo. ¡El único que ha vivido una vida perfecta y capaz de aplacar la ira de Dios! Aunque hay cosas de este lado de la gloria que nunca entenderemos por tener mentes finitas, sin embargo, especulamos que, de no ser por todo lo que acontece en esta tierra, no podríamos entender la profundidad de la maldad en nuestros corazones, ni la profundidad del amor y la sabiduría del Señor si viviéramos en un mundo donde todo es siempre perfecto.

Todo tiene un propósito. Aquel que creó todo y orquesta todo ofreció venir a la tierra para vivir la vida que era imposible para nosotros con el propósito de quebrar la pena y el poder del pecado. «Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, […] se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, […] se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:5‑8). Su muerte y resurrección pagaron nuestra deuda y Su justicia fue transferida hacia nosotros; ¡un intercambio glorioso (Ef. 1:4)!

Y si eso no fue suficiente, al aceptarlo como Salvador y Señor, el Espíritu Santo viene a morar en nuestro corazón y nos cambia de ser esclavizados al pecado a ser siervos («esclavos» en griego) de Cristo. En vez de tener un amo que vino para matar y destruir, tenemos un amo que vino para darnos vida en abundancia (Juan 10:10). Un amo que nos amó tanto que dejó Su gloria para caminar entre pecadores y fue rechazado, humillado, torturado y dio Su vida como el animal sacrificado en Génesis para que tú y yo entráramos en la gloria. ¿Cuál debe ser nuestra respuesta? Aquel que rindió todo por nosotros, ¿no merece que vivamos para Él? ¡Claro que sí! Pero para hacer esto se requiere obediencia a Su Palabra, dejar el viejo yo y vestirse del nuevo, morir a uno mismo y a nuestros deseos para vivir para Él. Se requiere tener como única meta para nuestras vidas glorificar a aquel que se sacrificó para darnos paso a la gloria.


Un devocional de Un año con Jesús (B&H Español)

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